No es la primera vez que me sucede, que conozco a gente que luego sale por la televisión y, de la noche a la mañana, se convierten en famosos. Es el caso de este peculiar y genial trovador, quizá el último de su estirpe que todavía desempeña el oficio sin importarle que desde el siglo XV haya llovido bastante. Salta a la vista que es bueno, muy bueno.
Tuve ocasión de conocerle hace casi diez, cuando mi tío lo contrató para la celebración del bautizo de su hijo, mi primo. Estuvo amenizando un espectacular banquete que organizaron en la pradera del pueblo, y allí hizo las delicias de niños y adultos con sus trabalenguas, romances y cantares de gesta, chistes y adivinanzas… Por la noche hubo verbena, y entonces cambió las canciones infantiles por las odas al vino, la carne y otros pecados. Se quedó a dormir en casa. A la mañana siguiente, mientras desayunaba, tuve la ocasión de conversar con un trovador de verdad… eso sí, llevaba encima una resaca de las que hacen Historia.