Alguien es una persona importante y cotidiana, incorpórea, próxima, habitual.
Alguien habla de mí en el trabajo, pero Alguien me lo cuenta en un paseo informal para que yo sepa a qué atenerme con Alguien. Alguien, después, llegará a mi portal y buscará mi nombre en el buzón, dejando allí los sobres blancos y verdes que Alguien se preocupó de llenar de recibos no bien deseados. Alguien escribe los libros de recetas que Él no necesita leer cuando se afana en la cocina.
Alguien, silenciosamente, descubrió la combinación neperiana de mi contraseña en la red, mostrando su presencia invisible en forma de correos electrónicos no deseados. La carpeta amarilla a rebosar, mientras que Alguien me encuentra en las redes sociales, tras sugerir -por recomendación de Alguien- que tal vez quisiera ser amiga de tres usuarios.
Alguien está cerca de mí y Alguien me envía un mensaje a mi teléfono, que tintinea alegremente sobre la mesa, adivinando yo quién es. Alguien contesta a mi llamada de comida rápida y vendrá, Alguien, con el reparto de mi compra mensual de leche, yogures y galletas, puntualmente en los primeros días de la semana. Alguien, además, me reconocerá en el rostro ligeramente ovalado de Niña Pequeña y comentará que sus ojos castaños son similares a los míos, herencia de Alguien anterior a mí.
Mi vecino es Alguien no bien conocido por mí, pero sé que su nombre aparece en el visor, también, de su buzón. Alguien se marchó del piso de abajo, Alguien -delgado, joven- volvió para vivir de alquiler allí. Alguien es el padre y madre del bebé de la esquina que no llora por la noche, mientras que Alguien, tal vez, estará pensando en mí en este momento...