Revista Literatura

Contrabando

Publicado el 25 junio 2011 por Gasolinero

Casualmente, cuando las relaciones laborales de un servidor con la multinacional petrolera que le proporcionaba el pan y, sobre todo el vino, llegaron a un punto sin retorno, a la vez en el Palacio de las Moscas se produjo otro acontecimiento catártico. Ya sabes, cosas del continuo espacio-tiempo ese. Creo que es un episodio digno de figurar en este cuaderno electrónico, admirado lector.

Aconteció que una tarde tras la comida, me dirigí a afamado establecimiento a tomar café y algunas copas de coñac para sobrellevar la pesada digestión y a la vez, me sirviesen de anestésico para la que se me venía encima, que no era moco de pavo y sí otra historia, como diría otro famoso tabernero.

Al entrar en el garito me sorprendió el silencio sepulcral que había en el establecimiento, famoso por su proverbial y continua escandalera. Observé que tras el mostrador un señor con gafas y corbata sin chaqueta, garabateaba en unos formularios amarillos con un bolígrafo plateado, como de acero inoxidable, epítome de la higiene, paradójicamente. Tenía delante un maletín de plástico rígido abierto. El Tres de Oros estaba de brazos cruzados en el otro extremo de la barra, con cara larga a pesar de la alegría y donaire de los lamparones que decoraban su camisa. Los parroquianos observaban callados. Por la ventana lateral del bar, la que daba al aparcamiento, se veían a dos hombres maniobrando dentro del automóvil del chef, extrañamente le estaban arrancando la tapicería a los asientos y cualquier elemento susceptible de ser retirado.

Pedí mis consumiciones. Descubrí que tras la barra había otro tipo que, en cuclillas y entre arcadas, iba retirando neveras y muebles. Dos parroquianos perpetuos y a punto de perder la consciencia me informaron que estos señores eran de aduanas y que estaban buscando tabaco de contrabando en el palacio. Por lo visto, habían encontrado cientos de cartones entre coprolitos de rata. Al chepa no lo libraba ni San Tatá.

El inicial ambiente de sorpresa se fue tornando tenso y los dos mentados parroquianos se encargaron de ir caldeando el ambiente entre eses sinuosas y larguísimas. No hay derecho; mira la que le están liando a un minusválido; más valdría que se preocupasen de Roldán; pues vaya un delito vender tabaco de contrabando. La tensión se podía cortar, o casi, la clientela se había ido desplazando hacía donde estaba el que escribía que sorprendido les dijo:

—¿Quieren algo, señores?

—¡Qué no hay derecho a que le hagan esto a un pobre chepado! —dijo uno de los dos folloneros.

—Estamos actuando contra un delito. —afirmó el carabinero— La ley es ciega y no tiene culpa de las desgracias físicas de nadie.

—Ni delito ni nada —dijo la otra mitad del dúo de abrazados— si no se van de aquí y dejan a este tullido en paz, va a haber más que palabras.

—¿Me está amenazando? —dijo la autoridad.

—Amenazando no, pero como no se vayan de aquí enseguida, van a haber hostias, pero muchas. —dijo el segundo en un tono tan irónico como le permitía la castaña que llevaba.

—¡Atrás todos! —gritó el agente blandiendo un pistola del tamaño del Gran Berta— ¿Usted es el de la gasolinera? —me dijo y yo le afirme con un movimiento de cabeza— Avise por teléfono a la policía y les dice que vengan pronto, que hay un agente de aduanas rodeado y que va a hacer uso de su arma en justa defensa.

Todos se quedaron quietos y algunos blancos, el de la pareja de inductores más cercano a la pipa se quedó en silencio unos instantes, mirando el arma. A los pocos segundos sentenció.

—¿Sabe lo que le digo? Pues que llevan ustedes razón, que el chepa es una mala persona y todo lo que le pase es poco. Sigan con su trabajo, nosotros nos vamos. —y dirigiéndose a la concurencia— Venga muchachos, vámonos que puedan estos señores trabajar a gusto.

www.youtube.com/watch?v=GbUJw7kiYMs


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