Un ojo observaba, se mecía, impávido ante lo innegable se abría como una capsula encendida en el despegue. No había posibilidad de detener la escena, no estaba preparada para ese momento.
Hacía mucho tiempo que ella buscaba la esencia, las forma impecable que mostrara la luz de su nacimiento. La curvatura perfecta de la formula humana, por ello, ansiosa averiguó todos los lugares posibles que pudieran transformarla en la diosa que ansiaran los hombres. Encontró el lugar preciso a sus demandas y sin ton ni son concertó una cita después de una rápida observación. Al llegar el día, estaba excitada porque el futuro se abría cual averno frente a sus pies y emocionada dio el paso definitivo para darles todas las facilidades a los doctores. Le explicaron las dos formas posibles y que deberían ser cuidadosos en todo aspecto. Lilia sólo movía la cabeza aceptándolo todo.
Se sentía frío en la sala, aún le dolía la cabeza por la anestesia. Sentía las voces y las risas a su alrededor, los comentarios de las personas que parecían estar en la sala todavía. De repente sintió un hincón terrible como una aguja hirviente penetrando a su costado y agua que destilaba entre sus axilas. Las enfermeras reían con las bromas de los doctores. “Que sus senos eran demasiado flácidos y que harían magia para volverlos a su lugar”. Ellas reían mientras un doctor sacaba la grasa y creaba un nuevo hoyo para poner nuevamente el pezón. El más viejo miraba la válvula e indicaba que desollaran la piel que quedaba y que tiraran del hilo para mantener la unidad de la dermis. “Se siente muy blanda todavía la piel” dijo el otro, “hay que extirpar más tejido”.
Un par de lágrimas cayeron de sus ojos, quería gritarles decirles que paren. Pero ellos seguían como si nada. Las pupilas observaron: cada jirón arrancado y cada pedazo de piel humeante cercenado por el laser. El dolor era intolerable, pero la voz no salía como una pesadilla en cámara lenta. Expuesta ante el antojo de sus peores delirios, sentía su piel ser despellejada, desgarrada, seccionada, tajada y cercenada. Hasta que la enfermera advirtió que la presión estaba demasiado baja. Y su figura sintió como la belleza se escapaba ante su rostro enmudecido. Donde petrificado el cuerpo, inmóvil esperaba hasta el último corte.