Siempre me ha emocionado el reconocimiento público de la labor de la buena gente. Me emocioné cuando al final de la película “Una mente maravillosa” todos los rectores de Princeton reconocen el trabajo de una vida del Premio Nobel Nash y le regalan sus estilográficas. Son esos momentos puntuales en la vida de un ser humano que te hacen pensar que todo el esfuerzo para llegar ahí ha valido la pena, porque no hay mayor reconocimiento que el de los tuyos, el de los que comparten tus mismas pasiones, frustraciones, anhelos y esfuerzos para llegar ahí donde tú, en un momento de dicha intenso, has conseguido poner tus pies.
Esto lo he vivido leyendo Criadas y Señoras.
La historia en sí no tiene nada de original, de hecho es el continuo choque de clases y razas entre una sociedad rica, en este caso los blancos de Jackson, Mississippi, en los años sesenta, y los negros pobres que les hacen de sirvientes. Un choque en el que se tocan todos los aspectos de la vida, las apariencias, los sentimientos, las personalidades, la aceptación social, la economía,…, nada que no ocurra exactamente hoy de la misma forma en mil lugares diferentes en uno de los cuales vivo yo, sin ir más lejos. Sin embargo, lo que sí es novedoso en la novela de la señora Stockett es la forma de contarlo, pues lo hace desde dos atalayas diferentes, una explicando las historias de todos sus protagonistas en la primera persona de tres mujeres, y dos, recreando las historias que se explican como si formaran parte de las autobiografías de las protagonistas. Tanto es así que cuando supe que todo era ficción, he de reconocer que sentí una punzada de decepción porque durante toda la novela estaba convencido de que era una historia real autobiográfica de la propia autora.
Decía que la novela está narrada en primera persona por tres mujeres, una blanca, miembro además de la sociedad pudiente de la ciudad, y dos negras, ambas sirvientes de familias blancas desde su adolescencia. La chica blanca, Eugenia Phelan, o "Skeeter" como la conoce todo el mundo, regresa a Jackson, en el condado sureño de Mississippi, tras haber acabado su carrera en la universidad con el sueño en su cartera de ser escritora. Ella, que como todos los blancos de la ciudad también había sido criada por una sirviente negra, siente un cierto afecto hacia los negros que no es demasiado compartido por el resto de ciudadanos blancos, y muy en especial por los miembros de la sociedad de chicas de la ciudad, La liga de las damas, de la que ella misma forma parte y en la que están representadas todas las esposas de los hombres de Jackson.
Las otras dos protagonistas son Aibeleen y Minny, dos criadas negras. La primera siempre ha cuidado niños blancos y la segunda es la mejor repostera del condado, sin embargo, y a pesar de ser buenas amigas, ambas son totalmente diferentes. Aibeleen es mayor, dulce, frustrada por el hecho de que los niños a los que cuida con amor acaban convirtiéndose en racistas al alcanzar la pubertad, y destrozada también porque mientras cuidaba a uno de esos niños blancos, su único hijo murió en un accidente laboral; y Minny, todo lo contrario, madre de familia numerosa, con un marido maltratador, con poca paciencia para los niños y una boca que le hace perder cada trabajo para el que es contratada. Aún así las dos mujeres encuentran trabajo, la primera, Aibeleen cuidando a una niña a la que su madre ignora y que el único amor que recibe es el de su cuidadora, y Minny como criada de la excéntrica esposa de uno de los industriales de la ciudad y que es odiada y repudiada por la poderosa Liga de Damas al tratarse de una mujer de otro condado que tuvo el atrevimiento de quitarle el marido a la presidenta de esa liga. Un personaje, por cierto, la tal presidenta, que encarna todos los males del racismo de la época.
Skeeter decide escribir un libro que no se haya hecho jamás, y piensa que una buena idea puede ser narrar las historias sobre sus familias bajo el prisma de una docena de sirvientas. En su afán consigue convencer a Aibeelen, quien lo hace con el temor inmenso de que la descubran y la despidan (o algo peor), pero que aún así consigue arrastrar en ese proyecto a Minny, y con ella a la mitad de las sirvientas de la ciudad. Skeeter comienza a ver entonces a todas sus amigas con los ojos de sus sirvientas, lo que acaba produciendo un cisma en su vida personal. A través de esas entrevistas a sirvientas, la autora va narrando la vida de la mayoría de los personajes de la ciudad y con ellos la realidad social de los años sesenta en el sur de los Estados Unidos, hasta que hacia el tercio final de la novela, su protagonista, Skeeter, logra la publicación de la obra y ésta corre como la pólvora entre las blancas ricas de Jackson.
Y es ahí, cuando la obra llega a las manos del público y todo el mundo puede ver a las ricas blancas con los ojos de las criadas negras, cuando en una escena que me emocionó, toda la comunidad negra de Jackson se da cita en la iglesia para homenajear a Minny y a Aibeelen por su valor al haberse atrevido a colaborar con una blanca y haberse atrevido a publicar la novela.
Como decía, la historia en sí no tiene demasiado de original, pero la novela está escrita de manera maravillosa. Con una prosa que en la traducción se hace un poco compleja al principio, poco a poco va calando en el corazón del lector y esas mujeres se van convirtiendo en pequeñas heroínas a las que uno aplaude página a página sus conquistas. Sin grandes giros en el guión, sin aspavientos, sin levantar casi la voz, la novela va tomando una velocidad que atrapa al lector, que lo sume en los miedos y anhelos de sus tres protagonistas, que lo abruma con sus problemas y lo enciende con sus injusticias. Una novela en la que el mayor mérito de su autora no es denunciar lo malos que eran los blancos con los negros, sino convencernos de que todos los que allí aparecen existieron en realidad, y de que ella, la autora, es la misma Skeeter que vivió la gran aventura de sacar un libro a la luz con las vergüenzas de sus amigas gracias al valor de la que siempre habían estado oprimidas. Una historia que conmueve profundamente a pesar de no haber una sola cucharada de azúcar o de exceso en sus letras, una novela que no puedo dejar de recomendar y que me recordó, cuarenta años después, que aún tengo corazón.
Skeeter, de veintidós años, ha regresado a su casa en Jackson, en el sur de Estados Unidos, tras terminar sus estudios en la Universidad de Mississippi. Pero como estamos en 1962, su madre no descansará hasta que no vea a su hija con una alianza en la mano. Aibileen es una criada negra. Una mujer sabia e imponente que ha criado a diecisiete niños blancos. Tras perder a su propio hijo, que murió mientras sus capataces blancos miraban hacia otro lado, siente que algo ha cambiado en su interior. Se vuelca en la educación de la pequeña niña que tiene a su cargo, aunque es consciente de que terminarán separándose con el tiempo. Minny, la mejor amiga de Aibileen, es bajita, gordita y probablemente la mujer con la lengua más larga de todo Mississippi. Cocina como nadie, pero no puede controlar sus palabras, así que pierde otro empleo. Por fin parece encontrar su sitio trabajando para una recién llegada a la ciudad que todavía no conoce su fama. A pesar de lo distintas que son entre sí, estas tres mujeres acabarán juntándose para llevar a cabo un proyecto clandestino que supondrá un riesgo para todas. ¿Y por qué? Porque se ahogan dentro de los límites que les impone su ciudad y su tiempo. Y, a veces, las barreras están para saltárselas. Un libro inolvidable que se ha convertido en un éxito gracias al boca-oreja de los lectores.