La muy zorra me lo pidió y después se quedó tan tranquila. La dama de honor de su boda. Su boda con Cristian, con ÉL. Ahí me había citado, después de casi seis meses sin hablar, salvo por algún mensaje en Facebook y una llamada que anunciaba el gran acontecimiento.
Ambas estábamos en una cafetería. Yo más cansada (según ella, por mi ojeras), ella más rubia. Me enseñó el vestido que tenía pensado ponerse el día en que ambos se dijeran el sí quiero en el altar. Me hizo tocar las muestras de las telas para los trajes de las damas de honor... Y poniendo carita no haber roto un plato en su vida, me enseñó fotos de él novio (el suyo, mi ex) con las pruebas del chaqué. Una lista de trescientos invitados, mil diseños y planes para los adornos florales, ochocientos platos distintos para decidir un menú de sólo seis... Y ella, con su encantadora sonrisa y sus ojos brillantes de enamorada que un día fue la despechada, pidiéndome que hiciera lo último que yo hubiera querido hacer.
- Claro -carraspeé- Me muero por ser tu dama de honor.