Una cuenta pendiente que me quedó -junto a la flamante ganadora- de los últimos Premios de la Academia. Esta película dirigida por David Fincher es una ternura de principio fin, pero con un parate en el medio que dura unos 20 o 30 minutos. La extraña historia de un hombre que nace viejo y muere niño de por sí ya es rebuscada, pero logra ser conmovedora gracias a un desarrollo técnico impecable y deslumbrante, sobre todo en el apartado estético. El maquillaje juega un papel importantísimo en la construcción del personaje encarnado por Brad Pitt, que mientras se mantiene petizo y avejentado está descomunal, para luego volverse como siempre fue una vez el Sr. Button llega a los cuarenta años.
Sin duda lo que más impacta de este relato histórico sobre las idas y vueltas en la vida de este singular individuo es que su 'metamorfosis' se ve afectada principalmente por dentro. Resulta paradógico ver como un 'viejito' debuta sexualmente o prueba su primer trago de whisky, así como tambien resulta conmovedor verlo caminar por primera vez o durmiendo con su madre, menor que él en apariencia. Esto se ve ayudado por la magistral actuación de Taraji P. Henson, quien hace de Queenie, la madre adoptiva de Benjamin, la que lo ve como el niño que es por dentro: ese ser tan inocente y desprotegido ante la mirada del resto de los humanos 'comunes'.
Como historia es excelente. Como película se puede decir que es bastante larga, teniendo como principal defecto ese embelezamiento que se hace hacia la mitad del metraje, donde todo queda estancado en el romance entre el personaje de Pitt y Cate Blanchett, que lo arrolla con la interpretación (pero ella no va quedando linda con los años, ni nadie le dice cuán perfecta es a los cuarenta). Esta relación se empieza a vivenciar desde la 'niñez' de ambos, pero se pronuncia cuando los dos "coinciden" en la edad mental: en el momento en que Button tiene 49 y Daisy (Blanchett) 43.
Este embrollo se resume simplemente dando cuenta que el pequeño bajón que sufre la película se debe a que los realizadores están más preocupados en exaltar la belleza y el atractivo de Pitt que por continuar con una historia de vida que nunca llega a acoplarse con los hechos históricos (desde la Primera Guerra Mundial hasta el huracán Katrina) que coinciden con el relato. Y ese es el peor matiz de este adorable filme: no conectarse del todo con su contexto. Daba igual que la historia se desarrolle en el 1800, en nuestros días o en la Luna, si todo se licúa en las consecuencias de la rareza genética de Button, ya sea en sus únicas dos relaciones amorosas o en su conflictiva relación paternal (tanto adoptiva como biológica).
Aún así, es muy atractivo (vaya si se adecúa esa palabra a esta película) ver cómo se van sucediendo los hechos en la trama, haciendo a uno pasear por momentos tiernos, hilarantes, románticos y hasta tristes. Esa multiplidad de sensaciones desplegadas en el abanico del director de Se7en -que hace uso y abuso del aspecto de su fetiche, el señor Aquiles- es lo más destacado de la historia, además de la perfección que se alcanza con el maquillaje y los efectos visuales que permiten dar cuenta del paso del tiempo.
El reloj invertido es el mejor ícono de todos. La mini-historia (protagonizada por un irreconocible Elias Koteas) que introduce al relato es exquisita para adentrarse en las siguientes dos horas y media.
Más allá de lo rebuscado que puede ser el desenlace central -ese que sucede en la enfermería, desde donde se cuenta todo- no se pueden perder esta historia de amor, extrañeza, dilemas del tiempo y odas a la belleza humana como cualidad que está por encima de las condiciones físicas, con todo lo paradójico y contradictorio que puede sonar esto último.
Calificación (del 1 al 10): 8