Revista Talentos

Cuaderno azul

Publicado el 08 junio 2015 por Isabel Topham
Nunca se despegaba de su cuaderno. Era simple, y cuya portada era de pasta dura y de color azul. Daba la impresión que se trataba de un verdadero tesoro, por el cómo la cuidaba. No se la prestaba a nadie, y cuando alguien se le acercaba a hablar le fulminaba con la mirada. Acto seguido, se levantaba de donde estuviera sentado y se sentaba en algún lado, balanceándose hacia delante y atrás constantemente; abrazado a sí mismo y sin despegarse de ella. Por la expresión que ponía, daba la sensación de querer llorar, ya sea por la impotencia que sintiese en ese momento como por el miedo a que se volviese a meter en problemas. Era un chico bastante problemático, pero no porque buscase bullas ni nada; simplemente, por su forma de ser. Los demás lo veían como alguien débil, vulnerable y fácil de atacar.
Nadie le entendía, y siempre estaba solo. Ni siquiera le importaba, o eso aparentaba. A lo único que le prestaba atención era a su cuaderno, al lápiz y a las pocas líneas que dibujaba en él; salvo cuando ocurría algo tan extraño que le hiciese temblar de verdad. Y eso que lo hacía por costumbre. Sentía miedo, impotencia y ataques de ansiedad constantes.
Pasaba la mayor parte de su tiempo libre paseando por las calles de la ciudad y, a veces, sin ni siquiera salir del barrio. Lo único que buscaba era encontrar algo distinto a las demás veces, y cada tarde se volvía a decepcionar una vez más de no haber conseguido nada. Escribía pocas líneas, levantaba la vista y la volvía a posar sobre la hoja de su libreta. Siempre que veía a un grupo de gente de su misma edad, o aparentándola, se quedaba parado en el sitio, mordiéndose el labio y mirando hacia allí con deseo de que se diesen cuenta y fuesen a preguntarle si quería ser su amigo. Nunca ha tenido uno, y siempre lo ha deseado con todas sus fuerzas. Vestía con ropa ancha, y siempre llevaba alguna camiseta de algún equipo de baloncesto. Era muy fanático de ese deporte, que tuvo que dejar de lado si se quería ocupar de la música y sus estudios.
Le miraban como a un bicho raro y, por eso mismo tendía a rechazar a cualquiera que se le acercase. Su mayor miedo era que alguien le pudiese conocer tan a fondo que no le gustase el cómo era. No quería ser un monstruo, prefería antes ser un bicho raro que semejante barbaridad. Había veces que, tan de repente miraba a alguien como escribía en su cuaderno. Podía no escribir sobre esa persona, pero sí hacer pensar a esa persona que estaba escribiendo sobre él mismo. Para su desgracia, hubo una vez que ya se la había tenido que ingeniar por ese mismo motivo y, en menos de lo que canta un gallo, salió corriendo.  Nunca luchaba contra nadie, porque siempre perdía. Pero, esta vez, no perdió él; esta vez, perdió su cuaderno. A quien echó en falta justo cuando ya estaba a salvo físicamente y, sin embargo, rompió a llorar. Nadie se podía enterar de lo que contenía ese cuaderno. Nadie, excepto él mismo. Nadie podía leer lo que sólo él quería guardar para siempre, bajo llave y sin remordimientos de volverlos a ver nunca. Que no sólo eran simples líneas, sino palabras que decían mucho del resto si se enterasen de que lo que escribía eran sus miedos y los deseos que sentía en cada lugar y rincón de la ciudad; temiendo encontrarse con quienes le pudiesen hacer algo. Sólo escribiendo en aquellas hojas de papel, se sentía seguro consigo mismo.
El hombre que tiene miedo sin peligro, inventa el peligro para justificar su miedo.

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