Creo que era invierno. No tengo lugar en mi mente para detallar el recuerdo, sólo fotografías, voces aquí y allá, segundos...
Pasó de la nada.
Si el explicar con palabras complica una eternidad, pues entonces confesaré que fue sin previo aviso, en un abrir y cerrar de ojos. Sentí un aire vacío a mi alrededor, un grito desesperadamente mudo en los poros, y también la tristeza de un verde cansado, un cielo que ya no tenía motivos con qué llamar la atención de mis ojos privados de libertad. El pasto era largo, y con vergüenza acariciaba mi piel, desganado.
Alguien sonreía más allá. Una pelotaba rebotaba en el pasto, aplastándolo sin discriminar ninguna raíz. Simplemente mataba juguetonamente, y la ironía de la maldad, o la ingenuidad de quien sea que haya estado practicando el vandálico acto, era para mi parte de la tortura misma.
Luego ya no quise seguir soñando. Estaba desesperado dentro de la realidad.
Quiero despertar. Alguien.
Ahí estaba yo, tirado al suelo, de brazos y pies abiertos, descanzando de las pocas ganas, comprendiendo que todo era jodido, un jodido sueño.
Pero pese a mis súplicas la sonrisa de allá lejos, y la puta pelota que seguía rebotando, conseguían en mi el miedo verdadero. Una hormiga enfrentando al zapato de un robusto hombre afroamericano.
Cuando no concilio el sueño por las madrugadas pienso no haber despertado nunca.