Hoy me desvelé pensando en el peligro de tu pequeño cuerpo, cubierto de cientos de puntiagudas aristas de indiferencia que son capaces de arrancar ojos y desollarme lentamente.
La interrupción de mi sueño, del cual tú no eras protagonista aunque sí aquella noche de saliva y demás humedades, me hizo caer en la cuenta del profundo odio que provocas en mí. Te odio porque me desvelas siempre. Porque me mantienes en tensión. Siempre esperándote. Esperando tu reacción.
Es cruel la luna cuando de mí se trata. No soporta ni un solo guiño de complicidad por mi parte. Si lo hace, es para darme a entender que nunca, nunca tendré cabida en un mundo con diferentes direcciones. Siempre estarás tú, y luego tu real tú.
"El juego es sencillo". Siempre decías eso. Tú te encargarías de decidir cuándo empezamos a jugar. Yo, de actuar. Sólo bajo tu decisión. Únicamente con tu permiso. Así, largos meses después, Lolita pierde energías cuando decides jugar con otras y a ella la castigas en el rincón. Del olvido. La dejas allí, me dejas allí, mirando a la pared gris y putrefacta que suda líquidos de otras que no soy yo. Desde esa habitación escucho el placer de mis contrincantes. Mucho más jóvenes, mucho más lascivas, mucho más bellas, más afines a ti que yo. Eso pienso.
Los celos me provocan náuseas y que me arranque el cabello cuando, desorientada, busco una salida en este laberíntico infierno; la angustia provoca que los sudores fríos me despierten por la noche, exhalando leves gemidos cuando el aire no llega a mis pulmones. Porque tú me decapitas, arrancas mi tráquea cada vez que las besas.
Y tú no sabes que me castigas. No sabes que me duele. No sabes que sangro. Que lloro. Que todo el humor de mi cuerpo se desvanece día a día. Nínfula a nínfula... Porque en el juego no había cabida para las emociones más allá de nuestro sexo. Soy una tramposa y me castigas por ello. Sin saberlo. Porque como buena nínfula mentirosa, te miento. Y digo que no siento. Y te digo que ella me parece preciosa. Que disfrutar los tres estaría bien. Que juguéis conmigo. Que juegues conmigo. Que hagas lo que quieras. Y miento muy bien. Muy bien.
De pequeña, cuando mentía, rezaba. Por miedo a ir al infierno. Ya no sé rezar. Olvidé hace mucho tiempo cómo se hacía. Ahora no rezo a ningún Dios. Pero pido al aire, a los cuatro vientos y a esta maldita ciudad que nos unió, que te des cuenta de que sigo gritando en esa habitación donde me has recluido, siendo testigo pasivo de cómo tú sigues jugando con ellas. Y dices que yo soy diferente..."mi pequeña". Pero ya no me lo creo.
Y cuando no rezo, suplico. ¡Deja de formar y crear e invertir mi mundo!. ¡Déjame libre!. ¡Deja de obligar a mi cuerpo a rendirse ante ti con una sola y mísera orden!. "Inclínate" me dices. "Inclínate Lolita". Y yo me inclino excitada por la orden y desordenada por mi amor hacia nosotros. Ciega de lujuria. Ciega del futuro. Sólo consciente del presente. Y en ese presente sólo cabe la violencia que desatamos entre esas cuatro esquinas.
Tú también siempre me dices, sincero Humbert, que soy transparente. "Eres totalmente transparente, Lo". No soporto vomitar sensaciones por mis ojos cuando estás conmigo. Sólo tú eres capaz de hacerme así. Pero sobre todo, es insoportable querer tenerte sólo para mí, convertirme en una bestia celosa que enseña los colmillos ensangrentados cuando ellas se acercan.
Qué fácil es caer cuando una no quiere sostener su peso entre dos piernas, cuando prefiere dejarlo todo al azar y al destino (que eres tú sosteniendo mis extremidades: todas ellas).
Es patético ser tu nínfula. Y jodidamente inevitable.