Contra la postmodernidad

Si yo hubiera sido una niña lista, lista de verdad, no de las que saben de libros y palmeras glaseadas, hubiera sido un genio matemático. Poner las zapatillas manchadas de barro encima de la mesa, llenar la pizarra de fórmulas con tiza que nadie entiende y ganarme el título de la rara de clase a pulso. Ser un genio matemático no me hubiera bastado, recordad, sería lista de verdad, así que me sacaría filosofía y sociología para tener derecho a opinar sobre la sociedad. Podréis pensar, pobres ignorantes, que eso también lo puede hacer un periodista, o Eduard Punset, pero bah, ya casi nadie les hace caso. Me invitarían a las universidades, ya no llevaría zapatillas con barro y no tendría que enseñar las tetas para ser portada de revista. Diría sólo verdades, verdades como puños, que el futuro está en conquistar Portugal, que el último libro de Alberto Olmos no merece esas reseñas, que Valencia a subasta y que las críticas culturales no merecen ser leídas cuando las hace cualquiera. Que la discusión sobre la postmodernidad es una pérdida de tiempo, y que si estamos en crisis de valores es porque alguien os hizo creer, pequeños bufones, perdedores, borregos, engendros, que la libertad de expresión significa que todas las ideas tienen derecho a ser respetadas. Ay, mis terroristas. Ay.