Frame del videopoema Yelp, tríbuto al mítico Howl de Allen Ginsberg
Empiezo la mañana
mirando el móvil
debajo de la
almohada.
Busco el retuit que
nunca llega.
Desayuno delante de la pantalla
con legañas
en los ojos,
pero sin diamantes
ni cruasanes de chocolate.
Respondo un mail
urgente -como todos-
y dejo el resto en
la bandeja de entrada,
para más tarde.
Abro el timeline de
facebook,
miro las últimas
actualizaciones
de mis más de 1000
amigos imaginarios.
Escucho una canción,
le doy al play a un
vídeo de youtube
comparto la foto del
último fin de semana,
me reencuentro con
una amiga de la infancia
y abro una nueva
cuenta digital.
Busco la dosis de
información
en las referencias
de wikipedia
googleo y llego al mediodía
distraída,
con el corazón
disperso,
desconectada,
demasiado conectada,
en el limbo.
Como carne y hueso
en restaurantes con wifi
para mantener vivo
mi avatar.
Quemo el dinero en
ebay,
miro compulsivamente
el mail
y respondo los
mensajes por whatsapp.
Chateo en una
conferencia cultural
y tuiteo mirando programas de televisión,
cenando just eat.
Cuento el tiempo
perdido
de una generación.