Revista Talentos
“Con mis cuentos tengo un afán de coleccionista”
Publicado el 09 octubre 2015 por PablogiordanoLa narradora porteña Samanta Schweblin ganó el Premio Juan Rulfo 2012 y se consolida definitivamente entre los mejores escritores jóvenes de habla hispana. Asegura que la riqueza literaria en sus cuentos se halla en los límites y que, como escritora, ignora por completo los demás géneros.
Hace unos meses, en una residencia para escritores y traductores en Leding House (Nueva York), Samanta Schweblin, encerrada en su habitación sola y con su secreto, festejó a los saltos, rebotando de pared en pared con un grito ahogado. Momentos antes una llamada desde París intentó comunicarse con ella infructuosamente, enredada en las complicaciones tecnológicas de la receptoría del hospedaje. A la noticia la recibió por e-mail, donde le pidieron absoluta reserva. Un mes de silencio, de alegría contenida. Con Others Lives de Tamer Animal en los auriculares, salió a caminar por Hudson -que es más o menos como darse una vuelta por Twin Peak-, concretando un festejo de lo más literario. Acababan de anunciarle que su cuento “Un hombre sin suerte”, el cual narra el encuentro entre una niña y un desconocido, había ganado el Premio Juan Rulfo, el más importante de habla hispana en el género cuento, dotado además por cinco mil euros. Organizado por Radio Francia Internacional (RFI), el Instituto Cultural de México en París y la Casa de América Latina parisina, fue la última edición que llevó el nombre del célebre escritor mexicano, los organizadores accedieron al pedido de los familiares de Rulfo de retirar su nombre. El jurado, compuesto por el argentino Alan Pauls junto a Eduardo Ramos Izquierdo, Grecia Cáceres, Juan Villanueva Chang, Aline Schulman y Elmer Mendoza, recibió el año pasado 2.200 cuentos, provenientes principalmente de México (606), Argentina (374), Colombia (272), España (191) y Venezuela (103).
LA CHICA PRODIGIO La alegría de la autora porteña de 34 años no tiene fin. Su primer libro de cuentos El núcleo del disturbio (2001), obtuvo los premios Fondo Nacional de las Artes y Haroldo Conti. Su segundo volumen de relatos, Pájaros en la boca (2009), fue distinguido nada menos que con el premio Casa de las Américas, se tradujo a once lenguas y fue publicado en veintidós países. Para rematar, en 2010, fue incluída por la revista británica Granta dentro de una lista con los 22 mejores escritores en español menores de 35 años. A la hora de entrevistarla, Samanta Schweblin se encuentra en el frío berlinés disfrutando de los últimos cinco meses de una beca del gobierno alemán que aprovechó para un proyecto personal en cambio del planificado. “Haber sido premiada de tan chica me metió de prepo en el mercado —explica—, me refiero a las criticas, las entrevistas, la exposición, las ofertas de nuevos proyectos. Y como esto me asustó mucho huí despavorida y dejé bastante solo a ese primer libro. Tenía 23 años. Con respecto a la selección en Granta recuerdo que en mi adolescencia hubo dos o tres ediciones de la revista que se vendieron como saldo en los supermercados Carrefour, y creo que gran parte de los autores por los cuales me enamoré de la literatura norteamericana estaban listados en esas ediciones como las nuevas ‘promesas norteamericanas’. Así que, al menos a nivel personal y en recuerdo a mis propias lecturas, ser parte de una de esas listas fue algo bastante movilizador. Aunque también tengo que decir que, al menos en el plano editorial y en la circulación de mis libros este reconocimiento no marcó un cambio importante como sí lo hicieron, por ejemplo, el premio de Casa de las Américas, o las primeras traducciones”.
DE LÍMITES Y VELOCIDADES
“En el cuento que ganó el Rulfo, mi intención no fue tanto jugar con la ambigüedad acerca de las buenas o malas intenciones, sino evidenciar la perversidad del lector, que es la que hace posible la lectura más oscura”, señala Schweblin.
—Tus cuentos suelen arriesgarse a caer de lo verosímil. ¿Cómo conseguís tocar los extremos sin perder verosimilitud?
— Si se quiebra la verosimilitud, se quiebra la tensión, y si esto pasa, el cuento ya no funciona. Así que este es un problema en el que pongo prácticamente toda mi atención. Creo que es uno de los problemas más interesantes de la literatura porque es en este límite -donde más cuesta mantener un verosímil- donde también suceden las historias más fuertes y atractivas. En los géneros, los personajes y los tonos, lo más rico suele estar muy cerca de los límites.
—¿Influyen de alguna manera tus estudios de las artes visuales en tu literatura?
— Supongo que sí. Me pasé los cinco años de la carrera de Imagen y Sonido de la UBA viendo un promedio de veinticinco películas por semana, y estuve muy comprometida sobre todo con el montaje: cómo se cuenta una historia, qué se dice antes, qué se dice después, cuántos segundos sobran o faltan en una escena, cuánto cuenta una escena por su omisión, cuanto cuenta el ritmo de una historia, etc. Pero también creo que hay mucho generacional. Creo que nuestra generación tiene ya en su educación una carga visual que no tenían las generaciones previas, y eso se ve no solo en la literatura que se escribe, sino también en la que elegimos leer.
—Alguna vez manifestaste que escribís lento y poco. ¿Cuál crees que sería un promedio perfecto de ritmo en la escritura (y si querés también en la publicación) para cualquier escritor?
—Bueno, ideal sería un libro por año y además escribir como los dioses. Como cualquier pesimista obsesivo y exigente no puedo evitar añorar lo imposible. Con mis cuentos tengo un afán casi de coleccionista. Me gusta que mi carpeta de cuentos crezca, me gusta tenerlos impresos y a mano, me gustan siempre los últimos que escribo, me emociona enviárselos a mis amigos lectores, y ni hablar de sostener por primera vez los cuentos nuevos, recién salidos de mi impresora. Pero me programé a mi misma para quitarme cualquier tipo de ansiedad por publicar. La literatura es lenta, y hay que pensarla a largo plazo. Quizá sean estas mismas dos cosas las que la están desplazando poco a poco del mercado.
— ¿Por qué crees que el cuento no encuentra su lugar en el plano editorial?
— Los cuentos exigen mucho de parte del lector, y lo dejan solo unos pocos minutos más tarde. Como lectora encuentro que un buen cuento, incluso, anula el siguiente: no puedo leerlos de corrido, hay que darles espacio, hay que ser paciente. Como cuentista, y como fervorosa lectora de cuentos me cuesta entender como estas poderosas características pueden volverse desventajas, pero no tengo ninguna teoría al respecto, de hecho me desconcierta bastante.
—¿Cuál es tu relación con otros géneros literarios, de haberla, como lectora y/o escritora?
—Como escritora, nula. Quizá esté equivocada y haya que programar de alguna forma las ideas, quizá haya que “prepararse” para abordar una idea como novelista, o como dramaturgo. Pero por ahora no encuentro la manera de hacerlo ni un interés especial por abordar estos otros géneros. Creo que las ideas que suelo tener se llevan mejor con el formato de cuento, y supongo que no cambiaré de formato hasta no encontrarme con una idea que exceda por completo las posibilidades de este género.
—Como cuentista y mujer, debés haber acumulado anécdotas curiosas ¿recordás alguna?
—La cereza del postre fue cuando, como un halago, un periodista dijo que mi voz narrativa parecía completamente masculina. Como cuentista tengo una que se repite con asiduidad: me preguntan qué escribo y cuando respondo “cuentos” dicen “¡Que lindo! ¿Para chicos?” No sé qué me molesta más, la idea de que este género solo pueda ser infantil o la palabra “lindo” asociada a cualquier formato literario, creo que es devastadora. Como escritora, como persona que “supuestamente” vive de la escritura -supuesto prácticamente imposible-, mi anécdota preferida ocurrió hace unos diez años atrás, cuando recién empezaba y la editorial española Siruela publicó mi cuento “Matar a un perro” en una antología de literatura argentina. Me pagaron -bajo todo concepto- 50 dólares, de los cuales la mitad se los quedó mi editorial argentina. Como no me mandaron ningún ejemplar, cambié mis 25 dólares a pesos y me fui a la avenida corrientes a comprar el libro, pero no me alcanzó.
(Ciudad X, suplemento Cultura, 2012)