—No hay motivo.
—¡Te odio!
—No me odias.
—Te necesito.
—Estoy aquí.
—¿Puedes ayudarme?
—Sólo si tu me dejas.
—Estoy confuso...
—Lo sé.
Y se alejó en silencio, igual que vino.
—¡¿Volverás?! —grité desde el otro lado.
—Depende de ti. Sabes dónde encontrarme.