Conquistó una tierra, miró un cielo que no era el suyo. Ella, miró un forastero que llevaba puesto en sus ojos, cansancio y pasión.
Imagen tomada de la web
Él, invitó a sus huestes, a manchar los caminos que estaban frente a sus vistas. Ellos, desprendieron con cada pieza, el trozo de inocencia que brillaba, más que cualquier oro.
Quién lo creyera!, el conquistador, lloraba amargamente sin que nadie lo viera. Había conocido un tesoro, hermoso e imponente, sumido en esa tierra, misteriosa, lejana e intensa.
Ella tomó sus lágrimas, y envolvió las suyas en ella, para fundir en los dos llantos, perdón y tranquilidad en los corazones. Él tomó su mano, acarició con ella su rostro. Entre susurro, juró que no regresaría, y jamás hablaría de aquel paraíso, escondido entre las montañas.
Imagen tomada de la web
Ella, entendió el lenguaje corporal, y lo recibió como palabras exactas. Esas palabras, penetraban su inocencia y conmovían las fibras profundas de sus emociones.
M-Sánchez