Revista Literatura

Conducción decorosa

Publicado el 28 julio 2011 por Migueldeluis

Todo persona de abolengo que posea un vehículo automotriz precisa de un buen conductor. Lamentablemente, en las presentes circunstancias económicas muchos caballeros y damas han de prescindir de los servicios de un profesional. Nada hay de deshonroso en ello, pues el caballero que camina o cabalga también puede considerar apropiado manejar un vehículo, siempre que someta su conducción, como el resto de su vida, al orden, a la virtud y al decoro.

Las reglas del joven caballero

Huelga decir que un caballero ha de respetar la Ley y la Autoridad. Considerará éstas un mínimo sagrado e inquebrantable. Seguirá las señales y acatará a los agentes de la Ley porque su propia naturaleza le inclina a ello. En cuanto más quebrante las leyes más se apartará de sí mismo.

Una dama y también un caballero se conduce en la vida, y cuanto más un vehículo, siguiendo la norma fundante de la cortesía. Y ésta consiste en considerar las necesidades de los demás antes que las propias. Así de la misma manera que un niño bien educado no exige que se le sirva primero, una dama jamás interrumpirá la circulación a otro vehículo.

Un caballero sirve a los débiles. Por tanto, ¿acaso he decir algo de los brutos vulgares que ponen en peligro a los ciclistas?

Un caballero es siempre puntual, pero nunca corre. Para llegar a tiempo el caballero tendrá la mayor de las diligencias antes de emprender el viaje, por corto o largo que sea. Pero una vez en la carretera un caballero preferirá tener que disculparse por su tardanza que cometer la desgracia de apretar el acelerador como un vulgar peón carretero.

Una dama jamás duda en usar su indicador en cuanto advierta la necesidad de abandonar su carril. Si se sobresaltara por cualquier posible peligro en la calzada, usará igualmente los intermitente para librar de cualquier circunstancia desagradable a los demás conductores.

Siendo la templanza la virtud que marca a un caballero. ¿Cómo puede éste imaginarse bebiendo ginebra como cualquier glotón antes de emprender la marcha? Al contrario, se preciará de su virtud, no disculpándose ante el vulgo, sino apreciando a unos amigos de los que puede disfrutar de su compañía sin precisar de intoxicantes.

Más allá de las reglas

Los libros de urbanidad se destinan a los niños y a aquellas personas que se están iniciando en sociedad. Suplen las faltas de quienes se han quedado cortos y buscan superarse. Quien tratara, sin embargo, de salirse de estos márgenes tropezaría con sus propios pies. Es imposible encerrar en reglas la amabilidad para cada caso concreto que pueda acontecer en la carretera.

Por ello el primer deber de una dama o de un caballero que por gusto o necesidad conduzca es reflexionar frecuentemente sobre su propia conducta y, sometiéndola al juico de su conciencia, adoptar las modificaciones que ésta precise.

Porque, y ahora debo ser severo, el segundo paso de la arrogancia es la muerte.


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