Claro que hay que anunciar lo que se hace, no me parece mal, pero otra cosa bien distinta es que las Administraciones abusen de este tipo de reclamos en una especie de ley de la selva en la que todo vale. De seguir así, sin una regulación específica, llegará el día que las vallas anunciadoras serán más grandes y más caras que la propia obra que pretenden vender.
Puestos a cometer desmanes, tampoco es menor el hecho de que las obras concluyan y las vallas permanezcan durante meses invadiendo un espacio que no les corresponde. Así ocurre, por ejemplo, en la plaza del Carmen de Madrid, que es donde estuvieron las casetas de los técnicos e ingenieros para las obras de la estación de Cercanías de la Puerta del Sol, y donde continúa en pie una hermosa valla 8 meses después de que Zapatero cortara la cinta inaugural. Hay muchos ejemplos más. Ya sé que este tipo de contaminación no es comparable a la atmosférica o a la acústica, aunque si nadie le pone coto es muy posible que los elementos no arquitectónicos acaben afectando, además de al buen gusto y a la estética, a la salud mental de los sufridos contribuyentes.