Es difícil concretar el segundo exacto del paso que te precipita al abismo de Wonderland. Un tiempo paralelo a este, a medio camino entre el día de la Poesía y la Semana Santa, la brisa con sol que recuerda a las camisetas de manga corta bajo los jerseys, la alegría de la primavera retornada con la santidad de los inciensos. En ese lapso se produce el momento definitivo en el que cedes, sin darte cuenta. No lo recuerdo. Sin retorno ni conciencia del peligro, porque eso les ocurre a otros, tú no puedes estar ciega.
En esa Semana Santa se estrena la primavera, el horario de verano y una pieza de ropa en Domingo de Ramos para que no se te caigan las manos el resto del año. Y todo va bien: una nómina discreta que facilitaría plazos o préstamos para una cámara de vídeo, apuntalar la actividad de booktuber con un trabajo de guion y novedades literarias mejores, una propuesta editorial y un árbol morado para liberarse del arrastre.
Pero nada va bien. A él no le interesa nada de lo que hago, pero simula lo contrario. Tampoco dice lo que se supone quiero oír; eso sería muy fácil y directo, primer curso de manipulación. No va bien. Ha pasado un año y pocos meses de relación y es una auténtica banalidad que me produce hemorragias constantes. Di un paseo por la orilla y decidí que no estaba bien, que se acababa. Y de nuevo, sin decir palabras falsas del todo, consiguió cegarme otra vez. Porque la comprensión y la empatía. Porque he tenido también trabajos de 10 o 12 horas diarias que exigían correr de un lado a otro, madrugones y falta de sueño, con la necesidad -la imposibilidad- de hacer nada el fin de semana excepto tirarse en el sofá a recuperar energía. O en cualquier puente, festivo o similar. Le ofrecí la comprensión de la experiencia y tiraba de eso como excusa para justificarlo todo. Cuando no era sólo eso.
Una y otra vez se apuntalaba en el prestigio etéreo de que era un hombre bueno. Y cuando la mosca trataba de huir de la tela de araña, se emporcachaba aún más hasta lo venenoso. Como el intento de huída definitivo que sugirieron las olas del mar. Ni una noche juntos porque el trabajo, o la alergía al polvo y al gato en una casa o el desorden en otra. Ni una caña con amigos y conocidos de ambos. Ni un fin de semana especial, una escapada planeada con antelación. ¿Pasar tiempo juntos? Sí, cuando tenía huecos y para follar, no tiempo de calidad. Aunque interrumpiera la escritura del primigenio Árbol Morado, el estado de gracia meditativa para estudiar los exámenes o cortara la inspiración para una oportunidad literaria que llevaba esperando casi veinte años. Todo excusas y ceguera. Porque cómo podía hacerlo aposta, él estaba preso en sus circunstancias, nada más.
Y la tensión de tenerme pendiente a mensajes de WhatsApp por si, esta vez, el puente vacacional de cuatro días santos permitía, al menos, un café. Y ni eso.Excusas.
Callé, ignoré, le excusé y no encontré solución más allá de resbalarme a través del espejo.Enfermé de bronquitis para seguir negando que los manipuladores son buenas personas y siempre saludaban a sus vecinos.