Sí, ahora no podemos decir que no disponemos de información tanto en los medios visuales, escritos o por Internet. Sin embargo, en una gran parte, seguimos siendo igual de tontos que antes y lo que es peor, nos dejamos llevar como corderitos. Eso sí, con la convicción de que hemos avanzado mucho y somos más inteligentes.
Ejemplo de ello son los canales sociales como el Facebook. Si uno entra y observa verá con estupor que se crean grupos con cualquier pretexto, eso sí, si se quiere llevar a la masa detrás mejor que sea con polémica incluida en la que esté involucrado algún famoso conocido por una gran mayoría.
Sin embargo, los grupos que se forman pidiendo ayuda para catástrofes, lacras sociales como el hambre o el problema de los Saharauis, no tienen ni la tercera parte de seguidores (o amigos) como aquellos que se crean para seguir a un comentarista deportivo que se cambia a trabajar para otro medio de comunicación que le paga 150.000 euros (eso en un año de tremenda crisis económica, al menos para los de siempre). Encima, lo que más me cabrea es que ese distinguido medio de comunicación esté regido por personas que dicen estar en este mundo para «ayudar» al que no tiene. Claro que no le ponen adjetivo e igual es para ayudar a hundirse y no a salir hacia arriba.
Eso sí, el avezado colega que creo el grupo tiene ya más de 250.000 seguidores ¡Increíble! ¿Cuántos de los amigos que le siguen se han quedado sin curro o sin opciones de conseguir el primero trabajo? Eso sólo lo piensan cuando apagan el ordena y salen a la calle.
Y digo yo, ¿por qué no ha creado un grupo en contra de la corrupción y el despilfarro del dinero por los políticos —sin importar un bledo al partido que representen— que hunden más en la miseria a un país que no le sobra ni para pipas? Muy sencillo, porque eso no atraería ni a las moscas.
Nos alteramos por comentaristas deportivos que cambian de trabajo o que utilizan un humor estúpido en países extranjeros (exaltados por los triunfos deportivos) y permitimos que nos roben y humillen los que se hacen llamar políticos con el argumento de siempre: «todos son iguales» y claro, para que protestar, exigir o hacer algo si todo va a seguir igual.
No será porque pensamos: si estuviera en su lugar, haría lo mismo.