Consumo de adrenalina y amor por lo que hacemos
Publicado el 19 julio 2012 por HouseA estas horas de la tarde, aún con la resaca de los casorios, mientras paseo por la ría de Mugardos, os ofrezco la crónica de los últimos días de la XXV Semana Negra de Gijón. En una pulpería me invitan a pulpo a la mugardesa. Pero aplazo el festin para dentro de un rato. Ahora toca escribir mientras contemplo el estuario que ofrece sol, calor, y paz a propios y foráneos. Creía que contar una crónica que otros cronistas te pitaban era una gesta fácil de alcanzar, pero la realidad es bien distinta. Haremos lo necesario para ser fiel a una realidad que, aunque cierta, me cuentan desde la distancia y, como cantaría Jorge Sepúlveda, mirando al mar. Las mañanas de domingos dicen que son mañanas de misa y vermut. No, en este caso, no. Ésta ha sido una mañana de despedidas, recuerdos, y parabienes. También de proyectos futuros. Hoy el recinto semanero abrió sus puertas casi a la hora de maitines para echar el telón a este cuarto de siglo de existencia. También para despedir a alguien que, más allá de cualquier otro apelativo, durante veinticinco largos años ha cometido la heroicidad de otorgar a Gijón la capitalidad mundial de la literatura. Me refiero a PIT II (Paco Ignacio Taibo II), un astur mexicano que se tacha asi mismo en su perfil de Twitter como subversivo o lector voraz, entre otras lindezas. Razón no le falta. Hoy este prolífico y audaz semanero cedió el testigo del festival, un evento exclusivo en forma y en fondo; circunstancias éstas por las que Gijón tiene que sentirse orgulloso. Un cuarto de siglo dan para mucho: consumo de adrenalina, una guerra continúa, un amor por lo que hacer, y una imperecedera riqueza cultural y literaria que la ciudad de Jovellanos puede disfrutar verano a verano. La Semana Negra es así. Decía el otro día, y me reitero. Es un modelo único. En la carpa de Encuentro hubo risas, lágrimas, emoción, recuerdos. El propio PIT II fue, como siempre, contundente e insigne. «Vendré a las 81 en silla de ruedas y con el mismo espíritu levantismo y agitado». Sentenció: «no me acabaré de ir nunca». El respetable, en pie. Los autores, homenajeando a su líder espiritual, las lágrimas haciendo de las suyas. Dos testigos de excepción para verlo y contarlo: Vicente Álvarez Areces y Paz Fernández Felgueroso. Dos semaneros de lujo. Tras un cuarto de siglo y con un futuro en Gijón, quizás en los mismos territorios que en esta edición, este festival ha dejado dos herencias importantes, a respetar, considerar y reflexionar. Por un lado, la posibilidad de acercar los autores hasta los mismísimos lectores sin barreras infranqueables, sin remilgos baratos aderezados con argumentos barrocos y prehistóricos. Autores y lectores son una simbiosis en esta semana tan larga. Ello añadido a la posibilidad de acercarse a autores de la talla de Jorge Semprún, Ana María Matute, Ángel González, Peter Berling, o Petros Márkaris es un privilegio reservado exclusivamente a esta ciudad y sus ocupantes. No podemos perder oportunidades de esta magnitud. Por otro lado, la Semana Negra, como cita literaria por antonomasia, es un espacio para la cultura, para la conciencia critica, para la reflexión y para la solidaridad. Esta mañana, precisamente, la primera mujer que ha ganado el Hammett, Cristina Fallarás se refirió a ello, aludiendo al hecho tácito que tenemos los autores: nuestra responsabilidad, y es por ello el motivo por el que hay cumplir con la sociedad. Por respeto a los lectores y a la propia sociedad. Veinticinco años dan para mucho. Años de crecimiento de una ciudad, de un proyecto, de una ilusión, de una meta, de un objetivo. Como todo en esta vida, este festival tiene amantes y enemigos. Los amantes se cuentan por miles. Afortunadamente, los hostiles son pocos: un grupo de casposos y bufones, truhanes y chocarreros al más evidente estilo facineroso: músicos de medio pelo; holgazanes sin oficio ni beneficio cuyo denominador común es la maldición por costumbre; indolentes de prostíbulo de carreta, y otras especies similares tienen los días contados. Les quedan pocas alternativas. Dos, principalmente: subirse al festival y disfrutar de lo que aporta o marchar a otra ciudad en la que se edifiquen certámenes azucarados envueltos en una cultura decadente y achacosa. El propio PIT II se refirió a los voceadores que, año a año, se ocuparon de poner una pica en Flandes, y orquestaron eso de ‘acoso y derribo’. Pero erraron en la estrategia de juego. «Tengo una vena masoquista y me va la marcha, he gozado con las polémicas, con este eterno debate». Cierto. A partir de ahora las titis enseñando teta y tanga dejarán de pasear por el recinto semanero. Buscarán su elixir sexual en cualquiera de los muchos escenarios que ofrece este rico verano gijones. Esta ciudad es exclusiva y brinda un variadísimo estío con mil variopintas citas: deportivas, culturales, sociales, lúdicas que se consolidan, año a año, y pese a quien le pese. Un lujo para gijonudos y forasteros. El olor a criollo y palomita se vuelve a pulverizar, la noria y demás atracciones, bloqueadas. Las barracas de libros se pliegan sobre sí mismas. El mercadillo interétnico escudriña otro espacio. Las maduritas buscarán a sus guayabos veinteañeros en otros lares, y los viejos artríticos se arremolinarán alrededor de cualquier obra intentando sentar cátedra urbanística. Unos y otros, todos, esperarán un nuevo año. Esta veinticinco edición ha terminado. Me cuentan que ya están calentando los motores para la siguiente. PIT II, en la retaguardia. En cualquier caso, recomiendo no perdérsela. Gijón no puede renunciar a un festival exclusivo como éste. La semana más larga del año es para chuparse los dedos, que diría Juan Echanove. Suscribo. Me avisan que me espera una buena ración de pulpo a la mugardesa. Antes, reviso mi gestor de correo y leo un correo de mi amigo Román. Ante la rumorología existente por Galicia me pide calma y tiempo para reponer fuerzas antes de volver a liar. ¿De qué tendrá miedo, de la sidra asturiana? Se lo preguntaré y os lo contaré.