Revista Literatura

CONCURSO DE RELATOS XXVII EDICIÓN: MATILDA de ROALD DAHL

Publicado el 02 junio 2021 por David Rubio Sánchez
CONCURSO DE RELATOS XXVII EDICIÓN: MATILDA de ROALD DAHL
    El dolor de espalda lo estaba matando. Pero eso no impidió que, tras el desayuno, buscara el refugio de La Choza como lo hacía cada mañana; la casita de madera en la que fluían sus sueños, en la que vivían todos los personajes del universo que había escrito durante cuarenta años.    Se sentó en el sillón orejero y colocó la tabla forrada con un tapete verde sobre el reposabrazos. Mucho mejor. Era el único lugar en el que su maltrecha y ya vieja espalda encontraba descanso. Miró a su alrededor, como intentando encontrar la musa escondida tras sus libros y recuerdos. Se detuvo un instante en el retrato de Olivia, su pequeña, fallecida hacía décadas. Entonces reparó en uno de sus cuadernos. Un libro de ideas como él los llamaba.    Lo hojeó. En sus primeras páginas aparecieron los dibujos de aquellos duendecillos traviesos, un niño junto a un melocotón gigante; y otro comiendo la tableta de chocolate más deliciosa del mundo. También había recortes de periódicos. Uno le llamó la atención.    Eran fotos de ojos. Siempre le había maravillado la complejidad, rayana en la magia, de ese órgano humano. Siguió pasando páginas y se reencontró con aquella niña sin nombre que poseía un dedo mágico capaz de realizar descargas eléctricas. ¿Y si esas descargas le hubieran salido de los ojos? ¿Qué podrían hacer los ojos?    Dejó el cuaderno sobre el tablero y alargó el brazo hacia el estante de un armario donde guardaba sus cuartillas de papel amarillo. No llegó a alcanzarlos. Tendría que sacar la bandeja del reposabrazos, levantarse y volver a sentir el dolor en su espalda. Las observó intensamente, ojalá esa mirada pudiera obrar el milagro de mover las cuartillas y atraerlas hacia sí.    Algo chisporroteó en su cerebro. Eso le dio el ánimo para levantarse, recogerlas y volver a sentarse. Una niña con un poder telequinético, capaz de mover cosas con los ojos. Sí, eso podría funcionar. Ritualmente, sacó punta a los seis lápices y los colocó uno al lado de otro en el tablero. Recordó cuando hacía años les contaba sus cuentos a sus hijas antes de dormir y en cómo el interés que mostraban le servía de guía para saber si la historia iba a ser buena.    Ahora no contaba con aquellas excelentes asesoras. Ahora estaba frente a las cuartillas amarillas con la única compañía de sus seis lápices.    Y comenzó a escribir.

CONCURSO DE RELATOS, XXVII Edición: MATILDA de ROALD DAHL

    En el prólogo de una antología de sus relatos breves, Elvira Lindo apuntaba: «Dahl no es cruel, pero tiene muy claro quién es el malvado en un cuento y no muestra ningún interés en comprenderlo. Entiende la maldad como una característica que define por completo a un personaje y no trata de justificarlo psicológicamente».    Sin embargo, esa claridad frente a lo bueno y lo malo que se refleja en su obra, en absoluto podríamos trasladarla al propio Roald Dahl. Una persona compleja, con luces deslumbrantes y sombras de oscuridad absoluta. Como la vida misma, aunque sean muy pocos en este mundo los que hayan tenido una vida como la de Roald Dahl.

Un inicio típico de Dahl

    Un cuento típico de Dahl podría comenzar presentándonos a un niño hermoso, rubio, de ojos azules cuyos orgullosos padres le pusieron de nombre Roald, en honor al héroe noruego que conquistó el Sur más absoluto de la Tierra. Un niño alegre y espabilado rodeado de niños, de sus cuatro hermanos mayores.    Una familia feliz y acomodada que, dado el número de integrantes, decidió trasladarse a una gran casa victoriana en un pequeño pueblo de la localidad de Cardiff, Gales.    Allí transcurrirían sus primeros cuatro años de vida. Jugando en los jardines con sus hermanos, recorriendo las decenas de habitaciones de esa gran casa de campo convertida en un castillo de Disneyland. Sin embargo, cuando tanta dicha estaba a punto de contar con la guinda de un nuevo hermano el amargo viento de la desdicha decidió envolver a la familia Dahl.    Una apendicitis terminó con la vida de una de las hermanas de Roald. Pocas semanas después, la neumonía, y quizá la pena, se llevó a su padre, dejando cinco huérfanos y una viuda que, sola en una casa de campo decidió regresar a la ciudad a una casa más pequeña.    Allí el pequeño Roald fue escolarizado. En el colegio mostró un carácter rebelde y travieso que le llevaría a cometer fechorías como introducir un ratón en un tarro de dulces de una tienda. Ello le supuso que el director del colegio lo azotara. Por supuesto, ello indignó a su bondadosa madre que inmediatamente lo sacó de ese colegio.    Sin embargo, el pequeño Roald era ingobernable para su desbordada madre y con apenas nueve años decidió escolarizarlo en Sant Peters, un internado. Allí, Roald se sintió solo por primera vez en su vida.    Este podría haber sido el inicio de un cuento de Roald Dahl, pero como ya habréis intuido, es el inicio de su propia vida. Sin duda que sus estancias en los distintos internados conformarían no solo su personalidad, sino que le servirían de modelo para sus personajes infantiles. Niños que se rebelan ante lo que les rodea, niños a los que los adultos les han fallado y contra los que deben luchar para sobrevivir y hacerse valer.    Roald iniciaba con nueve años su primera gran aventura en su vida.

El niño que deseó crear la barra de chocolate más sabrosa del mundo

    A Roald, acostumbrado a hacer lo que quería, la disciplina de esa clase de colegios lo abrumó de inicio. Llegó hasta simular que padecía apendicitis para regresar a casa. Este detalle ya nos muestra lo pillo que era y también una personalidad que no dudaba en usar cualquier medio para lograr sus objetivos. Digo esto porque recordemos que su hermana falleció de apendicitis y simular que lo padecía le hacía pensar que ello tendría mucho efecto en su madre.    No le sirvió de nada, claro, así que tuvo que adaptarse al internado. Tuvo que aprender a sortear la disciplina y a hacerse fuerte no solo ante los profesores, sino ante los alumnos abusones que vieron en Roald la víctima perfecta. A esto último le ayudó no solo su inteligencia, sino su carácter, que pronto se hizo fuerte, y el desarrollo de una complexión física muy atlética que lo haría destacar en los deportes.    Todo ello alcanzaría su esplendor en su etapa en el Repton School, donde sería capitán del equipo de fives, un deporte parecido al frontón, y ayudante del prefecto. Sería en este colegio donde recibiría la inspiración de uno de sus cuentos más memorables.    Cerca del mismo se encontraba la fábrica de chocolates Cadbury y el dueño de la misma no tenía duda de que la mejor forma de comprobar el éxito de sus dulces era aprovechar a los niños del colegio cercano. Estos, por supuesto, aceptaban gozosos su papel de conejillo de indias. Dahl, que ya había desarrollado la determinación de ser alguien en la vida, se plantearía como objetivo el crear una barra de chocolate que asombrara a míster Cadbury. No lo llegó a conseguir, aunque desde luego que su Charlie y la fábrica de chocolate asombraría al mundo años más tarde.    En 1934, con dieciocho años, pondría punto final a su etapa de estudiante. Tras nueve años de internados, Dahl tenía todo un mundo que descubrir y no tardó en explorarlo. Con la Public School Exploring Society se pasó tres semanas de exploración en Terranova, una isla de la costa noroeste de Norteamérica, y tras ello entró a trabajar en la petrolífera Shell Oil Company, en la que tras dos años formándose, y destacando, fue enviado a la sucursal de Shell en Dar-es-Salaam, la capital de la actual Tanzania con un contrato de tres años.    Contrato que no podría cumplir.    La II Guerra Mundial lo impidió.
CONCURSO DE RELATOS XXVII EDICIÓN: MATILDA de ROALD DAHL

Al servicio secreto de Su Majestad

    Imagino que al leer el título de este apartado os habrá venido a la cabeza el mítico agente 007, James Bond. Bueno, sin duda no estará de más que mantengáis ese personaje en la cabeza porque no será la primera vez que aparezca en esta biografía de Dahl.    De momento dejemos las tramas de espías y volvamos a Tanzania, donde Roald Dahl veía con lógica preocupación el estallido de la guerra. Un evento respecto al que él no podía quedarse al margen, así que, en noviembre de 1939, dejó el lujo que le ofrecía su puesto en la petrolera y se alistó en la Royal Air Force británica donde se formó como piloto de guerra.    En 1940 fue enviado a Libia como miembro del Escuadrón 80, allí entró en combate a los mandos de un Gloster Gladiator. No sería el fuego enemigo, sino unas coordenadas erróneas las que le darían el susto de su vida, un error que le hizo quedarse sin combustible a mitad de camino con la consecuencia lógica de que su avión se estrellara en el desierto occidental del norte de África. Sufrió lesiones graves, entre ellas varias fracturas de vértebras lumbares que le provocarían una lumbalgia durante toda su vida. Estuvo seis meses ingresado en el Hospital Anglo-Swiss en Alejandría, Egipto. Eso sí, no perdió el tiempo.    Al principio mencionamos que era un niño guapo y un adolescente atlético. Ese atractivo no desaparecería con los años, lo que unido a su gusto por las mujeres y su carácter seductor le convertiría en todo un galán capaz de competir con Gary Cooper.    Y lo digo literalmente.    Bueno, pues en esa estancia hospitalaria le dio tiempo para mantener relaciones ocasionales con cualquier enfermera que lo atendiera. Relaciones que terminaron con el alta médica, claro.    Pese a las secuelas, Dahl volvió al combate, en esta ocasión se desplazó a Grecia para unirse al Escuadrón 80 volando con un Mark 1 Hurricane. Allí nuevamente salvó la vida de milagro.    El escuadrón estaba compuesto por 15 aviones, suficientes para enfrentarse a los italianos, pero totalmente incapaces para hacerlo contra el destacamento alemán al que se enfrentaron en la batalla de Atenas. Tras ese combate fue destinado a lo que hoy es Israel, pero allí su cuerpo dijo basta. Unos severos dolores de cabeza, además del dolor lumbar, le invalidaron para continuar en primera línea de fuego y tuvo que regresar a Inglaterra donde su madre le esperaba en la residencia de Buckinghamshire.    Que abandonara el combate en primera línea no significó que dejara de prestar sus servicios a Su Majestad. Era julio de 1941, la guerra todavía estaba lejos de terminar y en ella no solo se combatía en el campo de batalla.    Su hoja de servicio, su carácter, su inteligencia y su capacidad de liderazgo llamó la atención del MI6, el Servicio de Inteligencia Británico. Allí coincidiría con… ¿lo adivináis? Exacto. Coincidió con Ian Fleming, quien tiempo después aprovecharía su experiencia en el mundo del espionaje para crear el icónico James Bond.    Tras su formación como espía, el MI6 le asignaría su misión. Una misión adecuada a uno de sus muchos talentos. ¿Sería su inteligencia? ¿Su capacidad atlética? ¿Su experiencia militar?    Aunque tenía todo eso, era otro el talento que el MI6 pensaba aprovechar para sus intereses.    ¿Recordáis su estancia en el hospital de Alejandría?
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El mayor cocksman de América

    En abril de 1942 habían pasado cinco meses desde el ataque japonés a Pearl Harbor. Estados Unidos ya había entrado en la II Guerra Mundial y formaba parte de los países aliados. Pero en una guerra, el término aliado es muy frágil. Gran Bretaña no había olvidado las reticencias de Estados Unidos para entrar en el conflicto bélico y no estaba de más espiar a los amigos, además de a los enemigos.    Y ese sería el nuevo servicio que encargaron a Roald Dahl. Bajo el aséptico cargo de agregado aéreo adjunto fue destinado a la embajada británica en Estados Unidos, donde su campo de batalla serían las fiestas de la alta sociedad en las que su éxito con el sexo femenino podría suponer un poderoso canal de información.    La traducción del término cocksman vendría a ser el de “hombre sexualmente talentoso”. Y a fe que lo desarrolló en su aventura americana. De sus incontables romances, destacaron los que mantuvo con la congresista Clare Booth Luce, esposa del editor de las revistas Life y Time, y con Millicent Rogers, nieta de uno de los empresarios multimillonarios de la Standard Oil. Por no hablar de la amistad que entablaría con el presidente Franklin D. Roosevelt y la primera dama, Eleanor.    Esa vida social no solo le deparó un buen servicio a su cometido como espía, también le permitió confeccionar una agenda de contactos que sin duda le resultarían impagables en su futura carrera literaria.    Porque hablamos de Dahl por ser escritor, lo recordáis, ¿no?    Bueno, hasta ese momento no había publicado nada y su relación con la Literatura se limitaba a unos escritos privados. Y quizá así hubiera seguido de no conocer al autor británico Cecil S. Forester, cuya novela más conocida es La reina de África, gracias a la adaptación que dirigiría magistralmente John Huston y protagonizada por los monstruos Humphrey Bogart y Katherine Hepburn    Quién sabe si ese encuentro se produjo de madrugada, en cualquier salón de lujo, acompañados por un par de margaritas, el caso es que tras escuchar por boca del propio Dahl sus aventuras como piloto de guerra le animó a que los escribiera.    Roald le tomó la palabra y en agosto de ese mismo año 1942 publicó el cuento Derribado sobre Libia, de forma anónima, en el Saturday Evening Post. Esa publicación pareció despertar el gusanillo de la escritura e inmediatamente comenzó su primera novela, también ambientada en el mundo de los aviones bélicos, aunque con un componente fantástico de por medio.    Tanto como lo serían sus primeros lectores.
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La choza de las mil historias

    Seguro que habréis leído por ahí la importancia para un escritor de crearse un entorno apropiado para la escritura. Pienso que ese consejo está inspirado en la famosa Choza de Roald Dahl, una cabaña que construyó en el jardín de su casa y que incluía como escritorio un sillón orejero adaptado a sus dolencias de espalda.    Esa cabaña tendría que esperar hasta su regreso a Inglaterra, antes publicaría su primera novela basada en una superstición de la Fuerza Aérea Británica: Los Gremmlins, una especie de duendencillos traviesos capaces de provocar las averías más inesperadas en el peor momento. Mientras estaba escribiéndola, y gracias a contactos como la primera dama Eleanor Roosevelt, la idea llegó a Walt Disney, a quien le interesó para una película.    El proyecto no cuajó y la novela tendría un éxito muy modesto, y es que al parecer, en 1943, la sobresaturación informativa, y eso que no tenían internet, llegó a su límite y el tema bélico empezó a no interesar al público. A pesar de ello, Dahl publicaría su primera antología de relatos, también bélicos, en enero de 1946, Over to you, con menor aceptación todavía al haber terminado la guerra.    Un mes más tarde, Roald regresaría a Inglaterra y junto con su madre y una hermana se mudaron a Great Missenden, un pueblo de Buckinghamshire. Allí aprovecharía una cabaña de la finca para habilitarla como su despacho de escritura.    La primera novela que escribió en ella fue Sometime: A fable for supermen (1948), se trataba de una dura distopía en la que aparecía por primera vez en el género una explosión nuclear. Al ser publicada, el fracaso de ventas fue tan grande que Dahl abandonaría la idea de ser un escritor de novelas. Demasiado esfuerzo para poco premio. Así que se centró en la narrativa breve, con relatos de suspense y de giros y finales sorprendentes que publicaba esporádicamente en el periódico The New Yorker.    Comenzó la década de los cincuenta conociendo a la famosa actriz Patricia Neal, que venía de un romance con Gary Cooper y que ganaría un Oscar en 1963 por la película Hud, junto a Paul Newman, además de contar con un papel en Desayuno con diamantes (1961). El flechazo fue rápido y la boda se celebró en Nueva York como un evento social de primer nivel. Luego se comprarían una casa de campo cerca de donde vivía la madre de Dahl, tras rehabilitarla, la llamarían Gipsy House    Como una especie de regalo de bodas, en 1953 vería publicada su segunda antología de relatos, Someone Like You y ello le animó a construirse una cabaña parecida a la que se habilitó en la casa de su madre. La llamaría La Choza y allí se forjarían los sueños de los niños de buena parte del s. XX.    Pero antes, otro genio también inglés, llamó a su puerta. ¿Os habéis fijado cuantas celebridades han aparecido hasta ahora? Pues vamos a añadir otra más.    En esos años, Dahl se dedicaba a escribir relatos oscuros, de misterio y finales sorpresivos. Justo las historias que apasionaban a Alfred Hitchcock, claro. Desde 1955, el mago del suspense producía la famosísima serie Alfred Hitchcock presenta, en la que cada capítulo contenía una historia autoconclusiva. Alfred, siempre a la caza de autores noveles con buenas historias que vender a buen precio, se fijó en relatos tan potentes como Cordero asado, o el famosísimo El hombre del sur, que seguro todos conocéis, es aquel en el que un ricachón aburrido apuesta con un tipo que su encendedor no será capaz de encenderse diez veces seguidas y si eso sucede…     Bueno, creo que es mejor dejaros con la versión de 1985 que es la que he encontrado en castellano y en la que aparece el gran John Huston.

    Sin duda, Roald Dahl se convirtió en un maestro de la narrativa breve en géneros como el misterio, el terror e incluso la ciencia ficción. Pero de momento, ni rastro de la literatura que lo haría mundialmente famoso: la infantil.    ¿Qué faltaba para ello? Bueno, precisamente eso: niños.    Y estos le comenzaron a llegar en 1955.

El mejor autor de literatura infantil del s. XX

    En solitario o en compañía de unos pocos escogidos, en todo caso, creo que el título de este apartado no es en absoluto exagerado para Roald Dahl.   Sin embargo, para llegar a ello necesitaría el empujón de unos niños tan especiales para él como serían lógicamente sus hijos. En 1955 nacería Olivia; en 1957, Tessa; y en 1961, Theo. Si nos fijamos, no es casualidad que su primera novela infantil se publicara en 1961, nada menos que James y el melocotón gigante. Una historia que fue construyéndose noche a noche, justo cuando los pequeños se iban a la cama y Roald les inventaba cuentos sobre la marcha. Y como el año tiene muchas noches, a Roald se le ocurrieron muchas historias y el mejor público posible. El mejor y el más crítico.    Cuando iniciaba un cuento, valoraba el interés del mismo en función de que sus hijos le pidieran que lo continuara al día siguiente. Dahl anotaba esa historia en su libro de ideas y la desarrollaba durante el día, para comprobar por la noche si la misma era aceptada por sus hijos. De esa práctica, nació la historia del melocotón gigante y tras ella Charlie y la fábrica de chocolate, El dedo mágico, El superzorro… Un superventas tras otro que le harían dedicarse al género infantil casi en exclusiva, aunque sus hijos crecieran y ya no los tuviera como lectores beta.    Y eso que, lamentablemente, Roald Dahl recibiría muy pronto el mayor golpe que un padre puede recibir. El primero fue antes de publicar James y el melocotón gigante, cuando un coche se llevó por delante el carrito en el que dormía Theo, su bebé de cuatro meses, y que le provocaría como secuela una hidrocefalia. Un año después, el golpe sería mortal, su hija mayor, su adorada Olivia moriría de encefalitis. El dolor de esa pérdida lo arrastraría para siempre, pese al nacimiento posterior de sus hijas, Ofelia y Lucy.
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Matilda

    La novela que homenajeamos este mes fue la última que publicó.  Llegó en 1988 y la idea seminal se formó más o menos como hemos ficcionado al principio. Pero su escritura no fue sencilla ni rápida. Desde el principio tuvo claro que el niño sería una niña, dado que ya contaba con varios niños en su obra, pero la primera Matilda era un personaje muy distinto a la adorable niña que conocemos. El primer borrador nos presentaba una Matilda malvada que le hacía la vida imposible a sus adorables padres y que no dudaba en usar su poder e inteligencia para su único beneficio. Un personaje que al final encontraría el castigo en forma de muerte.    Desde luego que quienes hayáis leído la novela, esta imagen de Matilda resulta perturbadora. También se lo pareció a Dahl. Como diría en una carta a su hija menor, Lucy, al reconocer que había tirado tres meses de escritura a la basura.    Así que reescribió la historia tal y como la conocemos. Con esa niña encantadora, inteligente e incomprendida por sus padres zoquetes y acosada por la horrible señorita Trunchbull. Una niña con el poder de mover cosas con los ojos, aunque su verdadero poder es otro: su amor por la literatura.    En aquella época, todavía sin internet ni videojuegos, Roald Dahl sentía pavor ante el hecho de que la televisión pudiera monopolizar el tiempo de ocio de los niños. Por ello Matilda es una gran lectora, siendo ella su habilidad mágica y la fuente de todas sus grandes ideas,de su imaginación y de su valentía.    Era su homenaje y declaración de amor a la Literatura.
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XXVII EDICIÓN DEL CONCURSO LITERARIO

   Matilda era capaz de mover objetos con los ojos y ello sin duda le fue de gran ayuda para enfrentarse a sus padres y a la terrible directora de su colegio. Seguro que en esta edición conoceremos a otros niños con superpoderes aún más maravillosos que sabrán usar para hacer justicia, o quien sabe si para todo lo contrario.    Así que, para participar en la última edición del concurso de esta temporada, vuestro relato tendrá que estar protagonizado por un niño o niña que posea un superpoder y en cómo lo utilizará para resolver su conflicto personal. Da igual el género que utilicéis, ese niño podrá ser bueno, malo o regular. 

CONCURSO DE RELATOS XXVII EDICIÓN: MATILDA de ROALD DAHL

Si queréis podéis usar esta imagen para acompañar vuestro relato


BASES DE PARTICIPACIÓN: 

Tema: Un relato protagonizado por un niño con algún poder fantástico.  
Extensión: Máximo 900 palabras.
Plazo: Del 1 al 15 de junio de 2021.
Participación: Deberéis publicarlo en vuestro blog y añadir el enlace en los comentarios de esta entrada.
Votación: Los autores participantes deberán votar siete relatos otorgando siete puntos al que más os guste; seis, al segundo; y así sucesivamente. Se enviarán por correo electrónico a [email protected] del 16 al 25 de junio. No enviar los votos supondrá la descalificación del relato.
Premios: El 28 de junio de 2021 se celebrará la Gala de Premios anunciando los ganadores. Los tres primeros relatos recibirán un diploma digital acreditativo del mismo. Los diez primeros relatos se incluirán en la antología anual, edición en papel, de El Tintero de Oro.
    Todos los relatos participantes se incluirán en la revista digital EL TINTERO DE ORO MAGAZINE.
    También podéis participar de este homenaje a Roald Dahl con una reseña de Matilda o cualquier otro artículo relacionado con la autora. Dichos textos serán incluidos en la revista digital. Bastará con que lo publiquéis en vuestro blog entre el 1 al 15 de junio y dejéis el enlace en los comentarios de esta entrada.
    Más información AQUÍ.

RELATOS PARTICIPANTES (Convocatoria abierta del 1/6/21 al 15/6/21)

1. ...

OTRAS PARTICIPACIONES

1. DOMINIQUE, NIQUE, NIQUE... Relato fuera de concurso escrito por Isabel Caballero en su blog TARA
¡Saludos Tinteros!
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