Cristina Morano no es una poeta de la dorada medianía

Publicado el 01 abril 2013 por Joseoscarlopez

Cristina Morano no es una poeta de la dorada medianía o aurea mediocritas, tópico que emplease Horacio en la clasicidad, en la era del aurea latinitas, o que continuara ya dentro del Renacimiento español Juan Boscán, así como también, y dentro de los márgenes cronológicos del Renacimiento aunque enfrentándose o más bien dándole la espalda al Renacimiento, Cristóbal de Castillejo. No sé si Cristina Morano no la busca, esa medianía, pero desde luego no está en ella, aunque a veces la buscan los perdidos personajes de sus poemas. Sus personajes crueles a veces, crueles sobre todo consigo mismos, candorosamente crueles. Esos personajes buscan esa medianía y a la vez se enfrentan a ella, o le dan la espalda. La dejan atrás, para adentrarse en el reino de la poesía, el reino de las bestias crueles que merodean de A a B, y que digieren con salvaje indiferencia su cena de metáforas. La poesía de Cristina puede ser cruel y es, muchas veces, cruel. Cristina es un león, porque un poeta es lo que le da la gana, para eso es el poeta el que habla en sus poemas o es la poesía, cruel e indiferente hacia el poeta, quien habla por la boca del poeta.El oro que encontrara Rimbaud en la poesía, lo dejó Rimbaud atrás. También el oro que encontrara en África, lo dejó atrás el hombre que fue el poeta Rimbaud, el joven Rimbaud, el niño Rimbaud. Incluso cuando Cristina titula “Aurum” un conjunto de poemas dedicado a la belleza, a la belleza salvaje de un muchacho rubio, rubio como una bestia, como un gato, Cristina parece registrar ese oro para después dejarlo atrás, a su espalda. “Besa mi espalda, bésalo”, escribe en algún otro poema. Porque el tópico del aurea mediocritas tenía que ver con la belleza, con la belleza que anida en cualquier vida tranquila y mediocre, en la vida de cualquiera que lograra conjurar una vida tranquila y normal- como cuando la poeta afirma que, fingiendo ser normal, entra al supermercado asida a una revista Marie Claire. A esta poeta, Cristina Morano, no le bastan las medias tintas, y proclama admirar el oro en “Aurum” para encontrar en otros poemas, así dice en alguno (de sus poemas), más bien hierro, toneladas de hierro, no el que incluyen los médicos en las dietas de las chicas con la llegada de su menstruo –lo sé por mi hermana: su adolescencia atada a un pastillero- aunque quizás también porque es el hierro necesariamente feo, feo y que endurece, que se emplea en las construcciones. Ese hierro que no siempre se ve pero que está debajo, sosteniendo toda la construcción:No somos agradables,pero deberían vernos.Seguro que escribirían grandes frases,no hierros como éste.Hierro y menarquía. Obreras y ejecutivas, empleadas del hogar, abuelas, esposas, madres, supervivientes, más hombres que los hombres, porque son mujeres y también hombres, cuando los hombres pierden su vida en las estúpidas guerras de los hombres de cada día, o en las lejanas, muy cercanas, guerras de Afganistán o Irak. Todo eso que sostiene, a nuestro pesar, la realidad, Cristina lo mete en los cimientos, basas de hierro y sangre, de su poesíaPero a Cristina le interesa, a la vez, toda la medianía en la que la gente normal está, estamos, inmersos. Hoy se habla mucho de la caída de la clase media, tras su breve auge –apenas siglo y medio, acaso medio siglo-. Los medios que nos informan de la crisis no dejan de pregonar la caída y disolución de todo lo medio y de lo cómodo, eso que se ha denominado el estado del bienestar. Lo dijo Ángela Merkel hace bien poco, que se acababa la era del estado del bienestar como dijo también, hace bien poco, que la multiculturalidad ha fracasado. Ahora los egipcios, como poco antes los tunecinos, reclaman su cuota de libertad y democracia, acaban de echar a sus cleptócratas, “la multiculturalidad es una falacia”, proclama airado y gesticulante Slavoj Zizek, el llamado “Elvis de la teoría cultural”, en una entrevista en Al-Jazeera, “la multiculturalidad es una falacia y la libertad es un universal, estúpido”.A Cristina no le interesa la clasicidad ni su renacimiento si no es cifrada en la clase media, o sea la media de todos nosotros, incluidas las pijas de Gucci y Christian Dior y los yonkis de las estaciones de autobuses, las inmigrantes rumanas y las que ocupan altos cargos ministeriales: todos residen en sus libros y las mujeres, en particular, residen, en general, en sus poemas. Pero en particular en este último libro, El ritual de lo habitual, residen las mujeres: libro que es celebración y auge, auge y caída, del ritual del monólogo de un puñado de mujeres, inhabitual media de un montón de mujeres tan habituales como inhabituales.Monólogo drámatico: dícese cuando el poeta da la voz a -y habla por- algún personaje, generalmente histórico y conocido; a personajes que de hecho ya tuvieron su voz, alguna vez. Pero el monólogo dramático, tal y como lo entiende Cristina en El ritual de lo habitual, consiste en dar la voz a quien no la tiene: la gitana, por ejemplo, que pide cerca del Corte Inglés mientras su prole se extiende y se aleja por el resto de la ciudad en círculos concéntricos, círculos cada vez más grandes y diluidos, en torno al centro sin voz salvo la voz que esta madre necesita para pedir, para mendigar.La mujer, por ejemplo, que antes de ocupar un alto cargo ministerial hizo ballet y que ahora avista desde los coches negros del poder a las inmóviles estatuas de la noche, y que usa su voz, su voz no registrada en rueda de prensa alguna, para ordenarles a las estatuas que sanen. Belén Esteban, por ejemplo, que es, bueno, Belén Esteban. Belén Estebán, que como todo el mundo sabe habla a través de sus gestos, más que de su voz; con sus atentados a la gramática y su furia post-Academia y post-Ilustración. “Con esta mano, /con este dedo, corazón”. Tres casos claros de mujeres que nunca hablaron. Que caminan a ciegas y en círculos alrededor del marido muerto, del padre ausente, del hijo o del ministro, del mismo hombre que le impuso el burka o el mismo marido que se dejó coaccionar por los otros maridos para poner un burka a su mujer, el hombre en todo caso a quien ahora acaban de disparar, dejando a la esposa sumida en el desconcierto durante horas, y caminando ciega y en círculos, esperando las balas de los otros, tal y como me cuentan sucedía en Afganistán. Porque las mujeres afganas deben caminar siempre detrás de su marido. Mujeres sin voz. ¿Cuántas mujeres afganas hay en el mundo? Se habrá escrito antes de Cristina el poema-sin-poema, con título pero sin poema, como John Cage titulase 4´33´´ su pieza musical sin música o Malevitch titulase Blanco sobre blanco a su cuadro literalmente en blanco. Pero pocas veces se habrá escrito, con tanta exactitud, un poema sin escribirlo: un poema que sería, como el resto, un monólogo dramático, pues se halla inserto en una serie de monólogos dramáticos, y que se titula “Asifa: mujer afgana de Kabul”.Y una elocuente página en blanco, bajo el título.Fuera de la crisis perpetua de la poesía -fuera de la escritura de la poesía, que está siempre por escribirse-, allá en la realidad ese monólogo está por escribirse, pero tarde o temprano se escribirá. Cristina ya lo ha hecho, en el reino crítico de la poesía. Donde todo está por escribirse. Quizás como en la realidad, cuando miramos los aspectos más terroríficos de la realidad.Durante mucho tiempo estuvo por escribirse lo que escribiría la gente muda y normal, algo que ya supo el anónimo autor del Lazarillo de Tormes, que por algo era anónimo, en los albores del capitalismo. Toda esa clase media que nacía al tiempo que nacía ese género de escritura, la novela, y que supo darle cierta voz, alguna voz, con cumbre en el siglo XIX y crisis (poética) en el siglo XX. Esa clase social que ahora dicen morirá como dicen que hace años está muriendo la novela, a golpe de conjuras esotéricas de saldo y de vampiros adolescentes, acaso los mismos vampiros del mercado que en la tercera fase del capitalismo, la del capitalismo de consumo, poco después de la Segunda Guerra Mundial, descubriera o inventase el mercado adolescente. Acaso los futuros egipcios, que somos todos nosotros, debamos inventar el mercado del futuro como inmensas pirámides solitarias -algo que ya entrevió David Bisbal en Twitter, aunque el cantante fuera lamentablemente malentendido: no disparen sobre el cantante- para reunirnos tras la muerte, con Osiris renacidos, en forma de una nueva clase media post-mortem, la clase media de la eternidad, duradera y eterna como pirámides vacías en el desierto de lo real. Cuando las clases medias al fin desaparezcan, cualquier lector/amanuense de los neomonasterios neomedievales de Internet podrá saber lo que esas clases medias percibían o pensaban o decían o pensaban sin decir, antes de la desaparición de la realidad, merced a ese lenguaje de la poesía en el que todo está siempre por decir y decidir, y lo sabrán por ejemplo en los poemas de Cristina Morano, saber por ejemplo que cuando las clases medias existían nadie era “bueno ni bello a las seis de la mañana”:
Nadie es bueno ni bello a las seis de la mañana.Deberían venir a verlo que hay aquí.Deberían madrugar un día de niebla,venir a esperar el primer tren, autobús, metroque les llevara a trabajar a una nave metálica,crujiente.Deberían encender los tubos de neón,y sentarse frente a la paredpara escribir miles de cosas sin interésen una máquina.Deberían ver a los ancianos sin dentadura postiza,sin lavarse desde hace meses,a los analfabetos manchados de tinta,a los que comemos un bocadilloen el solar delante de la fábrica,sin servilletas, ni agua.No somos agradables,pero deberían vernos.Seguro que escribirían grandes frases,no hierros como éste.
("El pasatiempo de un invierno en provincias (II)",en La insolencia)
Yo conocí la obra de Cristina Morano a través de un poema que una desconocida, una tal Cristina Morano, había dejado en la barra de un bar, una cafetería, para que fuese publicado en una revista pequeña, pequeñísima, en una gran revista porque todo el mundo sabe en poesía menos es más: Cuadernos de bitácora, se llamaba esa revista o fanzine, que un grupo de amigos jovencísimos de Murcia se pusieron a coordinar con el patronazgo de la cafetería Ítaca, así como su apoyo logístico, es decir el apoyo de su barra y el apoyo de sus mesas, el apoyo de sus cafés y de sus tés y sus cervezas y de todo lo necesario para que pudieras fugarte de vez en cuando de las aburridas clases de la recién comenzada universidad, fugarte hacia la entonces aparentemente firme realidad. Ritual de lo habitual: recuerdo que ese disco de Jane´s Adiction salió por esos días.“Mira, tío, lo que nos ha dejado alguien para publicarlo en los Cuadernos”, me dijo David. Y tío, qué poema. Sobre alguien, una chica, que limpiaba pisos en Suiza, en Suizas (sic), aún lo recuerdo con la errata con que el poema salió publicado.Hoy tengo un compañero de trabajo -soy profesor- que alude una y otra vez en claustros y reuniones al sistema suizo: como ideal, como ideal inalcanzable, como patrón y como guía, y flagelo de nuestra ineptitud, quiero decir de nuestro sistema, un sistema que estaba aquí y así cuando llegué, o sea que yo no he sido. Suiza, ¿puedes creerlo? La jodida Suiza. Borges está enterrado en Suiza. Heidi también debe de estarlo, creo que pilla cerca de los Alpes, allí arriba, los Apeninos y los Alpes, todo eso. Nuestro amigo Marco hizo el viaje inverso, según rezaba la canción, y ahora debe de estar enterrado en los jodidos Andes, que la verdad sea dicha se me antoja un lugar bastante peor, a ver quien dice de ir a fregar los inmensos suelos de los Andes.Limpiar pisos en la jodida Suiza, no sé si se me entiende. En todas las Suizas mentales de este mundo. Aquel era un monólogo dramático primero, que no primerizo –el primer poema que de ella leía, hace ya algunos años; y un poema a la altura de los mejores de Cristina, como todos los poemas de Cristina que he leído- y que enlazaría por ello, por ser un monólogo (dramático), con este libro que Cristina ahora ha publicado: El ritual de lo habitual. Aunque leyendo este ya quinto libro de poemas de Cristina, veo que todos sus poemas van construyendo un corpus enlazado y consistente, fiel hacia sí mismo. He dicho quinto libro, pero Cristina ya debutó por esa época a una escala un poco más grande que la de los pequeños Cuadernos de Bitácora, a través del certamen Murcia Joven, con uno de sus mejores poemas: un largo poema, un libro-poema que tarde o temprano tendrá que volver a dar a la imprenta, ella o sus seguidores, sus asustados seguidores que llevarán a la imprenta estos versos aun a riesgo de acabar como Adonis el bello, Adonis el tonto, Osiris o su primo Orfeo, el borracho de Dionisos o, ya puestos, el tonto de su hijo Príamo, con todos sus hinchados, ridícula, grotescamente hinchados miembros despedazados por las manos de las furiosas bacantes. Decía de un primer poema, poema-libro, quizás el más furioso de los suyos, les adelanto de momento el título: “De un hombre que se desangraba en los ceniceros”. Debajo no hay un poema en blanco, precisamente. Habla la mujer de ese hombre, de ese hombre que se desangra. Habrá que hablar de ese poema, en todo caso, cuando se reedite. Ese libro-poema de los tiempos de Jane´s Adiction. Mientras tanto, hay Cristina para rato: en Bartleby se publicará muy pronto un nuevo libro suyo, Mirando al este. Su obra, homogénea y consistente como un gran y único libro, un libro de voces distintas y escritas con una voz única, poderosa y única y donde Cristina descubre el poco bienestar que hay en ese estado del bienestar, aquel en el que hemos estado, más o menos, muchos de nosotros; incluso esos yonkis que Cristina se tropezase en los andenes de alguna estación y que ven como su hijo se tropieza, y golpean a su hijo tras exclamar: “Míralo, ya s´a metío”. Hay que tener bien puestos los ovarios para dedicar un monólogo dramático –para el vulgo, recordamos: cede la voz- a Belén Esteban, y en el que la “princesa del pueblo” hable de cómo en las masas proletarias hay gente que adopta la “cosmovisión burguesa” traicionando “los intereses de su clase”; también hay que tener una gran sabiduría lingüística, es decir esa sensibilidad hacia el lenguaje que se le exige a los poetas (olviden lo de “poetisa”, reserven el sufijo “–isa” para otras Monas Lisas no tan aceleradas, para otros especímenes ajenos a Cristina Morano) a la hora de poner tan bien puesta una coma, una maldita y simple coma en ese verso final en el que Belén (Esteban) termina contabilizando las bibliotecas, jardines botánicos y otros “Museos de las afueras”: “Con esta mano, /con este dedo, corazón”.Con El ritual de lo habitual ha vuelto la Cristina más punki y deslenguada, la señora de la alta poesía, fingiendo ser normal mientras entra al supermercado asida a una revista Marie Claire. Vuelve la trovadora que espía a las señoras mientras las señoras se maquean para sentarse a la mesa de los señores del castillo de Aquitania; la que discute sobre Lydia Lunch con Katherine Hepburn mientras los hombres discuten con Shakespeare sobre Ricardo III,; la que canta con Lydia Lunch que “Your love don´t pay my fucking rent” mientras la corte shakespeareana ve el universo en una cáscara de nuez. La que suelta a los caballos y abre los establos de la corte de Elsinore mientras todos los hombres y mujeres de la corte de Elsinore duermen. La que enseña a las chicas a no sentirse avergonzadas cuando el menarca llega dejando rastros de su sangre en la ducha. Las chicas que se avergonzarán cuando crezcan y deban lavar de la ropa de sus hijos la sangre de la guerra de los hombres. He pensado en titular este texto “Cristina Morano o las torres doradas de la caída clase media”. Porque me he acordado del título de un relato de Bohumil Hrabal: “¿Has visto las doradas torres de la ciudad de Praga?”.Creo que ese cuento se titulaba así. Pero no voy a comprobarlo.Iba a titularlo así pero me lo he pensado mejor, porque yo creo que a Cristina le trae al fresco la clase media. Ni creo que en su poesía haya caída alguna.El arte de agarrarse, titulaba Cristina Morano uno de sus libros.Lou Reed cantaba que quería ser negro. Cuando lea a Cristina, cantará que quiere ser mujer. Con dos ovarios.Y tú, amigo lector: ¿quieres ser mujer? Pues, de momento, vigila a tu mujer. La que tengas más cerca. Quiero decir que la cuides. Que sobre todo la cuides. Pero también te cuides de ella. Porque su fuerza ha venido para quedarse. Con unos ovarios bien puestos. Unos ovarios de hierro.Termina Cristina Morano su último libro con estos versos:
Siempre era así, ponía las cosasy pasaba por ellas, haciendo siempre algo,una danza que no es bailesino líneas tangentes a las cosas,poniéndolas en orden.Lo que me importa es la secuencia, dice,La creación de un mundo que no desasosiegue.
A lo mejor, en última instancia, encima de todo ese hierro hay sosiego. Hay oro, ahí arriba. Eso seguro, porque toda poesía, después de Rimbaud, es oro. Y aquí hay poesía, hay oro y también, quizás, después de todo, la búsqueda de algo de sosiego.