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CONCURSO DE RELATOS, XXIX Edición: CUENTO DE NAVIDAD de CHARLES DICKENS

Publicado el 02 diciembre 2021 por David Rubio Sánchez
CONCURSO DE RELATOS, XXIX Edición: CUENTO DE NAVIDAD de CHARLES DICKENS
¿Quién no conoce al viejo y ávaro Ebenezer Scrooge? Aunque no se haya leído la obra original de Charles Dickens es imposible que a estas alturas nadie haya visto alguna de los cientos, o miles, de adaptaciones de todo tipo que se han realizado de la historia del señor Scrooge y los fantasmas de las navidades pasadas, presentes y futuras. De hecho, ni siquiera hace falta que sea una adaptación más o menos fiel del cuento, podemos encontrar su influencia en personajes tan variopintos como el famoso señor Burns de Los Simpson o en obras maestras absolutas del cine como es ¡Qué bello es vivir! o Ciudadano Kane.    Este mes toca un cuento de Navidad, pero si tuviera que buscar un subtítulo a esta presentación del autor y su novela incluiría en él una palabra que seguramente no pensaríais que apareciera en estas líneas.    Esa palabra sería exorcismo.    Un cuento de Navidad, el exorcismo de Charles Dickens.

XXIX EDICIÓN: UN CUENTO DE NAVIDAD de CHARLES DICKENS

El mejor ejemplo de personaje dickensiano: el propio Charles Dickens

No me puedo imaginar lo que tuvo que rondar por la cabeza de Charlie, un niño de doce años, durante la primera noche en la casa de la señora Roylance. Literalmente de un día para otro había perdido su feliz infancia, a sus padres y a sus siete hermanos. De un plumazo fue expulsado del confort de su hogar. Atrás quedaron los juegos y lecturas con los que su padre, John, entretenía a sus hijos y con los que comenzó a amar la Literatura; los cuidados de su madre; y hasta sus clases en el colegio, que ahora se transformarían en durísimas jornadas de doce horas de trabajo en una fábrica de betún para zapatos, la Warren's Blacking Warehouse.
    Este no es el comienzo de una novela de Dickens, como pueda ser Oliver Twist o David Copperfield, este es el inicio de la vida del propio Charles Dickens (1812-1870).
    Su padre, John Dickens, no era un mal tipo, todo lo contrario. Podría decirse que era el padre ideal. Cariñoso al extremo y hasta el mejor compañero de juegos de sus hijos, pero tenía un defecto que en aquella época victoriana te podía llevar a la cárcel: era un manirroto con el dinero. Se gastaba más de lo que ganaba y llegó un momento en el que le embargaron todos sus bienes y, además, ingresó en una prisión de deudores en Marshalsea. Si eso ya es terrible, como era costumbre, su esposa e hijos debían acompañarlo a la cárcel. Con una sola excepción: el mayor de los varones.
    Y ese era Charles Dickens que, para aportar su grano de arena para el pago de las deudas familiares, se quedó en casa de una amiga de la familia y comenzó a trabajar en una fábrica de betún para zapatos que era propiedad de unos parientes lejanos de su madre.
    Sin duda, cualquier niño se sentiría solo y angustiado ante ese cambio de vida. Pero lo que verdaderamente le haría sentirse totalmente desamparado llegó apenas unos meses después. Su abuela paterna falleció, dejando una herencia de 450 libras con la que sus padres pagaron gran parte de la deuda y salieron de la prisión. Con ello, Charles, pensó que su pesadilla había terminado, que sus padres lo rescatarían de la fábrica de betún para volver a casa.
    Sin embargo, parece ser que su madre no estuvo por esa labor y el pequeño Charlie continuó durante varios meses más trabajando doce horas diarias, entre suciedad, ratas y las miradas de los nobles ciudadanos londinenses que encontraban deleite viendo a través de las ventanas de la fábrica cómo trabajaban los niños. Años más tarde, Dickens afirmó: «Nunca olvidé, nunca olvidaré, nunca podré olvidar, que mi madre no ansiara mi regreso junto a ella».
    Ello marcaría su carácter para siempre. Charles Dickens había conocido muy pronto las garras de la miseria y que no podía esperar que nadie, ni tu propia madre, viniera a rescatarlo de ellas.
No tuve ningún consejo, ningún aliento, ningún consuelo, ninguna ayuda, ningún apoyo, de ningún tipo, de nadie, que pueda recordar.Charles Dickens

Un simple reportero

A principios de 1825, la familia de Dickens decidió a sacarlo de aquel infierno y volvió a escolarizarlo en una academia, eso sí, bastante humilde y regentada por un director más apegado al castigo físico que a la enseñanza. Apenas estuvo un par de años, hasta que consiguió su siguiente trabajo en un bufete de abogados como chico de los recados.       Pero, desde luego, la inteligencia de Dickens daba para mucho más. Afortunadamente, las exigencias físicas no eran las que exigía la fábrica de betún y aprovechó el tiempo para estudiar de forma autodidacta además de aprender cómo funcionaba el sistema judicial. Por otro lado, su carácter extrovertido y simpático le hizo desarrollar un fantástico don de gentes, con un especial talento para la imitación que le granjeó las simpatías de los abogados y clientes.
    También pudo dedicar tiempo a su gran pasión: el teatro. Acudía a cuanta obra se estrenara, aprendiéndose de memoria diálogos y monólogos de los actores. Ya adoraba la Literatura —a esa corta edad ya se había leído más de lo que cualquier otro joven se hubiera leído en el colegio, incluido el Quijote—, pero el teatro ofrecía algo más tangible: el entusiasmo del público. Función a función comenzó a imaginarse a sí mismo en lo alto del escenario recibiendo vítores de admiración y aplausos.
    Ese sueño se haría realidad una vez se convirtiera en escritor, pero para ello debía acercarse al mundo literario. Ese camino se inició aprendiendo taquigrafía en sus ratos libres. Una habilidad que le resultó muy útil a Thomas Charlton, un pariente lejano que era reportero independiente en el diario Doctor´s Commons, especializado en noticias de tribunales y juzgados. Durante cuatro años asistió a innumerables juicios en los que comprobó la nula respuesta que el sistema daba a los pobres.
    Pasó de ayudar a su pariente a escribir el mismo los artículos, aportando a los mismos un plus emocional, propio de quién había padecido en sus propias carnes la injusticia. La pluma se había convertido en su arma para denunciar y luchar contra la situación de las clases más humildes escribiendo crónicas judiciales y políticas que llamaron la atención de los editores de prensa.
    Pero otro hecho fundamental terminaría de conformar su carácter.
    La primera mujer de la que se enamoró perdidamente fue Maria Beadnell. Mantuvieron un romance de cuatro años hasta que llegó el momento de ir más allá: el matrimonio. Charles acudió al domicilio de la joven para pedir a su padre, un adinerado banquero de Londres, su bendición para la boda. Este le preguntó a qué se dedicaba, a lo que Dickens respondió que era un simple reportero de prensa. El resultado… bueno, hablamos de la sociedad clasista por excelencia, ¿no?
    El padre de María no solo se negó en rotundo que su hija se casara con un don nadie, sino que la mandó a París para evitar tentaciones.
    Este hecho marcaría profundamente a Dickens, le hizo ver que si realmente quería cumplir sus sueños esto solo iba a pasar por un solo camino.
    Ser una celebridad.
    Solo entonces su voz sería escuchada, sus denuncias encontrarían eco en la sociedad y ningún banquero osaría a menospreciarlo nunca más.

El escritor mediático

¿Cómo lograr la fama? Dickens hizo un repaso de sus principales aptitudes. Tenía don de gentes, sabía escribir muy bien y también tenía recursos para convertirse en actor de teatro. Esas eran sus armas y desde luego supo usarlas.
    Es curioso, pero todo el apoyo que le faltó de sus padres lo encontró en sus familiares. Si aquel pariente lejano lo introdujo en el mundo de la prensa, sería William Barrow, su tío materno, el que le ofrecería trabajo en The Mirror of Parliament. Cambiaba el juzgado por nada menos que la Cámara de los Comunes donde supo explotar su simpatía y extroversión para crearse una lista de amigos importantes compuesta por políticos liberales, editores de prensa y hasta escritores consagrados como Walter Scott. Por supuesto, esas oportunidades que se le abrieron no hubieran servido de nada sin su talento para escribir artículos de prensa que despertaban interés y que le llevarían a ser lo hoy día sería un influencer.
    Su vertiente literaria todavía no estaba definida en esta época. De hecho, su primer objetivo fue convertirse en actor, llegando a conseguir una audición en el Convent Garden. Parece ser que se preparó a conciencia, y seguramente hubiera sido contratado. Pero el destino, un resfriado para ser más exactos, le impidió acudir a esa importante cita.
    No perdería de vista su objetivo de ser actor, pero este quedó en segundo plano cuando escribió su primer cuento bajo el apodo de Bozz, Una cena en Poplar Walk en 1833, la primera entrega de la serie Skecth of Bozz (Bocetos de Bozz) que consistían en cuentos satíricos acompañados de ilustraciones caricaturescas de figuras estereotipadas, pero reconocibles, de la sociedad inglesa. El éxito de cada entrega fue tal que el público empezó a preguntarse quién era ese tal Bozz generándose un misterio parecido al de nuestra Carmen Mola actual.
    La repercusión popular hizo que la editorial Chapman and Hall lo contratara para repetir la formula con uno de los ilustradores más aclamados del momento, Robert Seymour. De esa colaboración nacería su primera novela Los papeles póstumos de Pickwick, en la que parodiaba desde figuras del deporte hasta filántropos millonarios. El éxito de cada entrega —se publicaba mensualmente en revistas— fue inmenso.
    La repercusión no se limitó al papel escrito. Dickens supo publicitar como nadie su obra y aprovechó sus dotes de actor para, además, leer sus textos de viva voz en espectáculos teatrales parecidos a lo que hoy día llamamos monólogos.
    Y no solo eso. Su olfato comercial le llevó a crear una de las primeras campañas de merchandising alrededor de una obra de ficción. Aprovechando el éxito de Los papeles de Pickwick lanzó toda clase de productos basados en ella: los puros Pickwick, naipes, figuras de porcelana, rompecabezas de Sam Weller (el protagonista) o un abrillantador de botas Weller. Este último producto sin duda debería hacernos ver la transformación del autor. No deja de ser paradójico que, habiendo trabajado de niño en la fábrica de betún, ahora usara este mismo producto para enriquecerse.
    En abril de 1836, formalizó su relación con Catherine Hogart, hija del editor del The Evening Chronicle, Dickens ya era alguien importante y bien posicionado económicamente y eso solo era el principio. En pocos meses comenzaría a publicarse Oliver Twist y más adelante Nicholas Nickleby.
    Para entonces, ningún banquero se atrevería a menospreciarlo.

Que todo el mundo sepa que una vez me quiso

Permitidme un salto hacia delante. La frase de este capítulo es de Catherine, la esposa de Dickens y madre de sus diez hijos. La pronunció en su lecho de muerte cuando legaba al Museo Británico la correspondencia con que mantuvo con Dickens. Esa tremenda frase ya nos hace ver que el matrimonio no tuvo un final feliz.
    Con el éxito de Oliver Twist y Nicholas Nickelby la marca Dickens ya estaba plenamente consagrada. Pero eso, que podría entenderse como símbolo de prosperidad, también tenía una cara B: la marca comenzó a esclavizar al propio Dickens.
    Tanto sus apariciones públicas, como su forma de escribir, debían ceñirse a lo que parecía que demandaban sus lectores y fans. Dickens se había convertido en una empresa y como tal empezó a actuar. Celoso de sus ingresos se postuló como el mayor luchador contra la piratería intelectual; diversificó las ediciones de sus obras para que no hubiera público que no pudiera comprarlas; negoció con las mejores imprentas y monopolizó los quioscos de las estaciones de tren para que sus novelas fueran omnipresentes. Además, por supuesto, de inmensas campañas publicitarias basadas tanto en su obra como en su figura.
    Tal era el apego a su propia marca y a la gestión de su floreciente economía que podríamos decir que el soñador dio paso al hombre de negocios; que el joven simpático se transformó en un tipo huraño; que el atento y cariñoso esposo y papá, se transformó en un distante, e infiel, marido y un severo padre. La emoción de su escritura dio paso a una escritura racionalizada, intentando imitar las fórmulas que le habían granjeado el éxito.
    En sus comparecencias públicas y en sus artículos seguía denunciando la pobreza e injusticia, también colaboraba con instituciones para pobres. Pero él ya no era un pobre, ni por supuesto deseaba volver a serlo. Esta etapa me lleva a preguntarme ¿hasta qué punto no usó ese compromiso político como una herramienta de márquetin para promocionarse a sí mismo?
    Dickens tal vez no se dio cuenta de ello, pero su público quizá sí. Sus siguientes novelas fracasaron a nivel comercial y con ello su cuenta de ingresos cayó en picado.
    En 1843, sus editores empezaban a ponerse nerviosos y a plantearse si su estrella se estaba apagando.
   Dickens sintió que el fantasma del fracaso y la pobreza volvía rondarle. Necesitaba un nuevo bombazo editorial, pero ¿cómo lograrlo?

El primer Cuento de Navidad

No esperéis leer cuándo se le ocurrió a Dickens la idea de escribir un cuento de Navidad en este apartado. Básicamente porque en 1843 no existía la categoría literaria llamada Cuento de Navidad. Había antecedentes de relatos cuya historia transcurría en Navidad como Los táleros de las estrellas (1812) de los Hermanos Grimm, El cascanueces y el rey de los ratones (1816) de E.T.A. Hoffmann o el más reciente de Nathaniel Hawthorne, Las hermanas (1839). Pero ninguno se catalogó como cuento de Navidad ni contaba con las características del mismo. El género nació con Dickens y la novela corta que hoy homenajeamos.
    ¿Y cómo se gestó la historia de Ebenezer Scrooge? Bueno, ¿recordáis lo que os comenté sobre lo de la palabra exorcismo?
    A principios de 1843, Dickens visitó la escuela Field Lane Ragged School. En ella y de primera mano conoció las condiciones de vida de los niños más desfavorecidos. Quizá sería más exacto decir que se reconoció en ellos, que trajeron de vuelta al pequeño Charlie que con doce años trabajaba en la fábrica de betún. Ese niño que se había convertido en un hombre de negocios obsesionado con el dinero.
  Dickens pensó en escribir uno de sus clásicos panfletos para denunciar el analfabetismo y las condiciones de los más desfavorecidos, pero eso ya lo había hecho antes. Y necesitaba publicar una novela.
    Y además de éxito.
  En octubre de ese año algo le llamó la atención. Las buenas gentes de Londres comenzaban los preparativos de la Navidad, una celebración que tras unos años en los que el puritanismo la redujo a un oscuro acto religioso volvió a florecer en el siglo XIX. Además, ese mismo año la reina Victoria anunció que añadiría a la decoración navideña de palacio un árbol bellamente ornamentado que era tradición en la Alemania natal de su marido, el príncipe Albert. Podemos decir que Inglaterra estaba borracha de Navidad. Así que Dickens pensó en una historia que estuviera ambientada en ella. ¿Pero quién sería el protagonista?
    Charles Dickens acostumbraba a escribir en una libreta nombres que le resultaban curiosos para utilizarlos en sus novelas. Repasando la misma dio con uno que recordó haber leído en una lápida: Ebenezer Lennox Scroggie. Parece ser que en esa lápida se añadió el apodo meal man (hombre de la harina), pero al transcribirlo, Dickens puso mean man (hombre egoista).
    Su historia trataría sobre un personaje egoísta y ávaro. Un tipo rencoroso y clasista al que le pasaría algo en Navidad, pero ¿qué podría sucederle?
    Fantasmas.
    En mi humilde opinión, Dickens se decidió por esas figuras espectrales porque eran lo más parecido al momento de epifanía que estaba viviendo, al impacto emocional que le hizo ver cuánto se había alejado de aquel niño desamparado, de aquel joven espontaneo y simpático, idealista y cercano. Los fantasmas eran la representación de su conciencia. Por supuesto, también ayudó que los relatos de fantasmas fueran ideales para encandilar al público, además de ser un género muy comercial en esa época victoriana.
    Con esos mimbres, Dickens inició un frenético proceso creativo de seis semanas. Un proceso no solo de escritura, sino de autoconocimiento en el que reflexionó sobre su propia vida. El fantasma de las navidades pasadas le mostró a Scrooge el propio pasado de Dickens; el fantasma del presente, el hombre en el que se había convertido. Y el fantasma del futuro, le mostraba el triste final al que le abocaban sus actos.
    Extenuado, Dickens logró que Cuento de Navidad fuera publicado el 19 de diciembre de 1843. A la semana se agotó la primera edición y se convirtió en un fenómeno literario de tal dimensión que no solo resolvió sus apuros económicos, sino que lo convertiría en una rica superestrella de la Literatura.
    Lo que le haría olvidar de nuevo a aquel niño de doce años.
CONCURSO DE RELATOS, XXIX Edición: CUENTO DE NAVIDAD de CHARLES DICKENS

CONCURSO DE RELATOS

Evidentemente, este mes de diciembre se trata de celebrar la Navidad y para ello deberemos escribir un cuento de Navidad hasta el 16 de diciembre para los relatos que participen en la modalidad de concurso y a partir de esa fecha hasta el 31 de diciembre para el caso de la modalidad fuera de concurso
    Por supuesto, también podéis participar con vuestras reseñas de la novela, de alguna de sus adaptaciones o bien con cualquier artículo relacionado con Charles Dickens o la literatura navideña.

BASES DE PARTICIPACIÓN: 

Tema: Un cuento de Navidad.  
Extensión: Máximo 900 palabras.
Plazo: Del 2 al 16 de diciembre de 2021.
Participación: Deberéis publicarlo en vuestro blog y añadir el enlace en los comentarios de esta entrada.
Votación: Los autores participantes deberán votar siete relatos otorgando siete puntos al que más os guste; seis, al segundo; y así sucesivamente. Se enviarán por correo electrónico a [email protected] del 17 al 26 de diciembre. No enviar los votos supondrá la descalificación del relato.
Premios: El 30 de diciembre de 2021 se celebrará la Gala de Premios anunciando los ganadores. Los tres primeros relatos recibirán un diploma digital acreditativo del mismo. Los diez primeros relatos se incluirán en la antología anual, edición en papel, de El Tintero de Oro.
    Todos los relatos participantes se recopilarán en formato ebook en la colección  ESCRIBIENDO A HOMBROS DE GIGANTES.
    Más información AQUÍ.

CONCURSO DE RELATOS, XXIX Edición: CUENTO DE NAVIDAD de CHARLES DICKENS

Si quieres puedes utilizar esta imagen para acompañar tu cuento de Navidad


RELATOS PARTICIPANTES (Convocatoria abierta del 2/12/21 al 16/12/21)

1. 

RELATOS fUERA DE CONCURSO (Del 18/12/21 al 31/12/21)

1.

OTRAS PARTICIPACIONES

1.¡Saludos tinteros!¡Y Feliz Navidad!

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