Fragmentos de la obra Conversaciones, integrada por entrevistas a Emil Cioran y publicada por Tusquets Editores. La traducción es de Carlos Manzano.
Conversación con Luis Jorge Jalfen:
Mientras que los filósofos, que deberían ser los que hablaran de lo que es, se dedican a escribir sobre la conciencia, la percepción, los valores, el conocimiento, nuestra cultura, para saber lo que es una rosa, el sol, el espacio y el tiempo o la vida, prefieren fiarse de los botánicos, los astrónomos, los físicos y los biólogos. Es que parece que la aparición del hombre se hubiera debido a una explosión de megalomanía. La ambición es la causa de los desastres. Es lo que hace desgraciada a la gente, deseosa de superarse. Todo el mal se debe a esa voluntad de superación, a esa enfermedad mental, a esa omnipotencia. El hombre es una aparición extraña, fruto de un deber original que lo impulsa a ir más allá de sus límites, más allá de lo humano. Eso es lo que lo ha marcado y —cosa extraordinaria—por eso está condenado. El hombre ha forzado sus propios límites. El hombre no es nada o, en todo caso, es poca cosa. Pero, al querer serlo todo, está perdido, por falta de modestia, y ahora ya no puede detenerse. Por eso no hay nada que hacer y en eso estriba también el aspecto genial del hombre. Es necesario que continúe; en eso estriba la lógica de la existencia humana. Es normal, en definitiva. Si hay una palabra para designar el porvenir, es «estancamiento». Está destinado a estancarse, porque todo destino excepcional entraña una caída. Estoy cada vez más convencido de que el hombre acabará —metafísica, históricamente— siendo un fantasma, una sombra, o que llegará a ser como un jubilado o un imbécil. No tiene «salvación», porque la vía que ha seguido es necesariamente nefasta. Si me opongo a las utopías, es porque el hombre se ha internado por un camino que ha de conducirlo por fuerza a su pérdida. No puede comportarse de otro modo, no puede retroceder y en eso radica su tragedia. El hombre lo tiene todo, salvo la sabiduría»(…)«Yo he tratado a gente de todas clases, gente que ha comprendido. Para mí, la humanidad se divide en dos categorías: los que no han comprendido (casi toda la humanidad, de hecho) y los que han comprendido, que son sólo un puñado» (…) «los que han comprendido son por lo general quienes han fracasado en la vida» (…) «El fracaso es una experiencia filosófica capital y fecunda» (…) «el hombre que triunfa es el que sólo ve su meta personal»
Conversación con Léo Gillet:
«¿Qué es la ideología en el fondo? La conjunción de la idea y la pasión. De ahí viene la intolerancia, porque la idea en sí misma no sería peligrosa, pero, en cuanto va acompañada de un poco de histeria, se acabó»
«¿De dónde viene esa necesidad del hombre de dar sentido a las cosas? Mire, es porque todo hombre que actúa proyecta un sentido. Atribuye un sentido a lo que hace, es absolutamente inevitable y lamentable. No se puede actuar... Yo nunca he podido hacer nada con mi vida. ¿Por qué no he actuado en mi vida? Porque no creo en el sentido. Por la reflexión y la experiencia interior, he descubierto que nada tiene sentido, que la vida no tiene el menor sentido, lo que no quita para que, mientras nos agitamos, proyectemos un sentido. Yo mismo he vivido en simulacros de sentido. No se puede vivir sin proyectar un sentido, pero la gente que actúa cree implícitamente que lo que hace tiene un sentido. Si no, no se agitarían. Si sacamos la conclusión práctica de mi visión de las cosas, nos quedaríamos aquí hasta nuestra muerte, no nos moveríamos, no tendría el menor sentido abandonar el sillón en el que estamos sentados. Mi existencia como ser vivo está en contradicción con mis ideas. Como estoy vivo, hago todo lo que hacen los que están vivos, pero no creo en lo que hago. La gente cree en lo que hace, porque, si no, no podría hacerlo. Yo no creo en lo que hago, pero, aun así, creo un poco en ello: ésa es más o menos mi posición. Pero toda la gente que he conocido en mi vida, toda la gente que hace algo, toda la gente que tiene un proyecto en el que cree, proyecta un sentido en él» (…) «Nos desvivimos, hacemos algo y después desaparecemos».
«En el tedio, el tiempo no puede correr. Cada instante se hincha y no se da, por decirlo así, el paso de un instante a otro. La consecuencia es que se vive sin adhesión profunda a las cosas. Todo el mundo ha conocido el tedio. Haberlo conocido en un acceso no es nada, pero haber conocido un estado de tedio constante durante un periodo de la vida es una de las experiencias más terribles que puedan sufrirse. Se cree que sólo los viejos se aburren. Yo conocí el tedio sobre todo durante mi juventud. Estoy poniéndome indiscreto, pero no importa: recuerdo perfectamente mi primera experiencia consciente del aburrimiento. Tenía cinco años —es ridículo, pero, en fin—, recuerdo la tarde, eran exactamente las tres, cuando tuve esa experiencia que formulé antes, sentí que el tiempo se desprendía de la existencia. Porque eso es el tedio. En la vida la existencia y el tiempo marchan juntos, forman una unidad orgánica. Avanzamos con el tiempo. En el tedio el tiempo se separa de la existencia y se nos vuelve exterior. Ahora bien, lo que llamamos vida y acto es la inserción en el tiempo. Somos tiempo. En el tedio ya no estamos en el tiempo. A eso se debe ese estremecimiento extraordinario, el sentimiento de malestar profundo, y debo ser objetivo: se puede acabar gustando de ese estado. Esa como complacencia en el tedio yo la he conocido en mi vida. Te revuelcas en el tedio. Es una experiencia que puede ser aterradora, a decir verdad. Yo no lamento haberla conocido; por lo demás, todo el mundo la ha conocido de una forma o de otra. Pero insisto: el tedio continuo, el que dura meses, ése es el auténtico. No lo es ni mucho menos el aburrimiento que dura media hora o dos o una tarde» (…) «Ahora paso al vacío, que se parece exteriormente al tedio, pero el vacío en ese sentido no es del todo una experiencia europea. Es oriental, en el fondo. Es el vacío como algo positivo. Es la forma de curarse de todo. Se elimina toda propiedad del ser y, en lugar de tener una sensación de carencia y, por tanto, de vacío, viene la sensación de plenitud por la ausencia: por tanto, el vacío como instrumento de salvación, por decirlo así, como vía, como camino de salvación. Lo llaman shunyata, es, por tanto, la vacuidad. La vacuidad, en lugar de ser una causa de vértigo, como el tedio lo es para nosotros, es, pese a todo, una forma de vértigo. No es en absoluto una experiencia negativa. Es como un avanzar hacia la liberación. Me permito señalarle lo siguiente: para mí, la escuela filosófica más avanzada, aquélla, en todo caso, después de la cual ya hay nada más que decir, es la escuela de Madhyamika, que forma parte del budismo tardío, situado por los estudiosos aproximadamente en el siglo II de nuestra era. Tres filósofos la representan: Nagarjuna, Çandrakirti y Shantideva. Son los filósofos más sutiles que imaginarse pueda. Son más sutiles que Zenón de Elea. Para simplificar, podríamos decir: imagínese a un Zenón de Elea que utilizara su fuerza dialéctica para destruirlo todo y mediante sus destrucciones liberar al individuo. Por tanto, no es en modo alguno negativo. Es, después de haberlo liquidado todo, no tener ninguna atadura: estás de verdad desapegado, eres superior a todo. Has triunfado sobre el mundo: ya no queda nada. Para nosotros, que hemos vivido, que vivimos, en la cultura occidental, a esa forma de pensamiento excesivo la llamamos, en fin, se la ha llamado, nihilismo, pero no es nihilismo, puesto que la meta, en fin, el resultado es como un éxtasis vacío, sin contenido, la felicidad perfecta, por tanto. ¿Por qué? Porque, ya no queda nada. Y resulta que lo que para nosotros es negación para ellos es un triunfo. Ese es el aspecto verdaderamente positivo de las posiciones extremas del pensamiento oriental. Conque lo que para nosotros es ruina para ellos es colofón. Esa escuela madhyámica no es demasiado conocida en Occidente, hablo de ella con apariencia de autoridad, pero tampoco yo la conozco bien, porque hay muy pocos escritos al respecto, no está todo traducido. La conocemos por las traducciones tibetanas, pero es de una sutileza alucinante. Y todo eso, ¿para qué? Para liberar el espíritu y el corazón. Por tanto, no es en absoluto una dialéctica nihilista, es un error tildarla de nihilista. Nagarjuna lo destruye todo, todo, todo, todo, toma todos los conceptos de la filosofía y los anula uno tras otro. Y después viene como una luz».