Filipenses 4:13
Me sentí aliviada cuando dejé de tratar de ajustar la manera de vivir que me viene bien ahora, a la manera de vivir que tenía. Esto implica cosas simples como no esforzarme en coincidir con amigos para ir a tomar café: mi horario de mamá y mi estilo de crianza difícilmente van a ser compatibles con el modo de vida de personas solteras sin hijos. También implica cosas mucho más complejas, como reestructurar la dinámica familiar. En general, se trata de aceptar que no importa lo bueno que haya sido algo, ahora las cosas son diferentes. Cambio lo que me conviene cambiar, y si algún cambio me parece penoso, lo hago poco a poco, sin recriminarme por lo que tarde en hacerlo -o por no conseguirlo-.
El "sin recriminarme" es fundamental. Cada día, me absuelvo por los fallos y las faltas. Empecé haciéndolo varias veces al día, y al cabo de un par de semanas, dejé de sentir la necesidad de hacerlo a menudo, porque dejé de definir múltiples incidentes como "fallo" o "falta"; las inconsistencias empezaron a volverse parte de un vaivén que no me genera malestar. Dejé de pretender ser una mamá perfecta; porque según yo, no pretendía serlo; pero la culpa por lo "mal hecho" revelaba que en el fondo había algo -o mucho- de eso.
Estoy de mi lado y pongo un límite tajante a lo que pueda perturbarme; lo pongo como puedo, aunque no sea de la mejor manera. Incluso relaciones con personas a las que amo, son recolocadas. Me explico con un ejemplo: hay una mujer con la que conversaba mucho; entre nosotras no hay sino buena voluntad; sin embargo, sus comentarios solían ser descalificativos: en broma, con ligereza; no ha hecho sino cosas buenas por mí, pero esos comentarios me hacían sentir mal. De aquí a que mi evolución interior haga que de verdad no me afecten esos comentarios, reduzco la cantidad de nuestras conversaciones, y las mantengo en áreas seguras. Estoy de mi lado en mi vulnerabilidad y en mi limitación, y me rodeo de personas y cosas que me acogen y apoyan, y no solo me dan amor, sino que me lo dan del modo en que lo necesito.
Así que tengo una nueva relación con mis límites. Estoy convencida de que pueden moverse para que yo me expanda, pero los reconozco y no me peleo con ellos: al contrario: los aprecio porque me dicen cosas de mí, y sé que me han servido.
Tengo clara conciencia de la velocidad con que B crece; sé que al ratito demandará mucho menos mi presencia, así que disfruto y me entrego a nuestros momentos. Me doy gusto con ella, conmigo, con nuestra relación y con su relación con su papá. Esta actitud es muy útil ante líquidos derramados, sábanas ensuciadas, planes abortados, etcétera, etc. Sonreír y reír con mi hija arregla muchas cosas... Para cuando amenaza el agobio, tengo en mente el mensaje de Miriam Tirado, "Respira", y sigo su consejo: respiro, observo, no pienso, enfoco las manitas o los pies de B, y comprendo que no tiene más recursos que los que utiliza, estridentes y rudos, y que está necesitando amor; sobre todo, recuerdo que la amo.
También me doy gusto con lo que no tiene que ver con ella. Tengo menos tiempo para mí, y sin embargo, hago lo que se me antoja más que antes. Me rodeo de lo que me hace bien.
Así he conseguido días alegres en los que cada cosa armoniza con la otra; B reacciona a mi estar en calma, la pasa bien, se deja hacer y se divierte.
Así también sorteo momentos malos. Porque hay veces que me aferro a que las cosas sean de un modo en que no son, y me frustro y molesto a mi hija. Entonces me siento culpable, y ocupada en mi culpa, le pongo menos atención efectiva, lo que hace crecer tanto su molestia como la culpa. Me puedo sentir mal, o directamente una mierda. Me veo hecha un desastre, veo la casa hecha un desastre y a mi niña completando la escena toda chorreada y haciendo algo que debo impedir que haga, o llorando porque acabo de impedir que haga algo que estaba haciendo porque no fui previsora. Siento cómo me arrastra una cadena de hora de teta al despertar - hora de almorzar - teta de mañana - hora de comer - teta de tarde - un poco más de teta - hora de cenar - teta hasta que caiga de sueño que bien puede ser dos horas después de empezar con la teta de dormir... He llegado a gritar. No a ella, pero con ella por ahí, que escucha. Muy pocas veces, pero lo he hecho, y ni siquiera me desahoga: me da vergüenza e inquieta a mi niña. Pero así es la cosa... Me dijo alguien que las mamás más armónicas y en paz que conoce, no están criando a sus hijos. Me queda claro que hay muuuchas mamás que no conoce, pero me quedo con esa idea, de aquí a que me siga siendo útil (mal de muchas, buen consuelo).
Hasta aquí he llegado: un mal momento no me arruina toda la mañana o toda la tarde, y una mañana o tarde complicada no echan a perder todo el día. Pero incluso cuando sí arrastro la miseria o la aprehensión, trasluce una especie de "estar bien" de fondo, que es bueno.
Silvia Parque