Internet, SMS, wasaps, tuits y similares, nos mantienen conectados e informados; nos proporcionan información y, también, nos distraen la capacidad de pensar. Como siempre, el problema no está en los medios sino en el uso que hacemos de ellos. Tenemos acceso a mucha información y a poco que nos interese, podemos conocer cuanto acontece. Lo único que nos falta es sosiego y disposición para seleccionar y procesar los datos.
Tenemos la realidad ante nosotros, formamos parte de ella, disponemos de suficientes referencias y datos pero, necesitamos que alguien piense por nosotros, que nos narre lo que sucede. Desechamos la tarea de pensar porque en cualquier web, blog o periódico de referencia, tendremos un análisis más completo y riguroso del que nosotros podamos hacer. Renunciamos a nuestra libertad: ¡que piensen ellos!
La ciudadanía aparenta tranquilidad y resignación, pero ¿es posible que en el seno de esta sociedad hiperconectada, con acceso a múltiples canales informativos y culturales, se esté produciendo un movimiento profundo, similar al de las placas tectónicas, y del que aún no recibimos señales? Igual necesitamos de alguien que nos narre lo que está sucediendo a nuestro alrededor porque somos incapaces de detectarlo. Puede que seamos como el aficionado al fútbol que acude al estadio con una radio para que le cuenten lo que él mismo está mirando pero es incapaz de ver.
Muchos nos preguntamos qué es lo que tiene que pasar para que la sociedad civil se plante y diga basta, para que ponga freno a tanto atropello. Observando el panorama parece que hay descontento, dudas, temores y mucha pasividad. La culpa siempre es de los otros: de los políticos, de la corrupción, de la corrupción de políticos y empresarios, de la banca, de una Justicia que se quitó la venda que tapaba sus ojos, de la estafa económica llamada crisis… Parece que hay tanto descontento como apatía y falta de respuesta ciudadana, que conformamos una sociedad anestesiada, temerosa y sin capacidad de reacción; una sociedad que se refugia en cuatro clichés y dos supuestas certezas para justificar su falta de arrojo y determinación. Pese a la sutileza democrática de los totalitarios, cuando la universalización de internet facilita información, da la palabra a quienes no la tenían y proporciona cauces para el debate, la deliberación y la autonomía ciudadana, ¿se estrecha la distancia entre el descontento y la rebelión? Si la sociedad actual es tan diferente a la de otras épocas —el analfabetismo prácticamente ha desaparecido y la inmensa mayoría tiene acceso a la información—; si realmente percibimos que el sistema establecido ya no nos resulta útil y queremos transformar esta democracia inoperante, por poco democrática, en una democracia dinámica, transparente y participativa, sería necesario que empezáramos de una vez a intentarlo.
¿Cabe la hipótesis de que se esté produciendo un movimiento de profundidad, lento e imperceptible del que aún no recibimos señales ni somos capaces de detectar?
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