Conecting people

Publicado el 12 abril 2010 por Rizosa
Estaba yo hoy haciendo algunas comprillas (que sin darme cuenta se convirtieron en cuatro vestidos, una rebeca, una falda y un regalo... ejem) cuando me dispuse a pagar en una tienda y vi que la cola llegaba hasta casi la puerta. Armándome de paciencia, ocupé mi puesto al final del todo y esperé durante diez minutos para que la cola avanzase medio metro. Entonces la chica que iba justo delante de mí empezó a quejarse: que si hay que ver, que deberían tener más cajeras, que no puede ser que haya que esperar a las once de la mañana de un lunes, blablabla... A lo que la mujer que estaba delante de nosotras, una madurita de esas a la moda que se compran las camisetas de lentejuelas en el Bershka, se volvió y nos dijo que es verdad, que no puede ser, que hoy en día con la crisis que hay deberían dar más trabajos a las jovencitas en paro, pobres. Y así se forjó una nueva amistad que duró lo que tuvimos que esperar hasta pagar: media hora.
Porque existen  y nos gustan las amistades pasajeras, de usar y tirar. Hay ocasiones especiales, ciertos momentos de circunstancias concretas en los que dos o varios desconocidos se unen conscientemente en amistad verdadera, aunque destinada a morir.
Hagamos un breve ejercicio de memoria y así sabréis de lo que hablo...
¿Quién no ha salido de marcha un viernes por la noche, y ha amanecido el sábado al medio día con un número de teléfono nuevo en el móvil? De todos es sabido que el alcohol une a las personas que las agencias matrimoniales: dos tandas de chupitos y el que bebe a tu lado se convierte en tu más mejor amigo. Incluso podríais llegar a vomitar juntos, escondidos tras un coche en la calle. Y nadie puede negarme que sujetarle el bolso a una chica mientras vomita es algo más íntimo que hacer guarrerías con ella...
O por ejemplo, el miedo. No hay nada más hermoso que compartir tus miedos con alguien a quien acabas de conocer: te obligan a subirte en la caída libre de Port Aventura, a ti que tienes vértigo y que eres de mareo facilón. Te sientas con las rodillas temblonas y a tu lado toma asiento otro chico con la cara pálida y los ojos húmedos. Le miras de reojo, te mira de reojo. Te dice: "joder, macho, si no fuese porque me obliga mi novia yo no me subo aquí ni loco". Sonríes y piensas que al menos si te da un infarto no estarás solo en el hospital, y te sientes mucho mejor.
¿Y qué me decís del frikismo? Las rarezas y peculiaridades que nos hacen diferentes también pueden hacernos conseguir amigos inesperados: te invitan a una fiesta a la que sabes que sólo irán pijos y/o gilipollas, y como has prometido que asistirás te resignas a pasar una tarde horrenda y miserable y apareces en el evento con cara de mártir indispuesto. Buscas con la mirada el sillón más apartado del resto, escondido tras unas cortinas, y sacas tus tomos de Crimson intentado evadirte mientras todos bailan Bad Romance y se menean estertóricamente imitando a Lady Gaga... y entonces aparece ella, una chica pecosa con gafas que se sienta a tu lado, abre mucho los ojos y te dice que justo ese tomo no lo encuentra por ninguna parte, que de dónde lo has sacado. En ese momento te sobra el resto del mundo y piensas que no te importaría estar casado con ella aunque fuese por unas horas...
Otra cosa que nos une continuamente es el malestar. Vas al médico y en los diez o quince minutos que estás esperando para entrar a consulta, llegas a conocer  la vida y milagros de cada persona que se sienta allí contigo: que si yo tengo un juanete que me está matando, que si a mi niña le pasó lo mismo pero vino y el doctor se lo quitó en un pispás, que si tengo un amigo que tuvo la gripe A... Y es que, además, nos ponemos a competir  en plan juguetón con ellos como si fuésemos colegas desde siempre, a ver quién tiene la dolencia más grave. Nos encanta presumir de males y el que está peor siempre gana, curiosamente.
Más cosas que nos ayudan a hacer amigos... La patria. Así, tal cual. Puede que en nuestra casa pasemos de patriotismos, pero quien haya vivido en otro país entenderá de lo que hablo... y más si allí se hablaba otro idioma. Vas al supermercado por primera vez a hacer la compra semanal,  pero no entiendes nada de lo que pone en los ingredientes de las latas puesto que acabas de llegar y  en inglés sólo sabes decir "gud mornin" y "mai neim is Bea". Buscas salsa de tomate, pero sólo encuentras latas azules de frutos exóticos que no te atreves a probar. Y entonces, cuando estás a punto de echarte a llorar y salir de allí derrotada, aparece una señora morena con cara de conquense que te dice "se nota que eres también de España, hija, porque yo casi lloro la primera vez que vine".  Y te señala la salsa de tomate, y no puedes contener la sonrisa y el agradecimiento y la invitas a tomar un té a la salida del súper, porque es la persona con la que descubres más afinidad de toda Inglaterra a pesar de sacarte treinta años y ser lo más parecido a una maruja choni que te habrías encontrado en tu barrio de Málaga.  (cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, lalalaaaa)
Seguro que si pienso un poco más recuerdo muchas más formas de amistades pasajeras, y vosotros ciertamente tendréis algunas más en mente ahora mismo. Pero sin duda mi favorita, la que más satisfacciones sorprendentes y ratos divertidos me ha ofrecido nunca es el hecho de pertenecer a una comunidad cualquiera: ser de una peña, abonado de un equipo de fútbol, hacer un deporte determinado, ser fan de alguien, coleccionar lo que sea, bailar salsa o merengue o tango o bachata, participar en competiciones de ajedrez,  chatear en irc, vivir en una caravana, ser gótico/emo/heavy/pijo/rockero, pertenecer a una ONG, ser religioso, pertenecer al reservado VIP de Pachá...  y, por encima de todas y en la que me incluyo, tener un blog. Cada una de las personas con las que me he topado en mi vida y que han reconocido escribir o leer blogs con asiduidad han sido mis más mejores amigos... aunque sólo fuese por unas horas y lo nuestro acabase cuando mi autobús llegase a la parada del  trabajo y nos separase para siempre.