Landriela se recuesta sobre los cojines de seda, suspirando. Chasquea los dedos y su esclavo le trae una humeante taza de té rojo.
─Gracias, Kiri.
El joven, con el pelo rapado y semidesnudo, se arrodilla con la mirada baja y deposita la taza sobre la mesita plateada adornada con extraños símbolos. ─Ahora, el masaje ─ordena.Y Kiri, obediente, comienza a darle un masaje en los pies.Alrededor de la cabeza de Landriela revolotean unas luces azules. Ella cierra los ojos, intentando relajarse. Pero ni los fuegos sedantes, ni el té rojo, ni los mágicos dedos de Kiri, capaces de sanar cualquier dolencia del cuerpo y del alma, consiguen tranquilizarla. Da una patada:─Ya basta, vete.─Sí, señora.Ella les da un manotazo a los fuegos, se acomoda la túnica verde semitransparente y se pone a dar vueltas por la tienda decorada con brocados de Damasco y piedras preciosas. Fuera se extienden kilómetros de desierto interminable, pero le basta con chasquear los dedos para tener a su disposición todo cuanto desea. Desde la seda más liviana hasta los esclavos más complacientes, pasando por manjares y licores sin efectos secundarios. Tiene a su disposición las telas más lujosas y las joyas más preciadas, fabricadas con minerales procedentes de lejanas estrellas. No le falta de nada. Pero se aburre. Continúa dando vueltas como una leona enjaulada hasta que ya no aguanta más y sale de la tienda. Hace mucho calor, así que chasquea los dedos y el sol comienza a ponerse. Divisa un punto a lo lejos que se hace cada vez mayor. Con su vista de águila distingue a un hombre tapado hasta los ojos con un manto negro. Camina encorvado, apoyándose en un palo retorcido. Le reconoce. Landriela contiene la respiración unos segundos.Cuando el hombre está a unos pocos pasos se saludan con una inclinación de cabeza. El manto le cubre la blanca cabellera y una barba canosa y larga casi le tapa el rostro surcado de arrugas. Sin mediar palabra, el anciano entra en la tienda.Nada más cruzar el umbral, el hombre suelta el bastón y se yergue en toda su estatura. Es muy alto. Landriela se sitúa frente a él, silenciosa, su respiración algo agitada y con un ligero temblor en las manos.─Hace eones que te espero… ─dice al cabo de unos instantes.El visitante se despoja del manto y descubre una negra cabellera y un rostro joven sin barba pero curtido por mil soles. ─¿Por qué no has venido antes? Casi muero de aburrimiento…Y al decirlo le tiembla la voz. Él se acerca con paso firme. La toma por la cintura y la empuja sobre los cojines de seda. Landriela no se resiste, pero casi jadea. El hombre, mientras desliza su mano bajo su túnica, le susurra al oído:─Porque soy el único al que no puedes controlar. Y ella gime entre sus brazos.Alicia Y.H. 6-5-14