Ilustración de Domingo Martínez González
Hubo un tiempo en el que si no hacías un libro de vacaciones corrías el riesgo de olvidar todo lo aprendido durante el año y caer en la ignorancia más absoluta. En las familias serias y responsables había un libro de vacaciones para cada hijo. Las otras, las despreocupadas, caminaban, quizás sin saberlo, por el filo de la navaja. Exponían a su prole a peligros cognitivos innecesarios y terribles. Es lo que aparecía de forma implícita en los anuncios de las editoriales en televisión. Nada tenían que ver con el sistema educativo o las tareas de refuerzo que los profesionales pueden recomendar. Eran libros muy divertidos… Se puso de moda tenernos entretenidos a la hora de la siesta con problemas de matemáticas, normas de ortografía y mapas físicos o políticos. Y nosotros, los niños, huíamos como podíamos de aquella condena o hacíamos lo mínimo, lo acordado tras duras negociaciones.
Ahora hay cuadernos para adultos, muy bien editados, con formatos muy coloridos, muchas imágenes y actividades heterogéneas y breves. El objetivo de la mayoría es entretener, como si fuesen libros de pasatiempos. Pero algunos tipos también se proponen metas terapéuticas: evitar el deterioro cognitivo o el estrés. Y cómo no, son cuadernos que nos obligan a dejar las pantallas un rato. Volvemos al lápiz y al papel, a pensar y crear… No obstante, sea para niños o para adultos, lo importante es saber por qué dedicar tiempo a esos cuadernos. Hay que saber si realmente hay una necesidad o si se han convertido en otra forma de huir. De niños queríamos ir a la calle y explorar. Detestábamos los planes: bastaba estar con los otros y experimentar, jugar.
La esencia del ser humano es el tiempo. Los filósofos existencialistas explican que siempre estamos proyectados hacia el futuro. Somos lo que vamos a ser. Siempre haciendo planes. Con el ser humano aparece la nada. Los objetos materiales y los animales son seres en sí. Ya son todo lo que pueden llegar a ser. El ser humano, al contrario, nunca termina de ser lo que desea ser. De ahí que surja un vacío, la nada. De ahí que surja la angustia existencial. Siempre hay que elegir lo que vamos a hacer. Estamos condenados a ser libres.
Además de ser en esencia tiempo, también somos seres situados. Vivimos en un momento concreto, en un espacio social determinado. Para llevar una existencia auténtica debemos ser nosotros los que tomemos las decisiones. Ser auténticos significa ser autónomos y elegir el proyecto vital. Elegir libremente el proyecto implica ser dueños de nuestro tiempo. El problema surge cuando se vive en una sociedad que administra todas las dimensiones de la existencia. Las normas y dispositivos regulan los horarios, en el trabajo y en el ocio. Hasta que llega un momento en el que no sabemos qué hacer con nuestro tiempo si nos dejan solos. Surge el miedo a ser libres, el miedo a vivir de forma auténtica. Entonces, recurrimos a dispositivos externos para que nos digan cómo aprovechar nuestro tiempo.
En la sociedad industrial, el tiempo va unido a la producción. Si no generas algo, si no produces, estás perdiendo el tiempo. El aburrimiento y la vida contemplativa son dos anomalías que hay que evitar. En los tiempos vacíos nos asedia la mala conciencia. Por eso el tiempo de ocio se ha convertido en el gran negocio. El tiempo de ocio es regulado y administrado. Los viajes son organizados, cada minuto, cada paso. Los viajes están más programados que el propio trabajo. El aburrimiento es muy sano. Se trata de no hacer nada, de contemplar el mundo y nuestros pensamientos. No hacer nada es una experiencia estética pura. Pero hay que tener cuidado. Ni siquiera hace falta ser creativos. Tampoco es una forma de recargar energía. Sabemos que se manejan metáforas muy peligrosas… Dicen que debemos recargar las pilas, como si fuésemos dispositivos o máquinas. Nos aconsejan que desconectemos, como si fuésemos electrodomésticos. Los cuadernos de vacaciones pueden convertirse en mecanismos de control del tiempo. Pueden crear nuevas rutinas, ataduras y mecanismos de domesticación. Para aprender a llevar una vida auténtica necesitamos ser dueños de nuestro tiempo: vida contemplativa y aburrimiento.
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