Crónicas del Ikea

Publicado el 03 agosto 2012 por Drajomeini @DoctoraJomeini

Iba yo por Ikea tan feliz, lalaralarito y tal, siguiendo la flecha de la que no puedes desviarte porque si no te pierdes y te conviertes en un kamikaze contracorriente, cuando veo una cocina muy chula que les vendría de perlas a mis padres. Me dirijo a un dependiente vestido de amarillo pollo. Dicho sea de paso, el que diseñó los uniformes de Ikea o era un genio por adivinar que nadie se pondría una camisa de ese color ni jartogrifa que estuviera y los dependientes serían rápidamente localizables o se tomó lo mismo que el que diseñó el chándal olímpico de España. Pero a lo que vamos: me dirijo al dependiente vestido de amarillo pollo: - Oiga, perdone... Él me mira con los ojos como platos y exclama: - ¡Anestesista! Me toco el pelo a ver si me he dejado puesto el gorro de quirófano, que, con la cabeza que tengo, todo puede ser. Pero no. - Jomeini, ¿verdad? ¡Dios del cielo! ¿Cómo lo sabe? Yo pensaba que esta especialidad sólo me había marcado con unas ojeras perpetuas, pero ahora resulta que la llevo grabada a neón en la frente. Luego, mientras él me observa sonriente, me empieza a sonar su cara. - Estooo...¿te anestesié yo...o algo? - No, a mi no. Le pusiste la epidural a mi mujer. Minerva. Uy, sí, Minerva, cómo me suena. Con ese nombre no creo que hubiera muchas. - Y luego tuviste que subir corriendo para el parto y sangraba mucho, ¿recuerdas? ¡ZAS! Minerva. La primera atonía uterina como adjunta. Arteria. Dos vías gordas. Y el culo apretado mientras los gines hacían de las suyas. Claro que recuerdo.  - Ella está bien ¿verdad?  - Sí, gracias. Y el niño también. Siempre te quise dar las gracias. - De nada - le respondo con una sonrisa. 
Ya sé que es nuestro trabajo, pero cómo se agradece que alguien se fije en el lado oscuro del quirófano.