
La vida es un proceso más o menos largo por el que todos pasamos y aprendemos a vivir. Las circunstancias van llegando una a una exigiendo que aprendamos a manejarlas y aprendamos la lección que traen consigo. Al final, supongo que dure lo que dure la vida todos llegaremos a ese momento mágico de, por fin, aceptar nuestra realidad…
Parece sencillo, pero aceptar la realidad no es siempre fácil. Antes debemos saber que la realidad de cada uno de nosotros es distinta y específica. Depende de nuestra percepción, por tanto es subjetiva. Por eso no hay mejor interpretador de nuestra realidad que nosotros mismos, pues nadie más sabe a ciencia cierta qué sentimos en nuestro interior. Y saberlo reconocer tampoco es fácil…
Quizás el primer paso sea desenmascarar la realidad de lo que somos y sentimos, es decir, sacarnos de encima la ficción de lo que creemos ser, que nosotros mismos nos hemos creado o que los demás nos han impuesto sutilmente, sin saber quiénes somos en realidad. Los padres demasiadas veces creemos tener una idea clara de cómo son exactamente nuestros hijos, a los que afirmamos querer, sin habernos siempre preocupado por conocerlos bien. A nuestros hijos les regalamos la ilusión de ser lo que nosotros quizás quisimos llegar a ser. Nos miramos a nosotros mismos en ellos, sin ver lo que ellos en realidad son. Les invitamos o forzamos a ser como a nosotros nos gustaría que fueran. Y amar es respetar, respetar lo que ellos son, en realidad.
Aunque es humano desear lo mejor para quien más amamos, respetar es aceptar que cada quien es como es, aunque no coincida con nuestra idea de lo mejor para él. Amar, en este contexto, es comprender, aceptar y respetar cómo es cada quien. Se ama al otro, no a la idea que tenemos de él! Es como amar a la vida por lo que es, no por lo que creemos que es…
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