Año dos mil ocho los mercados financieros han colapsado, los bancos cierran y las poderosas industrias punteras del capitalismo están siendo rescatadas por los estados-nación hasta ese momento tan defenestrados por la corriente neoliberal que domina el mundo. Vemos los rastros de banqueros huyendo a paraísos fiscales con el botín. Los gurús económicos se esconden en sus mansiones. El flujo del crédito se ha detenido y eso provoca un estancamiento en la sociedad y una serie de turbulencias que empezaron en los mercados financieros pasando luego a la economía real de las empresas a día de hoy empiezan a afectar seriamente a las sociedades más desarrolladas del globo. Las colas del paro y los conflictos laborales están dando el golpe de gracia a unos gobiernos incapaces de reaccionar. Los elefantes económicos están desapareciendo de escena. La economía sin moral, el mundo en venta, el gran negocio está desapareciendo. Da risa ver a esos gigantes privatizados arrastrándose lastimosamente en busca de subsidios. Da pena ver como los políticos se enrocan en si mismos y engañan y pervierten y siguen sin dar la talla. Todo esto provoca en Europa una ola de conservadurismo que tiende a imitar los peores gestos del siglo xx. El racismo, la xenofobia, la violencia empiezan a tomar forma política en los mítines de estos partidos ultraderechistas que no sabemos con seguridad a donde nos quieren llevar. La Europa del bienestar ha devenido en un inmenso erial ideológico donde antiguos y peligrosos fascismos buscan recolectar sus beneficios. En medio, un desastre ecológico sin precedentes y una pobreza cuya sombra alargada parece que nos cubrirá a todos.
Ante tal panorama unos pocos seres humanos han decidido decir basta. Ha hecho falta sólo un gesto para quitar la venda de los ojos. Las preocupaciones que nos agobian empiezan a parecer lejanas y por primera vez una sonrisa irónica dibuja nuevos horizontes. Es el del parado que con su subsidio de atalaya parece reírse de los amos del mundo. Ahora se preocupa por otras cosas como la felicidad de los hijos o la salud de la madre. Sin empleo, sin dinero, sin coche, sin ese orgullo de nuevo rico que hacia que los hombres dejasen de mirarse entre ellos hemos empezado a despertar de ese sueño del capitalismo que amenazaba con devorarnos. Ahora es un buen momento para que las madres den el pecho a sus crías. Y las niñas satisfechas crecerán pensando en la bondad de sus madres pese a no costearles viajes de estudio en el extranjero. El padre dejará de comer entrecôtes con suculentas salsas regados con vinos del norte, y aunque se sienta frustrado su hígado se lo agradecerá, dejará de ahogarse por las noches permitiendo el descanso de la mujer que se levantará de mejor humor y aunque hayan tenido que volver a vivir con sus padres, por las mañanas desayunan todos juntos con frutas y cereales. No sólo eso sino que seguramente también se lo agradecerán los indígenas amazónicos peruanos que luchan contra los vaqueros que arrasan sus tierras para crear llanuras de homogéneo pasto donde antes había exuberante selva. El primogénito ha tenido que vender su coche, y debido a ejemplos como el suyo las ventas de coches en todo el mundo se han desplomado, destruyendo a General Motors, la empresa símbolo de la industria y del capital, pero también este "desastre" ha permitido un descenso en los niveles de co2 por primera vez en la historia de la globalización. Nuestro primogénito tendrá que conformarse con llevar a su novia al huerto como hacían los abuelos. Marcos tiene veintinueve años, acabó la formación profesional con dieciséis años y empezó a trabajar en una fábrica. No le faltaba el dinero, y con veintitrés años decidió comprarse un piso donde meter sus costosos equipos tecnológicos. Era la envidia del vecindario, y su casa se convirtió en el cuartel general de los balas perdidas del barrio que le calentaban la cama hasta que llegaba a ella más allá de las ocho de la tarde después de doce horas de estimulante jornada laboral dentro de una fábrica. Es cierto Marcos estaba estimulado por los medios de masa a gastar incoherentemente el dinero por el que pasaba su vida en la fábrica, y a la vez estimulaba la maquinaria económica que producía los objetos materiales que se le hacía creer que necesitaba. Ahora Marcos ha perdido el trabajo y no sabe que hacer, pero después de una etapa depresiva y del malestar propio del cambio de hábitos ha descubierto nuevos talentos que tenía ocultos. Ahora Marcos publica en Internet sus montajes audiovisuales, y por las mañanas se sienta frente al mar descubriendo de nuevo el placer del sol y la brisa tostándole la cara. Cuando no le quede dinero se buscará la vida como ha estado haciendo la humanidad desde hace decenas de miles de años. Quizás algún broker neoyorquino reviente su especulador cráneo contra el asfalto al lanzarse desde la ventana panorámica de su despacho ( los destellos de sus fabulosas vistas a Central Park serán la última imagen que contemplen sus pupilas ) pero para la gran mayoría de muertos de hambre que dejó la globalización capitalista a su paso, el mundo seguramente no será un lugar peor. Ahora podemos sentarnos tranquilamente en la cima de nuestra montaña de objetos inútiles y contemplar la gran obra que les hemos dejado a nuestros desgraciados hijos o podemos creer que ésta es la oportunidad que todos estábamos esperando y llenarnos el pecho de esperanza y coraje. Que se queden ellos con sus planes de dominación que nosotros nos vamos a tomar el sol. Contra el miedo y la infamia pura esencia mediterránea, el dolce fare niente de siempre que recorre las venas de esta antipática Europa que parece una vieja chocha y cagada. Y lo mismo experimenta un viejo habanero bajo un exótico árbol contemplando la muchachada en el malecón o un aborigen de las llanuras del Kalahari cuando ve caer el sol por detrás de la imponente montaña sagrada de África. Es un instinto mamífero que compartimos todas las razas humanas y que nos servirá mejor que cualquier tabla de multiplicar para afrontar estos nuevos horizontes que se nos presentan. Cuanto más se preocupan los amos del mundo yo más me divierto.
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