Se les suele llamar “creadores”, porque hasta el más tonto de los creadores sabe que su participación en la aparición de lo excelente es mínima y efímera, que él es un instante de un proceso que durante los últimos veinte siglos trata de hacer hablar a la tierra para que descubra su secreto y nos diga (a todos, a los vivos y a los muertos, y a los que todavía están por nacer) cuál es la regla de este juego, y qué hace nuestra conciencia gritando entre billones de estrellas mudas, sordas y ciegas.
La tierra sigue callada, pero nuestra respuesta está en algunas películas, en ciertas composiciones musicales, en algunas pinturas, en un puñado de esculturas, en unos cuantos edificios, en unos pocos objetos y libros y lugares. Y son tan obra nuestra como del infeliz que los creó y de quien ya nadie se acuerda, afortunadamente.
Creadores, Félix de Azúa