Todo el mundo sabe que los niños son básicamente caprichosos y esencialmente egocéntricos, característica esta última que se extiende en el tiempo de manera exponencial hasta el final de la adolescencia.
Por eso, no me extrañó el comportamiento del tierno y endemoniado infante que estuvo a mi lado con sus padres durante mi viaje en tren de ayer. Claro, que la gente viaja como en las películas españolas de Paco Martínez Soria, rodeada de la tumbona playera a rayas, sombrilla, neverita, tres bolsas, la de la piscina, la de ir a tomar el sol y dos maletas descomunales... Y además, el niño.
Los niños tienen una gran capacidad para atraer la atención de todo el que se ponga por delante, y usan para ello diversas estrategias -a veces, ayudados por los felices abuelos: "venga, nene, dile a la vecina lo bien que bailas". Este pequeño viajero usó a lo largo de cinco horas el arma de mayor destrucción masiva que podía tener cerca: el llanto.
- Mamá, Irene me ha pegado.
- ¿Hum? No puede ser, cariño, que tu hermana está sentada dos puestos más allá y no se ha movido.
- ¡Mamá, te he dicho que Irene me ha pegado!
- Cielo, ya te he dicho que si mientes te crecerá la nariz como a Pinocho.
-¡¡Mamá!! ¡Hazme caso, que Irene me ha pegado!
- Niño, siéntate como una persona -apunta el padre, que empieza a estar harto del niño.
- ¡¡Mamá!! ¡Mira lo que dice papá!
- Cariño, cielo mío, siéntate y no molestes a ese señor -mi marido, que estaba delante.
- Mamá, yo quiero ver Popoyó -indica el pequeño, dándose cuenta de que Niña Pequeña va entretenida con un capítulo nuevo del muñeco.
- Cielo, no molestes a la niña, anda, y siéntate. No tires la Sirenita por los aires y deja en paz la cabeza de ese señor -mi marido, de nuevo.
- ¡¡Niño, que te calles!! -curiosa manera de mandar al hijo silencio, diciéndoselo a voces- ¡Y siéntate como una persona! -el padre, tomando cartas en el asunto.
El niño en cuestión calla, mira a un lado y a otro, observa a sus padres, mira con ojos golosos el capítulo de Pocoyó de Niña Pequeña, hincha el pecho, expande su tórax al máximo, cierra los ojos, coge aire...
-¡¡Aaah!! ¡¡Bbpa-bbpáaaa!! ¡Yo quiero ver Popoyó! ¡¡Aaah!! ¡¡Iiih!! -chilla, los ojos con lágrimas domesticadas en su medida oportuna, el labio inferior casi blanco de rabia sobre el superior, los dedos agarrotados para coger fuerza, sus pulmones en pleno esfuerzo- ¡¡Bbma-bbmá!! ¡¡Iiiih!! ¡¡Popoyó!!
Y encima, el tren se para quince minutos en medio de la nada porque un astuto viajero ha decidido fumar un cigarrito a escondidas en el aseo, por lo que han saltado los detectores de humo del vagón...
- Mamá -me llama Niña Pequeña- ¿A que no se llora?