Revista Literatura

¿conoces el miedo?

Publicado el 08 abril 2021 por David Rubio Sánchez
¿CONOCES EL MIEDO?
    Creo que un elemento básico en nuestra caja de herramientas de escritura, como diría Stephen King, es una paleta de emociones lo más amplia posible con la que dar vida a nuestros personajes. En este sentido, leer libros de psicología para comprender las múltiples aristas de las emociones es quizá tan recomendable como leer manuales de escritura.
    Y hablando de emociones, ¿quién puede negar que el miedo es una de las más básicas? Así que he pensado que nos lo podríamos pasar de miedo —perdonad el mal chiste— conociéndolo un poquito más para así intentar mostrarlo en nuestros relatos, y más teniendo en cuenta que el mes que viene homenajeamos a Shirley Jackson y su La maldición de Hill House.

¿CONOCES EL MIEDO?

A veces nos da alas en los pies y a veces nos los inmoviliza y traba.Montaigne

ESA EMOCIÓN QUE PUEDE PARALIZARNOS O ACTIVARNOS

    Una emoción es una reacción repentina de nuestro cuerpo ante un suceso determinado. Imaginaos que estamos tranquilamente sentados en nuestro sofá y en ese momento nos llaman por teléfono para comunicarnos el grave accidente de un familiar, o por el contrario vemos en las noticias que el número ganador de la lotería es el nuestro… o escuchamos una puerta que se cierra en nuestra casa, estando solos. Dependiendo del hecho externo, nuestro cuerpo experimentará unos cambios fisiológicos que lo prepararán para dar una respuesta u otra. En el caso del miedo lo sentiremos cuando detectemos una amenaza real y concreta, como ese ruido en nuestra casa, la aparición de un terrorista armado, o la visita de un político, por ejemplo.
    Como la emoción básica que es, el miedo no depende de factores culturales o sociales. Da igual que pertenezcamos a una tribu del Amazonas, a un inuit, a un americano, a un europeo o a un africano. Todo ser humano manifiesta los mismos efectos físicos cuando siente miedo.
    Y esto es algo que nos viene genial para mostrarlo en nuestras letras.

¿CÓMO MANIFESTAMOS EL MIEDO?

    Los cambios fisiológicos que provoca una emoción deben ser breves en el tiempo, si se prolongan por días o semanas entonces hablaríamos de un estado de humor o un sentimiento, algo más relacionado con el carácter psicológico de la persona. Si esos cambios fisiológicos se convierten en habituales, el miedo dejaría de ser una emoción y se convertiría en una fobia, estrés o angustia.
    
¿CONOCES EL MIEDO?
¿CONOCES EL MIEDO?
    Todos estos cambios, tanto físicos como psicológicos, nos preparan para HUIR, ATACAR o PARALIZARNOS. Los músculos se tensan para prepararnos para la acción, sudamos porque aumenta la frecuencia cardíaca para que nuestro cuerpo esté listo para la acción, las pupilas se dilatan para abarcar más campo visual de acción, el vello se eriza para aumentar la apariencia de fortaleza.
    Vale, ya conocemos cómo sentimos y mostramos el miedo, pero ¿qué nos lo provoca?

¿QUÉ NOS PROVOCA EL MIEDO?

    Como especie con unos cuantos ciento de miles de años de evolución existen ciertos miedos que hemos interiorizado en nuestros genes. Miedos naturales, herencia de cuando nuestro entorno era el correspondiente al de los grupos de cazadores. Como, por ejemplo, el miedo a:
  • Animales. Tanto depredadores, por razones obvias, como reptiles, por aquello de que las serpientes nos podían sorprender cuando todavía dormíamos en árboles.
  • Alturas. El riesgo de despeñarnos.
  • Sangre. La sangre es un elemento que anuncia heridas o muerte.
  • Espacios cerrados. Lugares sin escapatoria.
  • Agua. Miedo a un entorno en el que somos vulnerables.
  • Tormentas. Miedo a los fenómenos naturales, incontrolables.
  • Desconocidos. El miembro de una tribu o un clan distinto al nuestro y por tanto enemigo.
    Todas esas situaciones nos generan un estado de alerta, las percibimos como algo que puede resultarnos peligroso según el contexto. Un desconocido en un centro comercial, no; pero un desconocido, en nuestra casa… Un perrito es adorable, pero si vemos que comienza a lanzar espuma por la boca… Una terraza con vistas al mar, pero si le faltan las barandillas...
    Aparte de estos miedos de fábrica, nos encontramos con miedos culturales y sociales. Aquellos que fluctúan según las épocas. Son inquietudes psicológicas, un temor a un supuesto y no mostrado peligro pero que tenemos ahí, en nuestra mente colectiva, como algo de lo que tenemos que estar alerta. Por ejemplo: Fin del mundo, brujas, espectros, psicópatas, enfermedades infecciosas, invasiones, la energía nuclear, el avance de la ciencia, el deterioro de nuestro planeta.
    Estos miedos culturales cumplen una función moralizadora o de regulación social que podría relacionarse con las bedtime stories, esas historias infantiles que contamos a nuestros pequeños antes de ir a dormir y cuya intención es advertirles de los peligros o actitudes a evitar: no hables con extraños, no desobedezcas a tus padres, no robes…
    Creo que fue Borges quien dijo algo así como que lo que diferenciaba a Poe de Lovecraft, es que el primero ahondaba en los miedos humanos; mientras que el segundo solo mostraba monstruos. Pienso como Borges. Para infundir miedo en la ficción no basta con crear un bicho atacando a inocentes víctimas. Con ello podemos conseguir crear el horror, pero no el miedo. Para que sudemos de verdad, para que una obra de ficción nos provoque que al acostarnos miremos debajo de nuestra cama, el monstruo o la amenaza debe que conectar con nuestros miedos más profundos, tanto individuales como sociales. Ello conseguirá que nuestra creación transcienda como lo hicieron los monstruos de la ficción que nunca pasan de moda.
¿CONOCES EL MIEDO?

¿CÓMO USAR LO QUE SABEMOS DEL MIEDO EN NARRATIVA?

    Conociendo el miedo bien podemos sacar algunas cosillas que podemos utilizar a la hora de escribir nuestro relato; bien para estructurar la trama, bien como una especie de efectos especiales.

TRAMANDO CON EL MIEDO

    El miedo, como toda emoción, tiene grados. No es lo mismo que un graciosillo explote un globo cerca de nosotros a que, de noche, un payaso con un globo se nos acerque por el pasillo. Esta graduación de la emoción nos puede resultar muy útil para ordenar la trama de nuestro relato con in crescendo que consiga llevar a nuestra historia del susto al pánico.
    Si el relato comienza con nuestro protagonista totalmente atemorizado por la presencia de un fantasma ¿qué vamos a contar después? Por un lado, no hemos dado tiempo al lector para que empatice con el protagonista con lo que le importará un pimiento lo que le esté pasando a un desconocido; por el otro, corremos el riesgo de que el lector no sepa situarse en la historia, y con ello arrastre problemas de comprensión que le lleven a dejar de leer. El miedo, mejor si se cocina a fuego lento, de menos a más.
    Así que podemos estructurar nuestro relato de acuerdo con los grados del miedo. Para que resulte más gráfico voy a partir del supuesto de que un gusano velludo sale del sumidero del plato de ducha:
  • Susto o sobresalto. Al ver al gusano, damos un respingo ante. Nuestra reacción es inmediata: cogemos una zapatilla y le atizamos.
  • Preocupación. Al día siguiente, salen otros dos gusanos. Los eliminamos y nos vamos a trabajar. Pero aparecen las rumiaciones. ¿De dónde salen? ¿Tendremos un nido en alguna parte de nuestra casa?
  • Ansiedad o temor. Siguen saliendo gusanos pese a que echamos lejía en el agujero no menos de veinte veces al día. Cada cinco minutos regresamos al baño para comprobar que no salgan más. Nuestro pensamiento se centra solo en ese sumidero. 
  • Miedo. ¡Dìez gusanos velludos salen del lavabo y entran en nuestro dormitorio! Sufrimos palpitaciones, sudamos, tal vez intentemos salir corriendo, pero antes miraremos el suelo y bajo las sábanas. No sabemos qué hacer. Contemplamos la hilera de bichos con los ojos y la boca abiertos.
  • Pánico. ¡Comienzan a subir por nuestra cama! Se  meten bajo las sábanas. El suelo está totalmente cubierto de esos cuerpos regordetes y peludos. Nos mareamos, nos cuesta respirar, queremos escapar de allí, pero al poner el pie en el suelo sentimos a los gusanos siendo aplastados con nuestro peso. Resbalamos. Y al hacerlo, permitirnos que esos seres asquerosos comiencen a reptar por nuestra piel, dejando surcos de baba, acercándose a nuestra boca…
¿CONOCES EL MIEDO?

MOSTRANDO EL MIEDO

    Los cambios fisiológicos o psicológicos que hemos visto nos servirán para mostrar el miedo al lector. Por supuesto, de manera verosímil y teniendo en cuenta si narramos en primera o tercera persona.
    Por ejemplo, si usamos la primera persona resultará raro decir algo así como: «Entonces sentí cómo se dilataban mis pupilas». ¿Alguien es capaz de ello? Pero sí podemos aprovechar los cambios psicológicos, como puede ser centrar nuestra descripción en la amenaza: «Escuché un ruido. Casi imperceptible. Venía de la puerta. El manubrio giraba. Lentamente.»
    También podemos usar la corriente de pensamientos para reflejar esos pensamientos acelerados, inconexos, y así intentar transmitir la ansiedad a nuestro lector: «La hoja del hacha que sostiene gotea sangre. ¡Dios mío! Mónica, ¿qué has hecho? ¡¿Por qué ríes?! No, no, no. La puerta está abierta. Solo haría falta que diera un paso a la derecha. Ríe. ¡Deja de reír! Soy rápido. Solo un paso a la derecha. Mónica. Mi vida. ¿Por qué? El jarrón. Tal vez si se lo tiro. ¡Deja de reír!»

USANDO MIEDOS CONSISTENTES

    Hay miedos ancestrales y otros que dependen de la sociedad y la época, lo hemos visto. Aquellos monstruos que han pasado a la posteridad suelen estar basados en un miedo reconocible y percibido por todos. Cuanto más profundo sea ese miedo, más potente será nuestro relato. No es lo mismo el miedo a la muerte, que el miedo a que se me acabe la espuma de afeitar mientras me afeito.
    Para encontrar miedos potentes podemos recurrir a las fobias que las hay de todos los colores. Por ejemplo, ¿os imagináis la vida de alguien que padezca una fobia a la fuerza de la gravedad? ¿Y qué me decís de alguien que padezca esa fobia a las cenas y esté invitado a una para conocer a los padres de su novia? ¿Irá o no? ¿Qué excusas pondrá? Partiendo ese miedo tan peculiar puede salirnos de todo, incluso historias que no sean de terror.
    También podemos recurrir a las leyendas urbanas, que son todo un catálogo de miedos de la sociedad actual.
    Y en cualquier caso, aunque parezca un poco de Perogrullo, es evidentemente que el monstruo o la amenaza siempre debe tener muy malas intenciones.

¡EFECTOS ESPECIALES!

    También existen truquillos narrativos para crear esa atmósfera terrorífica. En el cine son recurrentes y pienso que también pueden trasladarse a la escritura.

Reducción progresiva del perímetro de seguridad

    Es recomendable que la amenaza aceche a nuestros personajes poco a poco. Mostrarse, de inicio, como una mera posibilidad lejana hasta alcanzar el clímax al final del relato. Poco a poco, como los pasos escuchados en el pasillo cuya resonancia aumenta hasta plantarse en el otro lado de la puerta. Hay que dar tiempo al lector para que empatice con el protagonista, pero al mismo tiempo hacerle notar la amenaza.
    Por otra parte, para que la amenaza sea más intensa debe invadir nuestro espacio de seguridad. Gradualmente. Por ejemplo, asomarse a la ventana y ver a un tipo con un hacha caminando por la calle nos puede asustar. Pero él está fuera y nosotros seguros en nuestra casa. Ahora imaginad que ese hombre armado con un hacha se gira y nos mira a los ojos. Cada uno sigue en su sitio. Pero algo sucede, el monstruo nos mira. No sé quién dijo algo así como que el miedo no es ver a un fantasma, es que el fantasma nos mire. Pero subamos el nivel. Ahora estamos en el balcón, observando las estrellas. Entonces nos volvemos hacia la ventana y observamos que el tipo del hacha está dentro de nuestra casa.
    Creo que es una buena idea plantear el relato de terror con la idea de que la amenaza se presente de menor a mayor intensidad y de menor a mayor proximidad. En la historia de los gusanos, ¿era lo mismo cuando estaban en el baño a cuando subían por la cama?

Utiliza la cámara subjetiva, representa al ser humano como presa

    Este es un recurso cinematográfico. ¿Recordáis Tiburón? La tensión crece cuando de repente la cámara adopta el punto de vista del selacimorfo. Vemos a los pobres bañistas, riendo, jugando, inconscientes de lo que les espera. Nosotros conocemos la amenaza, ellos no. En narrativa este efecto podríamos utilizarlo cambiando el punto de vista del narrador. Por ejemplo, en vez de mostrar la escena de una plácida cena familiar desde dentro, mostrarla desde la ventana, desde el punto de vista del monstruo o psicópata, describiendo al padre entusiasmado en una conversación con su mujer, a los niños riendo, todo ello desde la perspectiva de ese ser que les observa desde la ventana mientras busca la manera de entrar en la casa.

Reducir la información sobre la capacidad de la amenaza

    Volvemos al cine. En Alien, el monstruo sale realmente en contadas escenas. El ambiente es claustrofóbico, la amenaza constante, pero la información acerca de lo que puede hacer el extraterrestre se nos facilita poco a poco. En El Exorcista, la niña no muestra de inicio toda su capacidad demoníaca. Algo en las sombras, pero presente, siempre es mucho más amenazador que si se muestra. De hecho, en las películas con monstruo el miedo suele desaparecer cuando este aparece con todo su poder al final en esa lucha contra el protagonista. El miedo es sustituido por el suspense por lo que pueda pasar.
    Así que retrasemos los fuegos artificiales hasta el final.

Usa el horror adecuadamente

    El horror tiene que ver con el asco y la repugnancia. Si nuestro relato es una sucesión de escenas dantescas no conseguiremos la zozobra o la angustia del lector. Al contrario, no solo terminará aburriéndolo, sino que la historia puede quedar en segundo plano. Pero desde luego, si se describen con brevedad y bien dosificadas, estas escenas en las que se detalla el acto de la agresión o asesinato pueden resultar muy útiles para generar tensión, para perturbarnos durante el resto de la trama, sabiendo hasta dónde pueden llegar a sufrir los protagonistas.

En Narrativa, la repetición es la nota musical angustiosa de las pelis de terror

    Otro recurso pillado del cine. En Tiburón, en Psicosis, en Halloween... En toda película de terror aparecen unas notas repetitivas y perturbadoras que anuncian la inminente aparición de la amenaza. En narrativa la música la compone la sintaxis, las frases. Y es con ellas con las que podemos conseguir esa sensación. Por ejemplo, una risita al comienzo de una escena puede indicar al lector lo que va a venir a continuación. Unas luces que titilan, una repentina ausencia de viento, una televisión cuya imagen se queda congelada. Elementos que puedan repetirse y que en el contexto adecuado puedan activar el estado de alerta del lector. Recordáis el palpitar en El corazón delator de Poe.
    Y vosotros, ¿cuáles son vuestros miedos?, ¿qué novela o película os ha provocado sudoraciones o mirar debajo de la cama antes de dormir?, ¿qué truquillos usáis para escribir relatos de terror? Y, sobre todo, ¿os salen gusanos velludos del sumidero del baño?

¡Saludos tinteros!

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