La madre agarra firmemente la mano de su hija pequeña mientras corre por el paso de peatones, el semáforo en rojo.
En la esquina de la calle de Madrid por la que más veces he pasado en mi vida, dos chicas de aspecto universitario se refugian del frío con chaquetones, la de la izquierda viste pantalón corto y medias finas negras de cristal.
El señor que me vende de vez en cuando media docena de castañas hoy no está y las puertas de madera verde de su quiosco están cerradas, aunque adivino el delicioso fruto al otro lado.
Llevo paraguas, pero no llueve, tal vez mañana.
No me llamaron de la librería para decirme si llegó ya el libro de texto que solicité y sólo me dio tiempo a recoger un poco la casa antes de marcharme.
Quedaron en mi despacho tres cuadernos aún por corregir y varios trabajos en la bolsa verde.