Reconozco que me fascina contar historias. Y que me las cuenten.
Me gustan las historias cómicas, las tristes que me hacen derramar alguna que otra lagrimilla. Me gustan las reales, y me maravillan las inventadas, con su impresionante capacidad de demostrar donde puede llegar la creatividad de un ser humano. Me gustan las cortas, y me gustan las que no tienen final. Me gustan las historias simples y también las complicadas.
Me gustan porque son pequeños retazos de la vida y del mundo, que de otra forma podrían llegar a ser olvidados.
Y si las palabras son precisas, bellas, arrebatadoras, las imágenes pueden llegar a conducirnos al más deslumbrante de los mundos: el de la imaginación.
Contemos historias con nuestras fotografías. Bastan unas pocas imágenes para que queden plasmados, para siempre, ya sean pequeños cuentos de la rutina diaria, o grandes novelas de la historia humana.
Tomad la cámara, y sin más pretensiones que contar una historia, preparaos a hacer fotografías, sin preocuparos demasiado por su calidad y sin buscar la perfección, solamente con la sana intención de relatar un trocito de vida.
Me gusta pensar que un día mi hijo les contará a mis nietos la historia de aquella mañana en la que su abuela, cámara en mano, le hacía fotografías desde detrás de la puerta, para contar la bella historia de su propia niñez.
Y una vez superado el arrebato sensiblero, paso a contar la historia “técnica” del collage anterior.
Cuando hago este tipo de fotografías en el que, como ya he dicho, no tengo más pretensiones que contar una historia, un momento de la vida familiar, o un recuerdo que quiero guardar, procuro que la exposición sea la correcta, y que la composición de la foto me permita transmitir lo que pretendo, pero intento que prime la espontaneidad. No quiero fotografías de concurso, quiero guardar momentos preciosos en mi vida.
En el caso de este collage, quería reflejar un trocito de la vida y juegos de mi hijo, Guillermo.
La única luz que entraba en la habitación lo hacía por una ventana lateral, a la izquierda de mi hijo. Las paredes están pintadas de blanco, lo que afortunadamente me ofrecía una estupenda manera de reflejarla. De cualquier manera, ajusté la sensibilidad de la cámara a IS0 400, y la apertura del diafragma de mi objetivo de 50mm a f/2.2 (cuanto más pequeño es el número, mayor es la apertura del diafragma). Esto me permitió que la velocidad de obturación fuera rápida para poder congelar sin trípode el movimiento rápido de un niño de 9 años. Elegí el modo de disparo continuo a velocidad baja (de 1 a 5 fotogramas por segundo con mi nueva y maravillosa y fantástica y ¡¡la quiero con locura!! Nikon D7000) que me permite no perderme ni un sólo movimiento, y un modo de medición de la exposición matricial (para no complicarme la vida y que mi cámara midiera la luz en una zona amplia del encuadre).
Por otra parte, pensé en una composición sencilla de la fotografía, pero incluyendo parte de la puerta de la habitación, lo que transmite la idea de intimidad en el juego, y de la observación del narrador de la historia.
En cuanto a la composición del collage, será tema de un futuro tutorial.
Poco más. Esperar, eso sí, a que Guillermo terminara con algún marcianillo para poder contar la historia de su victoria.
Animaos a tomar la cámara como testigo, y dejad constancia de que con las imágenes también se pueden contar historias. Y de las buenas.