Revista Diario

Consecuencias del “voy a ordenar”

Publicado el 06 agosto 2012 por Siempreenmedio @Siempreblog
Entrada del concierto de Génesis en Knebworth, Londres.Aquella foto carné del chico que te gustaba en el viaje de octavo de EGB o el ticket de 500 pesetas de la Cueva de Nerja de la que no recuerdas nada; la entrada del primer concierto al que tus padres te dejaron ir sola con tus amigas cuando tenías 15 años; la tarjeta mensual del transporte público que cogías en Sevilla para ir a la facultad; la acreditación universitaria del amigo de la infancia de tu primer novio (?); el tapón de la botella de champán del fin de año 90-91 (??); la tierna carta de tu abuela en la que te mandaba tres mil besos para que volvieras pronto a casa en Navidad; un almanaque de 1994 con la letra del himno del Club Deportivo Tenerife (???); el típico posavasos en cuyo reverso tus amigas te escribían una chorrada tras otra…Fue tan brutal la regresión al pasado que sufrí hace unos días en un arranque de limpieza, que aún hoy me recupero del impacto. Claro, esto pasa por no tirar nada y por no ignorar esos deseos estúpidos que a una le dan de vez en cuando cuando le asalta la fiebre del “voy a ordenar”. Que no, que eso hay que hacerlo sin recrearse en cada detalle, cogiendo las cajas sin mirar y lanzándolas al contenedor de papel. Pero no, en el fondo una fuerza interior te dirige a detenerte en ese peinado terrible que tenías en el carné del gimnasio de hace doce años (sí, aquel que te hiciste un lunes y no volviste a usar dos semanas después) o en aquella nota de tu colega en la que te deseaba suerte para el examen de septiembre y cuya posdata era “juye de los cobaldes” (literal).Pero de pronto, inmersa en aquel enorme desorden, sentada en el suelo rodeada de papeles, fotos, viejos apuntes, diskettes de 3,5 pulgadas o antiguas acreditaciones de prensa para el Carnaval, encontré la ENTRADA, con mayúsculas, aquella que me permitió el acceso al primer concierto de mi vida en el que ¡nadie me empujó! Reconozco que aquella experiencia me marcó, porque disfruté de un gran concierto sin la sensación de asfixia, lipotimia o aplastamiento. Entendía que era posible ir a un recinto con nosecuantasmil personas ¡y estar a gusto! Fue tal la emoción de aquel hallazgo que me fijé bien en la fecha y me quedé petrificada: se cumplían justo ese día 20 años de aquel 2 de agosto de 1992. Veinte años de aquella aventura no solo musical, sino vital en sí misma. Entonces pensé que no había sido tan mala la idea del “voy a ordenar”, aunque la satisfacción habría sido completa si hubiera encontrado también la foto de la fiesta de fin de año en que las hombreras dejaron de tener vida propia.

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