Conquistar la tertulia.

Publicado el 12 marzo 2018 por Marga @MdCala

Hoy leo el artículo de Joaquín José Herrera del Rey para Diario de Sevilla, y no puedo sino coincidir con él en todo: la tertulia, durante la comida y la sobremesa, es un bien en peligro de extinción. Ocurre en buena parte de los bares y restaurantes de Sevilla (y provincia), como supongo también en la mayor parte de los bares y restaurantes del mundo mundial.

Hablo de la tertulia: ese acto de conversar con tus semejantes en un tono de voz suficiente, de forma tranquila y reposada, sin prisas, sin otra mesa tan cercana que puedas coger su pan, y sin excesivas interrupciones. Lo habitual, ahora mismo, es que entres en un local donde el guirigay reinante apenas deje oír la voz del camarero al acercarse; en el que exista una competición de carcajadas para ver quién la suelta más alta, un sitio donde el pitido de los móviles sea la música ambiental, en el que tengas que ser mezzosoprano si quieres que te escuche el de enfrente, y donde es probable que debas recurrir al rezo para que no te toquen un par de chiquillos maleducados (con sus correspondientes maleducados padres) justo al lado… Sobre esto recuerdo siempre a mi madre (hace un siglo cuando yo era niña), advirtiéndome de que “no se debe correr entre las mesas, porque se molesta a los demás”. O eso ya no se les dice a los niños, que se trauman, o el ruido de fondo me impide a mí escucharlo…

¿No os ha pasado que al salir de un circo de estos deis las gracias por la paz de la calle? ¡Sí, de la calle! Muchas veces hay más calma en la vía pública que en un comedor, y si esto es normal que venga quien quiera y lo vea (como yo). Escandaleras aparte, también tenemos las prisas (el otro supervillano de la tertulia): yo, personalmente, cuando salgo a comer con alguien (vamos, con mi marido) no quiero tener presiones de ningún tipo, porque en ese caso ¿para qué salgo? De hecho, la mayor motivación es poder hablar con tu compañero de mesa sin estorbos tales como teléfonos, televisores, horarios y estreses diversos. Pues no: hay locales -de cierto presunto nivel- en los que te dan un máximo de dos horas (si reservas en punta) para que engullas, cuentes dos chistes, propines, y te largues con tormenta fresca, que te quitan el mantel al estilo Copperfield y te dejan con la palabrita al aire. Y luego nos preocupan las gallinas enjauladas (que a mí me preocupan y ya solo compro huevos libres…).

No hace mucho coincidimos en un restaurante con un afable torero que llegó a almorzar con su familia. Campechano como él solo, nos soltó un “buen provecho” al acercarse (algo que no se debe hacer, pero se agradece), pues nosotros ya estábamos tragando, digo comiendo. Bien: emplearon unos 30 minutos en su amantelada jaula y se fueron visto-no visto. La mayoría, también. Allí nos quedamos nosotros dos, pobres náufragos de la tertulia, mirándonos extrañados ante la espantada avícola. La gente no había estado disfrutando durante el breve lapso de su visita: había estado gritando, voceando, movileando, postureando, tragando y largando a toda velocidad. En domingo. Me pregunto adónde irían con tanta bulla, si aún no era el de Ramos…

Desde aquí hago un llamamiento a quienes conozcan -creo que entre mis amigos y afectos debe haberlos- bares y restaurantes recomendables, donde la tertulia sea la conquista de sus dueños; donde el griterío, la carreras y los golpes no sean ley, y donde el tiempo no marque las horas en forma de amenaza de despido. Desde ya, mis más apetitosas gracias.

La entrada Conquistar la tertulia. se publicó primero en Marga de Cala.