Revista Diario

Confesiones de una máscara (I)

Publicado el 25 febrero 2012 por Encantada
Confesiones de una máscara (I)

Confesiones de una máscara, del japonés Yukio Mishima, fue uno de los primeros libros de temática homosexual que leí. En él, se narra la infancia, la adolescencia y la primera juventud del protagonista, que va explicando de una manera muy vívida cómo descubrió que se sentía atraído por los hombres.

Gracias a esta novela, supe que algunas experiencias de mi pasado, que siempre había considerado "extrañas" y probablemente ajenas a las del resto de las personas de mi edad, podían ser similares a las vividas por una persona que nada tenía que ver conmigo, excepto porque ambos compartíamos la misma orientación sexual. Aquello me impactó vivamente, y resultó determinante en el proceso de descubrimiento de mi propia sexualidad.

Algunas de las sensaciones que se describen en la novela son muy generales. Durante muchos años, no les di demasiada importancia, al considerar que serían comunes a determinadas personas que no necesariamente tendrían nada en común, más allá de una determinada manera de experimentar la vida.

Sentía [...] algo parecido al deseo de experimentar un dolor penetrante, una pena que atormentara el cuerpo [...], una sensación de "tragedia", en el sentido más sensual de esta palabra. Cierta sensación parecida a la de "abnegación", cierta sensación de indiferencia, cierta sensación de intimidad con el peligro, una sensación semejante a la de la mezcla entre la nada y el poderío vital.

Y aunque todavía pienso que hay algo de verdad en ese pensamiento, también creo que ciertas sensaciones son en realidad una forma de intuición, un confuso runrún en la cabeza que intenta sugerirte que algo no va como te han dicho que debería ir.

Parecía que mi pena por estar enteramente excluido de aquello siempre se transformaba, en mis sueños, en pena hacia aquellas personas y su manera de vivir, y que intentaba compartir su existencia solamente como méritos de mi pena. Si realmente era así, aquellas mal llamadas "cosas trágicas" de las que comenzaba a tener conciencia constituían solamente sombras proyectadas por los destellos de un presentimiento de una futura pena más dolorosa, de una exclusión aún más desoladora que todavía no se había producido.

No creo que a todas las personas homosexuales les haya pasado algo parecido, pero a mí, como a Yukio Mishima, me pasó. Cuando era pequeña, disfrutaba terriblemente jugando a ser una niña abandonada, huérfana, pobre. No me atraían nada otros juegos donde tuviera mucho dinero, o fuera una princesa, o una gran jefa de algo. A mí me gustaba jugar "a la tragedia", a la soledad, al destino aciago. Jugar a enfrentarme con todo ello para, finalmente, lograr superarlo.

Otra de las experiencias que sentí reflejada en esta novela fue la del nacimiento de la atracción sexual. Creo que, aunque en el plano afectivo me he sentido bastante perdida durante la mayor parte de mi vida, el objeto de mi deseo sexual me fue revelado desde el principio con gran claridad.

Bruscamente, puso sus guantes mojados por la nieve sobre mis mejillas. Me estremecí, echándome hacia atrás. Una primaria sensación carnal ardía en mi interior, marcando a fuegos mis mejillas. Mi di cuenta de que miraba a Omi con cristalina mirada [...]. Creo que ese fue el primer amor de mi vida. Y, si se me permite hablar con franqueza, diré que se trataba, sin duda alguna, de un amor íntimamente vinculado con los deseos carnales.

Para mi sorpresa, en este libro descubrí también la causa o, más precisamente, la excusa que yo misma me ponía para no dejar que aquellos primeros impulsos, tan puros y claros, cruzaran completamente el umbral de mi conciencia.

Pero, a pesar de ello, ya desde el principio, estos rudos gustos comportaban para mí una imposibilidad lógica, y a consecuencia de ella mis deseos jamás podrían convertirse en realidad. Como norma general, no hay nada más lógico que el impulso carnal. Pero, en mi caso, en cuanto comenzaba a compartir la compresión intelectual con una persona, mis deseos centrados en aquella persona se esfumaban.

Entiendo que esta experiencia no la comparten todas las personas homosexuales, afortunadamente. En mi caso, sin embargo, la posibilidad de relacionarme con una chica, las aficiones compartidas, la amistad, hacían que los deseos que pudiera haber albergado por ella desaparecieran de golpe. De este modo, nunca me enamoré de ninguna amiga, y mis impulsos sexuales, claros y sencillos, se transformaron en una suerte de fetichismo que sólo sentía hacia las chicas con las que no quería cruzar ni el saludo pues, por mucho que me gustasen, me resultaban invariablemente estúpidas.

Mi ciega adoración por Omi carecía de todo elemento de crítica consciente, y menos aún podía yo adoptar un punto de vista moral en lo que a él concernía. Y siempre que intentaba definir la amorfa masa de mi adoración mediante las limitaciones del análisis, aquella adoración desaparecía. [...] Se trataba de una actitud puramente inconsciente, de un incesante esfuerzo para protager mi pureza de catorce años del proceso de erosión. ¿Pudo aquello ser amor? [...] Lo menos que puedo decir es que mientras me encontraba en la escuela, principalmente durante una clase aburrida, no podía apartar la vista del perfil de Omi. ¿Qué más podía hacer cuando ignoraba que amar es buscar y ser buscado al mismo tiempo? Para mí, el amor era solo un diálogo de acertijos sin solución. Y, en lo tocante al espíritu de mi adoración, jamás imaginé que fuese algo que exigiera respuesta. [...] Con esto no quiero decir que considerase que aquellos deseos míos que se apartaan del comportamiento generalmente aceptado fuesen normales y ortodoxos. Y tampoco quiero decir que viviera dominado por la falsa impresión de que mis amigos poseían las mismas tendencias que yo. [...] Jamás llegué siquiera a soñar que los deseos que Omi inspiraba en mí estuvieran en modo alguno relacionados con las realidad de mi "vida".

Las palabras de Yukio Mishima iluminaron una parte de mis recuerdos con las pormenorizadas descripciones de su impulsos más concretos; sin embargo, para mí, lo más significativo de esta novela seguirá siendo cómo logró poner palabras a lo más difuso de mi experiencia, a eso que siempre pensé que en realidad no era nada y que a nadie más le habría ocurrido.

[...] En mi infancia me sentía agobiado por una sensación de temor al pensar que llegaría a ser adulto, y la conciencia de que iba creciendo estuvo siempre acompañada de una extraña y penetrante inquietud. [...] Era más que inquietud, era una especia de convicción masoquista, una convicción tan firme que parecía basada en la revelación divina, una convicción que me obligaba a decirme a mí mismo: "Nunca serás como Omi".

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