Revista Literatura

Crónicas de la Torre de Laura Gallego García

Publicado el 03 septiembre 2010 por Polaquita

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[…]En la casa reinaba el desconcierto. La madre no tenía que dar a luz hasta dos meses después, y, además, sus dolores estaban siendo más intensos de lo habitual. Ella era la primera asustada: había traído al mundo cinco hijos antes de aquél, pero nunca había tenido que sufrir tanto. Algo no marchaba bien, y pronto en la granja se temió por la vida de la mujer y su bebé. […]
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[…]La llamaron Dana, y creció junto a sus hermanos y hermanas como una más. Aprendía las cosas con rapidez y realizaba sus tareas con diligencia y sin protestar. […]
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Dana tenía entonces seis años. […] Estaba recogiendo frambuesas para hacer mermelada cuando sintió que había alguien tras ella, y se giró.
—Hola —dijo el niño.
Se había sentado sobre la valla, y la miraba sonriendo. Dana no lo había oído llegar.
Tendría aproximadamente su edad, pero la niña no recor­daba haberle visto por los alrededores,[…]
—Me llamo Kai —dijo el niño a sus espaldas.
Dana se volvió de nuevo para mirarle. El sonrió otra vez. Ella dudó.
—Yo soy Dana —dijo finalmente, y sonrió también.
Aquél fue el comienzo de una gran amistad.[…]
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Las estaciones pasaron rápidamente; Dana creció casi sin darse cuenta, y Kai con ella. A los ocho años ya no era un niño enclenque, sino un muchacho saludable y bien formado, mientras que Dana se hizo más alta y espigada, y sus trenzas negras como el ala de un cuervo le llegaban a la cintura.
Seguían siendo amigos, y pasando la mayor parte del tiem­po juntos. […]
[…]
Después de realizar sus tareas cotidia­nas, Dana y Kai corrieron a su refugio en el bosque.[…]
Cuando quiso darse cuenta estaba ya anocheciendo. Se des­pidió de Kai precipitadamente y echó a correr. El niño la vio marchar, muy serio, pero no la siguió.
Dana atravesó el bosque enredándose con los arbustos[…]
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[…]—Explorar —susurró—. Seguir a un venado, comer mo­ras silvestres... incluso hemos... —se calló súbitamente y rec­tificó—: incluso he visto a la nueva carnada de oseznos. Pero la madre no pasó por alto el desliz.
—¿«Hemos»? —repitió—. ¿Quién estaba contigo? […]
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[…]
—¡Responde! ¿Quién estaba contigo?
Dana no pudo más.
—¡Kai! —chilló—. ¡He estado con Kai todo el día! ¡Todos
los días!
Se sintió de pronto tan aliviada que no le preocupó la
extrañeza de sus padres, hermanos y hermanas. Pero su madre la sacudió de nuevo. —¿Y quién es ese Kai? —quiso saber. —Ya... ya te lo dije una vez. Es mi amigo. Mi... mi mejor amigo. Un niño de mi edad.[…]
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—¡Déjame en paz! —la voz de la niña sonó extraña, aho­gada por la manta que la cubría.
—Dana, tengo que hablar contigo.
—Vete. No existes.[…]
—De eso justamente quería hablarte.
Hubo un breve silencio, y entonces la cabeza despeinada de Dana asomó por debajo de la manta. Estaba pálida, tenía los ojos enrojecidos y la nariz hinchada de tanto llorar.
—De eso quería hablarte —repitió Kai, sentándose a su lado—. Nadie puede verme. Sólo tú.
[…]
—Sólo tú puedes verme —insistió—.[…].
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[…]
—No me dejes sola, Kai — suplicó en un susurro—. No me dejes nunca.
—Nunca—prometió el muchacho […]
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Dana sintió entonces una sombra tras ella, y se estremeció.
Como Kai, se giró, intrigada.
Se trataba de un jinete que acababa de llegar por el ca­mino. Montaba un hermoso caballo blanco que sudaba y re-"pl.iba por culpa del calor.[…]
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[…]El jinete la observó un momento y después clavó la vista en un punto por detrás de ella. Súbitamente le cambió la expre­sión y dejó de sonreír. Sus ojos grises se estrecharon.
Dana siguió la dirección de su mirada, preguntándose qué habría visto, porque tras ella no había nada especial. De pron­to le pareció comprenderlo, y se quedó helada.
Tras ella no había nada... salvo Kai.[…]
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[…]—¿Kai? —llamó en voz baja.
No hubo respuesta. Dana, cada vez más nerviosa, lo buscó l>or todas partes, preguntándose qué iba a hacer si él no quería acompañarla.
—¡Kai! —gritó, ya sin importarle que la oyesen.
—Estoy aquí, Dana —dijo la voz de su amigo tras ella, muy cerca.
Dana se sobresaltó, pero casi se echó a llorar de alivio.
—Te vas —dijo él, entristecido.
—Nos vamos —corrigió ella—. No voy a dejarte aquí.
—Pero yo no puedo...
—No iré a ninguna parte sin tí —cortó ella, sacudiendo muí energía sus trenzas negras.
[…]
—De verdad, me gustaría..[…]
—¿Ocurre algo? —quiso saber el visitante.
[….]
—Es que yo no puedo... —comenzó, pero en los ojos del (lumbre apareció un brillo de comprensión.
Miró hacía donde estaba Kai —esta vez no había duda—
—Tú puedes venir también.
El rostro del niño mostró una súbita expresión de alegría.[…]
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[…] La vida es el único fin de toda criatura. Una vez comprendas esto, comprenderás el mundo, y te será más fácil controlarlo[…]
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Dana nunca olvidaría el dia en que, cinco años después de su llegada a la torre, aprobó el examen del Libro del agua y cambio su túnica por una de color violeta.[…]
Pagina 79
[…]
—Es lo que pasa siempre —comentó—. Conoces el bos­que de punta a punta y, en cambio, nunca has visto al uni­cornio del Valle de los Lobos.
Dana era ahora toda oídos.
—¿Quieres decir que hay un unicornio en este bosque, el bosque del Valle de los Lobos?
El elfo sacudió la cabeza.
—No me atrevería a jurarlo —dijo—. Hay muchas leyen­das que afirman que es así, pero yo no conozco a nadie que lo haya visto.[…]
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Cuando lo descubrió, un terror irracional la paralizó por un brevísimo instante. No eran más: eran los mismos. Inex­plicablemente, los lobos congelados, calcinados o petrificados volvían a la vida al cabo de unos minutos. Su magia estaba fallando, o no les afectaba, o...
—¡Esto no es posible! —chilló la aprendiza, y siguió lan­zando rayos y ondas de hielo a su ¿rededor, y los lobos siguieron cayendo para volver al ataque momentos después.[…]
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[…]
—Dices que viste al unicornio —concluyó Fenris lenta mente.
—No te estoy mintiendo. Vi al unicornio y es la criatura más hermosa de la tierra.
El elfo la miró a los ojos, tratando de descubrir la verdad de sus palabras.
—Te creo —dijo por fin—. Seguramente lo viste, porque de lo contrario no estarías tan empeñada en volver a pesar de todo. Porque eso es lo que quieres, ¿verdad? Esta noche es plenilunio.
—Lo has adivinado. Quiero volver a intentarlo esta noche, y sé que tú puedes controlar a los lobos del valle. Es por eso por lo que pasas las tardes... y probablemente también las noches... subido en las almenas, protegiendo la Torre.[…]
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—Estabas espiando —lo acusó Dana.
—¿Quién es Kai? —quiso saber el elfo.
—No es asunto tuyo.
[…]
—¿Sabías que «Kai» es una palabra élfica?
[…]
—Veo que no lo sabías —comentó Fenris—. Bueno, por si te interesa, significa «compañero». Algunos magos utilizan esta palabra para referirse a...
—¡No! —gritó Kai, fuera de sí.
—No quiero saberlo —se apresuró a responder Dana, dirigiéndole una mirada preocupada—. Por favor, Fenris, no me cuentes más. Él no quiere que yo lo sepa.
—Comprendo muy bien por qué —murmuró el elfo con suavidad—. Está bien; no debo meterme en lo que no me importa.
—Ya lo has hecho —masculló Kai, malhumorado.
Dana suspiró, profundamente preocupada.
—Kai existe —dijo.
—Imagino que sí —respondió Fenris—.[…]
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“Él no quiere que yo lo sepa”, se recordó a sí misma, y por primera vez pensó: “Sufriría mucho si yo lo supiera”. Iba a decirle a Fenris que no quería saber nada más cuando el elfo habló:
—Kin-Shannay —dijo.
—¿Kin-Shannay? —repitió Dana—. ¿Qué es eso?
—Así llaman en mi tierra a las personas como tú.
[…]
—Kin-Shannay —dijo de nuevo el elfo—. Son seres ex­traordinarios, y en todo el mundo sólo existen un puñado de ellos. Sus poderes pueden llegar a ser casi ilimitados, porque ven mucho más allá, porque su mirada llega más lejos que la del resto de los mortales. Porque son una puerta abierta a otra dimensión.
[…]
—Me estás tomando el pelo.
—Te aseguro que no —los ojos de Fenris seguían mirán­dola con atención—. Ahora empiezo a entender por qué el Maestro te trajo a la Torre —frunció el ceño—. ¿Sabía qué clase de criatura estaba metiendo en su casa?
—¡No te entiendo! —estalló Dana por fin—. ¡No sé qué quieres decir! ¿Qué es eso de Kin-Shannay?
—No puedo decirte más sin desvelar el secreto de Kai, y es obvio que él no quiere que te lo cuente.
[…]
—Me trajo a mí para que le permitiera acceder a la Torre, que estaba sitiada por los lobos —musitó Fenris—. Pero, ¿y a ti? ¿Por qué te trajo a ti? La clave está en esa hechicera que habla contigo. ¿Nunca le has preguntado su nombre?
—Cientos de veces. Pero nunca me responde.
—Está relacionada con la Torre, sin duda.[…]
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—¡Se abre la veda! —dijo Kai—. ¡Tu amigo el elfo y sus congéneres lobunos acaban de salir de caza!
Dana no respondió.[…]
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[…]
—Hemos perdido al unicornio —suspiró con tristeza—. ¿Qué hemos hecho mal esta vez?
—Yo diría que estamos donde él quería —opinó Kai,
[…]
—Sé que estás cansada, pero te voy a contar una historia. ¿Me escucharás?
Dana asintió y abrió los ojos, intuyendo que era impor­tante.
—Hace más de quinientos años —empezó él—, los dra­gones abundaban en la tierra y a menudo se instalaban en cuevas de montaña cercanas a las aldeas, […]
»Entonces un joven y atolondrado granjero decidió que ya era hora de que alguien hiciese alguna cosa al respecto; así que fue a buscarlo, armado únicamente con dos cuchillos im­pregnados de veneno, pero sin ningún tipo de protección.
»Lo encontró[…]. El dragón lo vio y decidió que era un apetitoso bocado[…]. El muchacho no era rival para él y, por eso, cuando el dragón oyó que lo desafiaba, se echó a reír.
Kai hizo una pausa. Dana lo miró, pero él no pareció darse cuenta. Miraba fijamente al frente, serio y sombrío.
—He dicho que no era muy grande, ¿verdad? —prosiguió por fin—. Bueno, comparado con otros de su raza, no. […]
La pelea fue corta y desastrosa, pero el dragón no mató al mu­chacho, sino que lo dejó inconsciente para llevárselo y diver­tirse con él un poco en su cubil. Por eso, cuando él recobró el conocimiento, se encontró suspendido en el aire, atrapado por una garra del dragón azul, que volvía volando hacia las montañas, muy satisfecho con su trofeo.
»El chico creyó que tenía una oportunidad. El dragón vo­laba con las garras muy pegadas al cuerpo, para ofrecer menos resistencia al aire, de tal forma que el granjero podía ver cla­ramente las escamas de color zafiro que cubrían todo su cuer­po de reptil. Moviéndose muy lentamente para que el dragón no lo sintiera, extrajo de su bota el cuchillo de repuesto, buscó un hueco entre las escamas y lo hundió en la carne de la criatura, que se sobresaltó y abrió la garra...
[…]
—Caí desde una altura de trescientos metros —concluyó el muchacho, hablando por primera vez en primera perso­na—. Lo último que pensé fue que ojalá, ojalá... no hubiera sido tan estúpido. Y aprendí, demasiado tarde... que la vida es demasiado preciosa como para ponerla en peligro sin una bue­na razón.
—Era una buena razón —comentó Dana, pero Kai le di rigió una mirada terrible.
—Tú no sabes lo que dices. La gente no sabe lo que tiene hasta que lo pierde.
Dana no respondió. Tras un incómodo silencio, Kai con­tinuó:
—Encontraron mi cuerpo hecho un guiñapo, y me enteraron allí mismo. Cien años después tus antepasados constru­yeron una granja en aquel mismo lugar —sonrió—. Si algún día vuelves a casa y excavas en la pared oeste del granero, bajo la ventana... seguramente encontrarás mis huesos, […]
[…]
»Lo que te dijo el elfo es cierto. A veces nace una persona con poderes especiales relacionados con nosotros. Una persona cuya mente supone una puerta abierta de par en par entre ambas dimensiones, que es capaz de vernos y entendernos. Uno de nuestros pocos enlaces con el mundo de los vivos. Los elfos los llaman “Kin-Shannay”, “Portales” y, como te contó el mago, sólo hay unos cuantos repartidos por todo el mundo. Por eso nosotros nos interesamos particularmente en protegerlos y enseñarles el camino.
»Dio la casualidad de que un Kin-Shannay había nacido en la aldea donde yo viví mi corta existencia. Por eso me escogieron para guiarte y protegerte; para ser tu “Kai”[…]
—Y viniste a mí... —dijo Dana a media voz, evocando su primer encuentro.
[…]
—He cometido un error —dijo Kai, adivinando sus pen­samientos—. Se suponía que no debía implicarme, pero... te he tomado demasiado cariño, Dana. No debí dejar que pa­sara.[…]
[…]—Creo que me habría enamorado incluso si tú no fueras la única persona en el mundo que puede escucharme.[…].- Cuando se acabe el plazo tendré que volver al Otro Lado. Mis poderes se están agotando rá­pidamente; pronto ni siquiera seré capaz de coger objetos.
—¿El plazo? —repitió Dana, enderezándose rápidamente.
—Fallecí a los dieciséis años —respondió él con voz ron­ca—. Mi vida como Kai no puede durar más.[…]
—Me dijiste que nunca... —insistió Dana, resistiéndose a escucharle, pero él la interrumpió:
—Nunca, y eso es cierto. Estaremos separados un tiempo cuando yo me vaya. Pero algún día nos reuniremos al Otro Lado, y esta vez sí será para siempre... si todavía me recuerdas entonces.[…]
Pagina 192
—Me dirijo a vosotras, queridas visitantes, para propone­ros un trato. Tengo en mi poder a alguien muy querido por una de vosotras; seguramente no querréis que sufra, ¿no es cierto?[…]
—Sé lo que estáis pensando —[…] -. Me refiero a alguien que habéis dejado aban­donado en la cocina.
Dana ahogó un grito y Maritta tuvo que contenerla para que no echara a correr escaleras arriba.
[…]
—Sul'iketh —dijo solamente.
[…]
—¿Qué pasa? —susurró Dana, temblando—. ¿Qué os sul'ikethl
—Un antiguo conjuro —respondió Maritta.
—¿Y para qué sirve? —quiso saber Dana, cada vez ni;is angustiada.
[…]
—Para atrapar espíritus —dijo finalmente Maritta—.[…]
—Lo siento —susurró Maritta—. No pensaba que pudiese correr peligro.[…]
Pagina 194
[…]
—Voy a aceptar el trato —le dijo a Maritta—. Kai habría hecho lo mismo por mí.[…]
Pagina 195
[…]
—Ah —dijo el Maestro—. De modo que has llegado. ¿Tienes idea de por qué te he hecho venir aquí?
—Para sellar el trato —contestó ella, y se pasó una mano por el corto cabello negro, con nerviosismo.[…]
Pagina 196
[…]
—Hagamos las cosas bien, Kin-shannay —concluyó el Maestro—. Te he citado aquí para someterte a la Prueba del Fuego.[…]
[…]Yo, Dana, apren­diza de cuarto grado de la Escuela de Alta Hechicería de la Torre del Valle de los Lobos, me presento voluntariamente —puso una especial ironía en la palabra— a la Prueba del Fuego para convertirme en maga de primer nivel.
El Maestro asintió.
—Se aprueba tu presentación, querida alumna. Te desea­mos suerte.[…]
—Que dé comienzo la prueba —ordenó el Maestro, y el círculo del suelo se iluminó.[…]
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[…]La luz tricolor de las lámparas disminuyó en intensidad,[…] A su alrededor todo se había puesto oscuro. No podría utilizar sus sentidos mortales[…]Sintió de pronto que algo se acercaba. […]Dana cayó extenuada en el círculo. Después de dos largas horas de combate contra el fuego.[…] ¡No podía ser verdad! Luchó por levantarse, pero sus miembros no la obedecieron. El caballo seguía acercándose, y Dana supo que había llegado el fin.
En un momento pasaron por su mente escenas de toda su existencia,[…]
Dana intentó no pensar en nada. El caballo alado se iba acercando poco a poco, y la muchacha cerró los ojos.
Sintió entonces una suave calidez en la mejilla y los abrió, sorprendida. Más le asombró lo que vio.
La criatura le acariciaba suavemente el rostro con el belfo. Sus alas batían lentamente el aire.
Dana no podía creerlo.[…]
[…]no podían carbonizarla, porque era inmune al fuego.
[…] “Soy una hechi­cera”, se dijo, y pensó en el imponente aspecto que tendría montada en aquel ardiente caballo alado. “Ahora soy una he­chicera.”
No sentía alegría porque sabía que ahora su mente per­tenecería al Maestro. Pero, al menos, gracias a ello Kai sería libre.
—Te lo debía, amigo mío —susurró con voz ronca—. Ahora estamos en paz.[…]
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[…]— Enhorabuena — dijo el Maestro — . Ya eres una hechi­cera de primer nivel.
Dana levantó la barbilla y lo miró con desprecio.
— Sellemos el pacto — dijo — . Deja libre a Kai y mi vo­luntad y mi magia serán tuyas.
— Sea — asintió el Maestro.[…]
Pagina 204
[…]Ya no era Maritta, sino solamente Aonia, la archimaga de la tú­nica dorada, que le sonreía con amabilidad.
“Has recuperado tu cuerpo”, observó Dana mentalmente.
“No”, respondió ella, y su sonrisa se ensanchó. “Tú has perdido el tuyo.”
“¿¡Qué!?”,[…]”¿Qué has querido decir con eso?”
“Era la única manera de salvarte, Dana.”
[…]. Allí estaba Kai, que le sonreía.
«Ahora estamos juntos los dos», dijo el muchacho y, aun­que a Dana le parecía maravilloso volverlo a ver, las impli­caciones de sus palabras la hicieron estremecer.
Pero Kai alargó un brazo hacia ella y la cogió de la mano, y Dana vio que los dedos de él aferraban los suyos de alguna manera, por primera vez desde que lo conocía.
«Oh, Kai», murmuró, y se acercó a él, y lo abrazó y, aunque fue un contacto extraño, porque ninguno de los dos tenía cuerpo, a Dana le pareció maravilloso. El chico la es­trechó entre sus brazos y, Dana lo sintió real y verdadera­mente junto a ella. «¿Qué ha pasado?»
«Siento tener que decírtelo», respondió Kai. «Pero me temo que estás en mi mundo. Estás muerta, Dana.» […]
«No importa», suspiró ella, y abrazó con más fuerza a Kai. […]
[…]
“Pero no se ha acabado, Dana. Aún puedes volver.”[…]”Por eso te trajimos aquí”, explicó Aonia. “Era la única forma de liberarte del hechizo[…]
Pagina 206
[…] “Debes volver”, dijo solamente.
“¿Tú también? Kai, estarnos juntos por fin. ¿O es que no quieres?”
“No hay nada que desee más, Dana. Pero no ahora. Tienes una larga vida por vivir. Eso es lo que te espera en la Torre...; eso y dos amigos que necesitan tu ayuda.”
[…]
“Comprendo que es un gran sacrificio en tu caso”,[…]
“Por favor”, insistió Kai. “Vuelve. Vive.”
“Me pides que renuncie a ti.”
“Eso nunca. Pero cada cosa tiene su momento, y nuestro momento aún no ha llegado. Vuelve a la Torre, Dana. Vuelve a la vida. Por favor.”
[…]
“Me partirás el corazón si me obligas a marchar”[…]
“Tú eres fuerte.”[…]
Pagina 210
[…]
—¡Estúpidos! —les espetó el Maestro con una carcajada—. ¡No podéis nada contra mí!
Los dos amigos reaccionaron inmediatamente, y dirigieron sus rayos hacia el cuerpo escamoso del reptil antes de que éste se lanzase sobre ellos.[…]
—No podéis enfrentaros a mí, aprendices —dijo el Maes­tro—. Habéis perdido. […]
—La maldición se ha cumplido —dijo Aonia. […]
__Ya está, Fenris —dijo con suavidad—. El Maestro ha
muerto. La Torre es nuestra. […]
Pagina 217
Los DOS HOMBRES avanzaban con dificultad por el camino del valle. El más joven, un pelirrojo de ojos risue­ños, arrastraba una terca muía que consideraba que iba de­masiado cargada para aquella caminata, y se paraba en cuanto notaba que su guía dejaba de tirar del ronzal, aunque fuera por un breve instante.[…]
El jinete más avanzado se apartó la capucha de la cara. Los últimos rayos del sol poniente iluminaron los rasgos de una mujer joven y hermosa, de melena negra como el ala de un cuervo y ojos azules, profundos y serenos como el mar en calma.
El joven se inclinó ante ella.
—Buenas tardes, Señora de la Torre —la saludó, tarta­mudeando un poco ante la expresión intensa de aquellos ojos que parecían saberlo todo—. Os traemos...
No pudo seguir. La dama sonrió.
—Gracias, Nicolás —dijo.
[…]
—¿Puedo verlo?
—¡Claro! —Nicolás se llevó los dedos a la gorra y después se volvió hacia su compañero. […] —Ha sido necesaria una larga búsqueda para encontrarlo.
—Lo sé —asintió ella—. Serás recompensado.
[…]
Eran huesos de dragón. El esqueleto no estaba completo, pero aun así se podía apreciar que el animal había sido de tamaño mediano.
—Un azul —explicó el hombre, señalando el cráneo—. ¿Veis? Sólo los dragones azules tienen este tipo de cuernos. Y en cuanto a las costillas...
[...]
extrajo de su saquillo un objeto que tendió a la mujer con una reverencia.
Ella lo desenvolvió con sumo cuidado y lo observó ansio­samente bajo la luz de las estrellas.
Era un puñal antiquísimo;[…]
—¿Dónde lo encontraste? —preguntó.
—Bien incrustado entre las costillas del dragón, mi señora —respondió el hombre.
—¿Crees que eso pudo matarlo?
—No lo sé, pero es lo que parece.[…]
Pagina 220
[…]
La dama y su acompañante se quedaron allí un rato mien­tras un manto de estrellas cubría el valle. Entonces ella alzó la cabeza para mirar a la luna. Estaba en cuarto creciente, como una raja de melón o una enorme sonrisa, y entre sus dos picos brillaba una estrella excepcionalmente hermosa.
Los hombres y la muía estaban ya muy lejos. El segundo jinete se quitó la capucha y dejó que la luna iluminara sus suaves rasgos de elfo. Entonces echó la cabeza atrás y aulló.
Fue un aullido largo y prolongado, que pronto recibió contestación desde las montañas: sus hermanos lobos coreaban su saludo.
La Señora de la Torre miró al elfo y le sonrió; y él le sonrió también.
Lentamente, ambos emprendieron el regreso hacia la Torre bajo el cielo.


Crónicas de la Torre

Laura Gallego García

El navegante

Crónicas de la Torre  de Laura Gallego García *****Se que son muchas las citas que he colocado en esta enterada, casi he colocado paginas enteras, pero es que este libro me encanto y bueno es alucinante, al igual que los otros 3 libros que le siguen , espero que disfruten con todas las citas que he puesto.
Y claro compraos los libros de esta saga no os vais arrepentir ;)****


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