Revista Diario

Conocidos

Publicado el 01 septiembre 2010 por Dinobat
Eran días iguales de la historia, horas semejantes que pasaban sin cesar. La continuidad de lo igual nos acomoda o nos parte sin dejar. Se hace lo que se puede y se mira atrás tratando de darle forma a un conjunto de cuentos que se entrelazan entre sí, que no duermen, que se alargan internándose en el alma, en las almas de aquellos que pasaron por aquí. Aquella historia comienza como todas, con personas, gente que conocemos y conocíamos de antes, humanos que juegan al vaivén de la vida, almas danzantes que buscan, buscan algo que nunca encontrarán, y aún así no descansan, siguen pues de eso se trata, de moverse y no preguntar.
Caminaba por las calles de mi ciudad, aquella olvidada por el tiempo y la maldad, aquella que me vió crecer sin brindar su honestidad. Caracas siempre tuvo algo, es solo que lo perdió, o alguien se lo robó. A lo lejos de esta otrora metrópolis encausada y confundiéndose con una gran capa de smog y desilusión se veía una valla publicitaria con variados colores, colores que se manchaban de un triste gris, del gris que nos acompaña desde el vamos hasta el final, sin nunca preguntar si nos llegaron.
La curiosidad siempre me ha metido en problemas, quizás me ha llevado de la mano a querer saber, preguntar sin descansar o simplemente a olvidar. Caminando pausado y sudando por el calor propio de aquel Agosto me paré a tomar algo para calmar mi sed. Conversaba como suelo hacer con el dependiente del kioskito cuando al voltear la mirada la pude ver, iba cargada de energía y peroles, mezcla por demás aterrorizante cuando tu mente está figurando una manera precisa de saltar aquella cadena que impedía el paso al estacionamiento. Se veía determinada, lanzada, sin dudas en su mente y de un gran brinco se lanzó al estrellato.
Estrellada, más bien, en la calle quedó estampada. Debo confesar que una sonrisa afloró, pero ante la desgracia ajena no debemos disfrutar. Miles de artefactos rodaron por doquier, reglas y planos, un regalo envuelto en papel periódico, un disco de acetato de Eddie Santiago y un sweater prestado. Al intentar ayudarla a ponerse en pie sentí el peso de la vida marcando su quehacer. Bajaba la mirada tratando de ocultar una lágrima perdida, de esas que salen con destino desconocido, a pesar de saber su lugar de nacimiento.
Apenas pude alcanzar a preguntar si se encontraba bien, pues entre sollozos es difícil escuchar, tratando de darle poca importancia al asunto se incorporó e intentó seguir su camino para ahora doblarse un tobillo y caer de nuevo adolorida en el asfalto hirviente de aquella calle en El Rosal. Eran todavía aquellos días, de mi franela blanca y de mi china, cuando aún creía en la realidad, de darle razón a las cosas más que encontrar si suceden o no en este triste caminar.
"No aguanto, no lo soporto!, no puedo más!, dijo la dama aún aturdida por el golpe con el asfalto. Alguien tiene que ayudarme, la duda me está acabando, me está matando, esta incertidumbre es solo un bastión del daño. Siempre tratando de hacer lo correcto y los hombres haciendo trastadas a desparpajo, no es justo!, yo no le he hecho nada a nadie!, a nadie" gritaba ya enfurecida. Yo no entendía nada de lo que decía pero ella señaló aquella valla, una valla donde se podían ver a dos boxeadores en plena acción y luego se desmayó.
Al recuperar el sentido y sin mediar palabras me pidió que la llevara al aeropuerto pues tenía que saber de que se trataba todo aquello. Por un momento pensé que se trataba de una nueva modalidad de secuestros express pero al ver la rodilla ensangrentada de aquella pobre alma supe que nadie se auto-flagelaría de esa manera por un fin último. Sin tener nada que hacer como siempre accedí a trasladarla, subidos en mi viejo Chevette transitábamos aquella carretera olvidada por el planeta y la desidia clásica venezolana, en el camino me explicaba cómo debía encontrar la verdad, sin dejar de hablar de la última cartera que se había comprado con los reales de su marido, quizá solo buscaba el reflejo más real que todo aquello pudiera arrojar.
Al bajarse la noté muy nerviosa y decidí seguirla simplemente por mi innato deseo de meterme en problemas sin haber sido llamado. Por esas cosas que aún no logro entender y luego de convencer a tres Guardias Nacionales que debía volar a México para una reunión de la Liga Socialista Patriótica Revolucionaria Mesma Guarimbista estaba yo a los pocos momentos en un avión surcando los cielos hacia San Luis Potosí, lugar en el cual aquella pelea de boxeo tomaba forma.
Al llegar al lugar del magno evento la gente pululaba estruendosamente. La energía propia de las concentraciones, la maldad reinante y el diablo pululante. Sigilosamente me mimeticé entre la gente, guardando las distancias, esperando tranquilamente. Luces y algarabía reinaban en aquel monumental espacio. La multitud comenzó a entrar al escenario y por si fuera poco me puse a discutir con un charro con un gran sombrero y una botella de tequila en la mano acerca del estado del boxeo mundial. El charro algo volátil me empujó y lamentablemente tropecé con la dama estrellada quien con cara de pocos amigos preguntó que hacía yo en la lejanía.
Finalmente se decidió a hablar, y entre ruidos y gritos me explicó que debía colocarse en un lugar estratégico para ver con sus ojos lo que por años había temido encontrar. Tengo que saber si es fiel a mi persona dijo la dama, son muchos los viajes a las cuales no me deja venir, seguro hay razones para eso, finalmente sabré de que se trata todo esto. Escondidos cerca de la cabina de producción esperábamos por el desenlace esperado. En pocos momentos lo sabremos todo repetía sin parar, pero sus ojos no darían crédito a lo que vería en su pasar.
Las luces se centraron en aquel ring de pueblo, fabricado con materiales de desecho y una lona sangrienta. El anunciante del ring, vestido con un flux amarillo y una flor de lis en el pecho llamó a los boxeadores a grito pelado, cada uno con su apodo de espectáculo, en una esquina “El Gallardete”, un charro mexicano gigante, descomunal, musculoso, con dentadura postiza y una actitud de guerrero azteca desposeído de su amada por una maldición ancestral y en la otra esquina “El Salsero Norteño”, un pequeño y diminuto ser con barriga profesional que movía las manos atrapadas en aquellos guantes rojos con gran velocidad.
La dama se llevó la sorpresa de su vida, el susodicho no era productor como siempre le había jurado, pero otro tipo de “or” muy distinto, en mi pueblo conocido como boxeador. Las dudas de la dama llegaron a su fin en un instante, aquel hombre el cual había pensado jugaba con andanzas solamente pensaba en jugarse la vida para darle forma al caminar, al pasar de los días y las horas, para brindar estabilidad en un universo donde cuesta el andar.
La campana sonó y los boxeadores se entrelazaron entre puños penetrantes. “El Gallardete” comenzó a golpear al diminuto hombrecillo que solo trataba de correr por el ring escondiéndose de los golpes de hierro que la vida pretendía encaminar. Después de un round feroz y varios golpes aplomados “El Salsero Norteño” cayó tendido en la lona. No pude soportar y sin pensarlo aparté a cuatro mexicanetes que gritaban enardecidos, mátalo!, mata al mequetrefe!, liquídalo! y corriendo me subí al ring a tratarlo de ayudar. El solo alcanzó a mirarme, y luego de emitir varios sonidos parecidos a unos ronquidos nucleares sonrió para luego descansar.
Mi vida nunca ha sido real, así que verme en un ring combatiendo al “Gallardete” me pareció solo un guiño más de normalidad. El mexicano poseído por Satán se reía al verme frente a él y profería insultos nunca antes escuchados por la pérfida humanidad. Esta vez mi china había quedado en su baúl y sin pensarlo dos veces tuve que enfrascarme en aquella batalla dantesca. El voraz mexicano repartía golpes a diestra y a siniestra mientras cantaba rancheras de bar de mala muerte y mostraba sus dientes de oro acusando el pasar de los años, del vivir.
Por momentos pensé que mis días habían llegado a su fin, que por metiche terminaría tendido en una lona de un ring de boxeo de pueblo, un final triste, como siempre pensé sucedería. Con aquel desastre armado y en medio de este mundo alocado comencé a cantar una canción de Flans, “no controles!, no controles!, no controles mi forma de mirar!...”, el único grupo mexicano que mi mente pudo procesar después de haber recibido una tunda de golpes sin cesar. “El Gallardete” enfurecido por considerarlo una burla se abalanzó hacia mi ser para acabar con mi miseria pero una gota de mi sudor lo hizo resbalar cayendo directo en mi codo y mandándolo al lado oscuro.
Las serpentinas caían del cielo, la música aturdía los tímpanos, cargado por una multitud enardecida me llevaron en hombros a lo largo del camino, con miradas que buscaban un nuevo héroe, con aquellas ganas de encontrar. Después de bajarme de aquellos brazos y ser manoseado por la multitud, un señor bien vestido se me acercó y me entregó una correa de campeón, y un sobre con dinero en efectivo, el cual me juró no provenía de Ciudad Juárez. Me estrechó la mano y se limitó a preguntarme que cuando regresaba a defender mi corona. Como siempre he sabido hacer, con la confusión ataqué, y sin pensarlo escapé para perderme en el saber.
En un pequeño cuarto con una luz blanca muy tenue encontré al “El Salsero Norteño” con su amada. El boxeador aún algo atontado y la dama me agradecían mi acto de valentía para salvarlo de “El Gallardete”, yo sin mediar palabras me saqué el sobre del bolsillo y lo coloqué encima de la barriga del boxeador junto a la correa de campeón. Un minuto de silencio se apoderó de aquel lugar, entendemos lo que queremos y hacemos lo que debemos. Me volteé y seguí por donde vine.
De regreso en mi ciudad prendí de nuevo el celular, varios mensajes hacían referencia a la valla, a la misma valla de colores, en donde mi foto con correa de campeón en un ring de boxeo los hacía preguntarse, preguntarse de que se trata esto, aquello o todo, si es real o la verdad?

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