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Corredor bioceánico: ¿a Bolivia se le va el tren?

Publicado el 24 mayo 2015 por Perropuka
Corredor bioceánico: ¿a Bolivia se le va el tren?Dijeron que Bolivia se iba a convertir en el centro energético del continente. A la espera de las usinas nucleares permanecemos, entretanto estamos quemando nuestras reservas a todo gas o rogando al viento que se digne soplar sobre las aspas de una pampa valluna para alumbrar un pequeño villorrio. Dijeron que el país ya no era el atrasado de antes sino el nuevo eje aglutinador de interesantes tecnologías. Houston tiene un problema, se dice, por los enanos que le están creciendo en remotas partes del mundo, con Bolivia y su flamante Agencia Boliviana Espacial a la cabeza, entrenada en China nada menos.Dijeron que seríamos el centro integrador del continente, comenzando por irradiar nuevo pensamiento, know how a la boliviana. Ni siquiera hacía falta que emisarios llevasen las brasas del sagrado fuego de la revolución. De todas partes vienen a estudiar el fenómeno boliviano, para saber cuál es nuestro secreto, afirmaban una y otra vez los profetas y amanuenses del gobierno. Así pues, los recibiríamos con los brazos abiertos, tendiendo puentes y mostrándoles el camino. Hace unos meses, desde instancias gubernamentales se anunciaba orgullosamente que en cinco años Bolivia se iba a convertir en el nudo de comunicaciones del cono sur. Nada nuevo en este caso, dada nuestra posición geográfica, hace un siglo que se acumulaban polvorientos proyectos de corredores entre el Pacífico y el Atlántico, ya sea mediante carretera o ferrocarril. De pronto aparecieron varios consorcios europeos, alemanes, franceses y suizos para mayores señas, dispuestos no solo a construir las vías, locomotoras y vagones sino también a financiar parte del proyecto con el espaldarazo de sus pulcros y confiables bancos. La imagen de nuestro país valía por sí sola, según los inversionistas nos habíamos convertido en uno muy atractivo por su estabilidad económica, política y social,  aseguraba entusiasmado el ministro de Obras Públicas. El tren transoceánico parecía muy encarrilado. Solo hacía falta convencer a los “hermanos” brasileños y peruanos para que se sumen al proyecto. Crecidas iban las ínfulas, creyendo que llevábamos la voz cantante.Coincidentemente estos días, Dilma Rousseff y el primer ministro chino firmaban en Brasil un acuerdo a mediano plazo por un volumen de inversiones que casi doblaba todo el PIB boliviano. Así de gigantesco constituía el negocio entre las dos potencias, en varias áreas de interés común. El anuncio de la construcción de la ferrovía interoceánica, justo dando un rodeo a nuestro territorio fue el puntillazo que no esperaba el gobierno nacional. La diplomacia del poncho se había dormido en sus afanes esotéricos tanto como las durmientes del abandonado ferrocarril entre Cochabamba y Oruro. Brasil y Perú habían consolidado su alianza discretamente, ignorando a Bolivia por todo lo alto. Dilma saludaba por televisión a su colega Humala en presencia del ministro chino y del líder a escala planetaria no recordó ni su glorioso nombre. En asuntos por demás serios no hay hermandades ficticias que valgan. Brasil no iba a confiar una significativa parte –volúmenes que escapan a nuestra concepción-de sus exportaciones a los vaivenes del carácter pachanguero y conflictivo de los bolivianos. Corredor bioceánico: ¿a Bolivia se le va el tren?Resulta por demás obvio que el trayecto por Bolivia es más factible en términos técnicos, económicos y medioambientales. Al gobierno brasileño le resultaría complicado abrir brecha a través de la selva amazónica y batallar contra comunidades indígenas y organismos ecologistas. Al contrario, en Bolivia ya existe un tramo considerable funcionando y solo haría falta construir un nuevo trazado de alrededor de 600 kilómetros para el empalme de oriente a occidente. Por la Amazonía significaría miles de kilómetros adicionales. Visto así, el proyecto chino-brasileño suena incosteable e irrealizable. Pero a los chinos parece que nada los detiene, y lo demostraron diseñando y poniendo en marcha el inmenso ferrocarril entre Lhasa y Pekín, salvando dificultades tan complicadas como las altas cumbres del Tíbet y la inestabilidad del permafrost que siempre dio quebraderos de cabeza a rusos y canadienses. Pero el asunto no queda ahí. Que hayamos quedado, aparentemente, fuera del negocio es una dura lección a nuestras falsas expectativas y excesiva importancia. Por cuestiones estratégicas, Brasil y sus socios no pueden darse el lujo de confiar tamaño flujo comercial a la poca seriedad de la sociedad boliviana y de su clase política. Mañana, el caudillo o su sucesor puede levantarse con el ánimo cambiado y decretar una expropiación a capricho. Mañana, un grupo de vecinos o una multitud alcoholizada podría bloquear los rieles por cualquier excusa. De eso puede dar fe cualquier camionero. ¿Quién garantiza que no vaya a suceder lo mismo con los trenes?En esferas gubernamentales y gran parte de la opinión pública se habla de una supuesta traición de los países involucrados. Una vez más echando la culpa a los foráneos de nuestras limitaciones.  Comoquiera,  somos un remedo de país; ya lo dijo alguien: todo lo contrario de lo que puede considerarse un país. Y los vecinos han tomado nota hace tiempo. Por ironías del destino, un tren todavía fantasmal, a marchas forzadas, ha puesto en evidencia nuestro retrasado tren de vida. Y la desnudez del emperador y todos sus gobernados. Todos estamos en el mismo tren.

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