Por eso ha tenido un cierto efecto balsámico la lectura hoy del magnífico artículo del profesor de Humanidades Médicas de la Universidad Autónoma de Madrid, José Lázaro, La evolución de Savater (EL PAÍS, la cuarta página, Opinión, 26 de noviembre de 2010, pág. 39).
La fidelidad a las propias ideas choca a veces con el hecho de que pensar es cambiar de ideas. La trayectoria ideológica de Fernando Savater ofrece un ejemplo que, más allá de su caso concreto, puede ser un buen punto de partida para analizar los fundamentos (y los riesgos) del librepensamiento.
Incluso los más radicales partidarios de la costumbre de cambiar de ideas solemos sentirnos incómodos cuando nos recuerdan el ardor con que defendíamos antaño argumentos contrarios a los que ahora nos parecen ciertos. Por eso hay tanta afición a edulcorar el pasado, maquillar los recuerdos y borrar los fragmentos molestos de las antiguas fotografías.
O en palabras del propio Savater (1984):
En cuanto adopto con cierta determinación un punto de vista, comienza a tentarme con fuerza la opción opuesta y soy más sensible que nunca a sus encantos persuasivos. Esta propensión a encarnar la quinta columna de mí mismo no me evita los furores de la toma de partido, pero, en cambio, me priva de la dócil nirvana de la afiliación ...".
Luis Cercós (LC-Architects)
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