Revista Literatura

Confusión

Publicado el 22 mayo 2011 por Gasolinero

No sé si contraviniendo la jornada de reflexión, comienzo ayer a escribir esta entrada con un bolígrafo publicitario de uno de los partidos políticos que hoy van a obtener más votos. El estilógrafo no es gran cosa, debo reconocer, si las futuras actuaciones consistoriales y regionales de la formación coinciden con el trazo del boli, estamos aviados.

A duras penas aguantaré, entre las cantidades ingentes de tinta que brotan de la punta y el escaso deslizamiento de la misma, para referirte, compasivo lector, el siguiente relato.

Cuando la juerga y el alcohol aún resultaban graciosos, en una de mis frecuentes peripecias sociales, me encontraba tomando combinados en la discoteca que solíamos frecuentar, con el hijo de un policía municipal aparecido en un reciente relato. En aquellos juveniles años discotequeros, servidor empatizaba con todo quisque, las borracheras eran profundísimas y llenas de amor hacía mis semejantes, sin discriminar a nadie por ningún motivo. Todos éramos colegas, unidos férreamente gracias al señor Larios.

Tras atizarnos mutuamente durante dos horas, con una sangrienta perorata sobre las conspiraciones del sistema y como este, por mor del maléfico poder que detenta, comete las acciones más horrendas, decidimos cambiar de aires y sobre todo de barman. Salimos a la calle y nos encaminamos hacia el coche de mi compañero de juerga, un Dyane 6 blanco, el de la gente encantadora. Abrió las puertas, llave mediante, nos sentamos y arrancó el vehículo.

Entonces mi acompañante se quedó pensativo, reflexivo y callado durante varios minutos, que resultaron eternos, mientras mantenía el auto al ralentí. Tras ese impasse comenzó a mirar nerviosamente el cuadro de instrumentos y a meter la cabeza bajo el volante. Servidor mientras, observaba la escena desde la distancia que dan los gintonics. En un determinado momento el conductor afirma.

—¡¡Este no es mi coche!!

—No fastidies —le digo— si lo has abierto y lo has arrancado.

—No es mi coche —insiste— el mio no tiene una luz roja debajo del cuadro.

Nos bajamos a comprobar la matrícula y efectivamente, no correspondía la numeración con la que recordaba del suyo. Volvió a cerrar el coche y ocho o diez carros más adelante, en la misma acera, estaba aparcado el que ciertamente le pertenecía. Nos montamos y desaparecimos de allí, comentando la seguridad de las cerraduras de esa marca y modelo de vehículos, echándole la culpa, como no podía ser menos, a alguna artimaña del sistema con algún diabólico fin.

Estoy seguro de que todo esto pasó.

www.youtube.com/watch?v=amN8UynV5pA


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