Los hermanos Coen escriben, producen y dirigen esta fallida película de marcado tinte judío que se desarrolla en el año 1967. Estos dos prolíficos directores (es su séptima película en esta década) utilizan el humor, como ya hicieron en otras ocasiones, para describir el ambiente que les tocó vivir durante su niñez y buena parte de su adolescencia. Un desconocido Michael Stuhlbarg, nominado al Globo de Oro por su interpretación, encarna a Larry Gopnik, un profesor de instituto que ve cómo se derrumba su vida sin poder remediarlo.
Joel y Ethan Coen cuentan con un gran número de seguidores en todo el mundo. Su particular forma de hacer cine ha forjado ese mito que tuvo su cénit con “No es país para viejos”, el reconocimiento hollywoodiense a una sarcástica manera de contar historias. Ahora, “un tipo serio”, supone una vuelta a sus orígenes. Da la impresión de haberse quitado una pequeña espina en su corazón.
Sin embargo el producto final que se presenta al público no es el mejor. Parece hecha con prisas, con pocos gags con gracia, personajes faltos de carisma y poco interés general. El guión tiene el toque Coen pero sólo lo descubrimos en algunas situaciones esperpénticas, el resto del tiempo es paja.
Larry Gopnik es un reconocido profesor, padre de familia, felizmente casado y a punto de conseguir un ascenso. En apenas unos días su mujer decide abandonarlo, siente el desprecio de sus hijos, le intentan sobornar y una carta anónima puede arruinar su carrera profesional.
Michael Stulhbarg, actor nominado a un Tony en 2005 y muy valorado en el mundo teatral, realiza una interpretación loable pero adulterada. El teatro no es cine y no siempre un actor reconocido en alguno de ellos transmite lo mismo en el otro medio. En este caso, a veces le falta fuerza y le cuesta cambiar de registro; sus muecas no varían pese a la cantidad de noticias y problemas que le acechan. Convierte su personaje en alguien aún más tonto de lo que ya parecía ser.
Las historias paralelas, como la del hijo que tiene una deuda con su camello o la escena inicial, no aportan absolutamente nada al conjunto y uno se pregunta si era necesario incluirlas en el montaje final. ¿Qué sentido tiene el papel de Tío Arthur? En cambio otros personajes que aportaban más como el amante de la mujer (Sy Ableman) se quedan en un par de momentos que suponen lo mejor del film.
El final te deja indiferente, no cierra ninguna de las situaciones generadas. Un cierre con prisas que sólo se entendería por la intención de hacer una segunda parte aunque todos sabemos que eso nunca sucederá.
El judaísmo es una religión interesante. A través de la mirada de los Coen podemos acercarnos un poco más a unas tradiciones que el cine ha tocado en escasas ocasiones.
Posiblemente los incondicionales disfruten de esta película; para el resto no deja de ser un aburrido relato sin acabar.
José Daniel Díaz
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