Recuerdo estar sentada llorando en una esquina en ropa interior, mientras en mis huesos se colaba el frío. Tus brazos no me abrazaron, me sentí helada esperando a que me dieras calor. Recuerdo cuando te pregunte, si no me ibas a preguntar que me pasaba y porque lloraba tanto hasta tal punto en que se me entrecortaba la respiración. Tú siendo serio, y frío, y si sentir lastima por mi me contestaste que dejará de llorar y me fuera a la cama hacerte el amor. No te diste ni cuenta que lloraba porque no me amabas, ni me acariciabas ni había un cariño especial por mi. Que era lo que necesitaba, más caricias y no tantas heridas en el corazón. Te pedía un poco de amor para que me dieras, para sentirme querida y no usada por ti. Ser por una vez la princesa y no el dragón al que matan siempre en los cuentos. Todos los días repetía la misma rutina, me ponía en esa esquina a llorar esperando a que me dijeras o te dieras cuenta de que me sucedía algo. Pasaron días, semanas y meses yo ya me había consumido de tanto llorar. Solo quedaba mi cuerpo arrugado y sin alma en aquel rincón. La pared helada fue la única que supo aguantarme todas aquellas noches. Y tu seguías ahí, mirando el móvil y hablando con gente mientras yo me consumía. La habitación se inundo del agua de mis lagrimas de salvarme dejaste que me ahogara en ellas. Llegó otoño las hojas ya habían caído de los arboles colándose en mi habitación y arrastrándose por el suelo por el aire frió que había. Seguías ahí pero esta vez con el edredón tapado hasta el cuello, pero yo no lloraba ni estaba en aquella esquina. Estaba tomándome un te verde en la cama mirando el reloj de pared esperando a que las horas pasarán, había silencio solo se escuchaba las agujas del reloj. Tic, tac, tic, tac. Llegaron las doce de la mañana por fin me levanté de la cama y me puse ha meter toda la ropa en la maleta junto con las lágrimas derramadas de todas esas noches, mi tiempo, las hojas de otoño que habían por encima del parquet, mi vida. Ahí te fijaste en mi, después de tanto tiempo esperando alguna señal, por primera vez te diste cuenta que no solo estabas tu en esa habitación. Que había alguien más allí. Pero no abriste la boca, solo me miraste y volviste a meter la vista en el mobil. Así que cogí la maleta y me marché por esa puerta.
Recuerdo estar sentada llorando en una esquina en ropa interior, mientras en mis huesos se colaba el frío. Tus brazos no me abrazaron, me sentí helada esperando a que me dieras calor. Recuerdo cuando te pregunte, si no me ibas a preguntar que me pasaba y porque lloraba tanto hasta tal punto en que se me entrecortaba la respiración. Tú siendo serio, y frío, y si sentir lastima por mi me contestaste que dejará de llorar y me fuera a la cama hacerte el amor. No te diste ni cuenta que lloraba porque no me amabas, ni me acariciabas ni había un cariño especial por mi. Que era lo que necesitaba, más caricias y no tantas heridas en el corazón. Te pedía un poco de amor para que me dieras, para sentirme querida y no usada por ti. Ser por una vez la princesa y no el dragón al que matan siempre en los cuentos. Todos los días repetía la misma rutina, me ponía en esa esquina a llorar esperando a que me dijeras o te dieras cuenta de que me sucedía algo. Pasaron días, semanas y meses yo ya me había consumido de tanto llorar. Solo quedaba mi cuerpo arrugado y sin alma en aquel rincón. La pared helada fue la única que supo aguantarme todas aquellas noches. Y tu seguías ahí, mirando el móvil y hablando con gente mientras yo me consumía. La habitación se inundo del agua de mis lagrimas de salvarme dejaste que me ahogara en ellas. Llegó otoño las hojas ya habían caído de los arboles colándose en mi habitación y arrastrándose por el suelo por el aire frió que había. Seguías ahí pero esta vez con el edredón tapado hasta el cuello, pero yo no lloraba ni estaba en aquella esquina. Estaba tomándome un te verde en la cama mirando el reloj de pared esperando a que las horas pasarán, había silencio solo se escuchaba las agujas del reloj. Tic, tac, tic, tac. Llegaron las doce de la mañana por fin me levanté de la cama y me puse ha meter toda la ropa en la maleta junto con las lágrimas derramadas de todas esas noches, mi tiempo, las hojas de otoño que habían por encima del parquet, mi vida. Ahí te fijaste en mi, después de tanto tiempo esperando alguna señal, por primera vez te diste cuenta que no solo estabas tu en esa habitación. Que había alguien más allí. Pero no abriste la boca, solo me miraste y volviste a meter la vista en el mobil. Así que cogí la maleta y me marché por esa puerta.