Revista Literatura
Tras 20 minutos en total, no más, de carrera, de correr, footing, running que llaman ahora, pero un millar de kilómetros o un centenar andados, después de 5 billetes distintos, 4 estaciones y 2 aeropuertos diferentes, lo único que he aprendido es...
... Que mi casa huele a ratonera, a viejo podrido y a sarcófago cerrado; antes sólo veía las paredes amarillas de la nicotina y ahora, además, huelen. Y qué asco.
... Que es mejor aguantar una canción, aunque sean 5 minutos escasos o aunque se deje un pulmón atrás, que no correr un sólo minuto para evitar ese agudo pinchazo en los bronquios.
... Que los pinceles se cogen con cuatro dedos encima para estabilizar el pulso y no guarrear lo ya pintado.
... Que andar con los cordones desatados hace que te caigas de boca, cuando los pisas con el otro pie e impides un nuevo paso.
... Que si te caes, es mejor quedarse un rato ahí tirado. Y mearte de la risa, porque la perspectiva cambia por completo. Mejor desde el suelo que subirse a un pupitre a lo Robin Williams/Pr. John Keating/Poetas Muertos. Desde abajo no hay ángulo para ahorcarse. ... Que 14 más 36 son 78. ... Que la refracción de la luz, por sí sola, provoca arcoiris en cualquier parte sin que haya nubes ni lluvia de por medio.
... Que si no sabes dónde vas, no sabes cuánto te queda por llegar.
... Que las señales modernas pueden convertirse, de una manera en exceso irritante, fácil y exquisita, en metaseñales de metarealidades que interfieren cuando estás haciendo otras cosas.
... Que a veces las explicaciones son peores que la inquietud por no saber qué ha ocurrido. Como la narración del piloto, tan simpático, sobre el hecho de que en plena maniobra de aterrizaje, con las ruedas bajadas y las pequeñas sacudidas típicas por el rozamiento, cuando la pista ya se veía avanzar hacia nosotros, hemos dado un volantazo para subir en picado hacia el cielo otra vez, en un ángulo de casi 80 grados muy exagerado para un avión comercial, porque en la pista ya andaba otro avión de Air Berlín. Todos los pasajeros imaginamos fuego y explosiones o nos acordarmos de la madre del controlador. Mi compañera de asiento se pliega sobre sus rodillas y agacha la cabeza, a punto de vomitar.
... Que el arrepentimiento siempre, todas y cada una de las veces, en este mundo y en el anterior y en el próximo, es por las cosas que se dejan de hacer y no por las que se hacen. ... Que no hacer nada ya es, en realidad, una forma de estar haciendo algo, y el gato de Schrödinger se lame y acicala las pelotas. ... Y que hay muchos tipos de sangre, pero todas rojas. Sobre todo, si las consigue el filo de una piedra de la orilla.