Revista Diario

Contorsionismo

Publicado el 21 abril 2010 por Mayka
En la tienda le dijeron que ese material no absorbería líquido y se mantendría siempre impoluto. Comprobó la inexactitud de esa descripción mientras limpiaba con indiferencia un chorro de cerveza que había caído sobre el sofá. En su manga también habían restos de salsa de mango procedente de su cena, un kebab. Desde la televisión hablaba una morena con gran escote y cara aplastada, como de gato. Por lo demás, en esa habitación no cabía más silencio.
Abrió otra cerveza y movió la chapa acompasando cada movimiento con una letra del abecedario hasta que el metal que la sujetaba cedió. M. Le había tocado la M y, aunque no creía en esas abstracciones infantiles, comenzó a recordar la vida con Martín, la apatía por las mañanas, algunos momentos felices cuando comían chocolate y pactaban los horarios de limpieza. Helena nunca se había sentido deseada, puede que eso fuera lo que mató la relación. Era feliz, pero únicamente por la imagen que él proyectaba de ella misma. Ambos sabían que en cuanto esa fotografía se rompiera, aunque sólo fuera por un borde, la relación se iría al garete, y ella no se aceptaría nunca más. Obviamente, la restauración en estos casos es extremadamente costosa y lenta, por lo que, cuando llegó el momento, ambos decidieron dejar de compartir pasiones.
Después de eso, Helena siguió viajando, costeándose su supervivencia vendiendo jerséys que iba haciendo en los autobuses y trenes. Había probado muchas drogas, pero sin embargo sólo estaba enganchada a la satisfacción que le producía reconstruir su propio yo una y otra vez frente a desconocidos. Uno de sus personajes favoritos era una tímida joven estonia que se dedicaba a lo que fuera menester (niñera, crupier, acomododadora en los cines, chófer...) y cuyo objetivo era llegar a los Juegos Olímpicos con el salto de pértiga. Ésto último se convertía en un reto al explicarlo con total seriedad frente a la víctima, generalmente un hombre.
- A quien quiera saber, mentiras con él -decía la abuela de manos venosas y temblorosas mientras cortaba naranjas y contaba cómo su madre le reprendía cuando les veía a ella y a su novio cogidos de la mano. Helena nunca tuvo tal abuela, y por ello le gusta recordar todo lo que nunca pudo escuchar.
La mayor parte de las veces se servía de tópicos para salvar las conversaciones, sobre todo cuando no sabía cómo alargar la mentira sin que ésta se rompiera. El carpe diem, la contrapregunta de "¿y por qué no?" o la condescendiente respuesta de "oh, pero no quiero aburrirte con mis historias, cuéntame tú" eran las más utilizadas. A veces creía que se la comían, que coartaban su originalidad, que las frases hechas eran como una Perca del Nilo que acababa con todas las demás especies.
Pocas veces mostraba rasgos que la definieran de verdad. Aunque si la víctima en cuestión era avispada, podía ver comportamientos que se repetían de forma casi enfermiza al tiempo que las mentiras crecían como un guardaespaldas tras ella: se mordía las uñas, jugueteaba con los padrastros y se rascaba el cuero cabelludo por la zona de la nuca insistentemente.
Igualmente, tras un par de semanas esa conducta le angustiaba y necesitaba volver a su sitio franco, con ese sofá de oferta tan lleno de manchas. Además, los jerséys no daban para mucho. Ya nadie quiere pagar lo que vale un producto artesanal. ¿Para qué, si se puede comprar perfección reproducida una y otra vez por máquinas que abaratan los costes? Helena lo sabía y por eso no invertía mucho en sus productos.
Eran las tres de la madrugada. Ni siquiera el viendo soplaba afuera. La morena del escote seguía intentando animar a los telespectadores a llamar al 800-234-234 para conseguir todo ese dinero que se veía en pantalla. Vaya pestiño de televisión. Helena miró a través de la ventana. Los árboles no tenían hojas y las ramas parecían brazos en cuyo final se abrían manos con los cinco dedos estirados, en tensión. Como pidiendo auxilio. Abrió otra cerveza más y esta vez utilizó un vaso para beber. Todavía quedaban un par de horas antes de que amaneciera.

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