Yo no entendía muy bien por entonces el significado de esas palabras, y de hecho los días de convivencia lo único que significaban para mí era no tener que ir a clase y poder pasarme toda la mañana jugando en el patio del colegio que tocase... pero sí, las monjas sin duda conseguían su objetivo, aunque no fuésemos conscientes: los niños y niñas de mi clase acabábamos mezclándonos con los chavales desconocidos y abriendo nuestros grupitos por unas horas. Permitíamos que otros compartiesen nuestras risas, les hacíamos cómplices de nuestras aventuras por una mañana y además ampliábamos nuestro repertorio de juegos con los que nuestros nuevos amigos nos enseñaban.
Aún así, y sintiéndolo mucho por las monjas de mi cole a pesar de sus buenos esfuerzos, debo decir que no se aprende a convivir. La palabra "convivencia" está impregnada en nosotros desde que nacemos, puesto que somos seres sociales y del mismo modo que no tiene sentido decir "aprender a vivir", no podemos tampoco pensar que por añadirle un "con" delante hablemos de algo diferente.
Convivimos con los demás lo queramos o no, seamos más o menos conscientes y más o menos respetuosos y educados. No importa si compartes piso, si vives en una urbanización, si compartes oficina y fax con otras personas o si en tu clase de la facultad sois cuarenta alumnos. Nos ha tocado vivir en un único planeta en el que, por suerte o por desgracia, tenemos que convivir con los demás.
Está en tu mano, eso sí, lo de "tener ganas de aprender" que decían las monjas. Y ya que yo tengo día a día la suerte de poder enriquecerme con todo lo que me pueden enseñar mis compañeros de convivencia, no pienso dejar pasar la oportunidad... empezando por vosotros, mis lectores bloggeros, los niños de los otros colegios por los que me paso de vez en cuando para compartir vuestros juegos y aventuras sin tener que dejar de ser yo misma en ningún momento.
Aprovechemos el momento... que hoy no tenemos que ir a clase.